Volunturismo, voluntariado y vida misionera - Alfa y Omega

Hace un tiempo leí en un periódico un interesante artículo sobre volunturismo. Se trata de un turismo especial que mueve millones de euros al año. Incluye el voluntariado, el intercambio cultural, hacer nuevos amigos y pasar un tiempo con los más vulnerables. Se disfruta de las bellezas de un país y, de paso, de estar unos días con los pobres. El volunturismo implica la adrenalina de la aventura, de la emoción, pero sin compromiso por la transformación de la realidad que nos rodea.

El voluntariado es distinto: surge de un corazón inquieto y generoso, que no busca la aventura sino y sobre todo darse a sí mismo: dar tiempo, talentos, profesionalidad, amor, servicio, sacrificio, entrega a los pobres. Aquí el centro es el otro, sus derechos, su felicidad. Implica el esfuerzo de la inculturación y de hacerse uno con la gente con la que se vive, compartiendo estilo de vida, lengua, costumbres, penas y alegrías. Y todo esto por un tiempo determinado.

Ser misionero implica mucho más. El Papa Francisco lo tenía claro cuando dijo: «La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo» (EG 273).

Aquí está la diferencia: ser misionero es ante todo ser, no hacer cosas. Es ser sacramento concreto, tangible del Amor de Dios. Implica desapego de afectos, de cosas materiales y de planes personales. El misionero vive des-centrado, su centro es el otro. El misionero es un loco de Dios, pero no de psiquiátrico; es un loco del Espíritu que se salta los esquemas viviendo en las periferias del sufrimiento humano. Allí donde nadie quiere ir, ahí va el misionero. Ser misionero implica radicalidad: estar enamorado de Jesús y de su Reino, de su Palabra y de la voluntad de Dios. El misionero vive todo desde la fe y con la fuerza de la oración, siempre dispuesto a subir a la cruz y «dar la vida por los amigos» (Jn 15, 13).

Por tanto, no hace falta irse a África para ser misionero. Te invito a ser misión, en casa, en la calle, en el puesto de trabajo y en el campo de fútbol. Donde sea. Y por si acaso sientes esa llamada interior para misionar, no tengas miedo. Deje las barcas y las redes en la orilla –inmediatamente– y sigue esa llamada interior, que Jesús nunca falla (Mc 18, 20).