«Son necesarias elecciones libres en Venezuela» - Alfa y Omega

«Son necesarias elecciones libres en Venezuela»

El cardenal Baltazar Porras, el más directo colaborador del Papa Francisco en Venezuela, pidió desde la JMJ que «haya un cambio pacífico y con el menor trauma posible». En entrevista con Alfa y Omega, reconoce que para lograrlo «no hay otra salida que la negociación», y subraya el apoyo del Papa a las decisiones de los obispos del país

María Martínez López
Opositores venezolanos se enfrentan a la Policía, durante una manifestación en Caracas, el 23 de enero. Foto: AFP/Yuri Cortez

«Me da miedo un derramamiento de sangre». Las palabras del Papa el domingo, durante el vuelo de vuelta al Vaticano desde Panamá, dejaron claro cuál es la principal preocupación hoy de la Iglesia con respecto a Venezuela; una inquietud que ha sobrevolado toda la Jornada Mundial de la Juventud. La crisis en este país y el éxodo de tres millones de venezolanos fue una de las heridas que los jóvenes latinoamericanos llevaron al vía crucis del viernes. Y, el domingo, el Papa pedía «una solución justa y pacífica». Pero fue en el vuelo papal, mientras continuaba la represión del Gobierno a las protestas y crecían las noticias y rumores sobre la implicación de agentes extranjeros en medio de esta volátil situación de dos gobiernos enfrentados, cuando Francisco fue más explícito: «El problema de la violencia me aterroriza». Por eso, pedía «grandeza» a todos para «ayudar a resolver el problema».

Si alguien echaba en falta claridad, dos de sus colaboradores más cercanos la aportaban. También en la JMJ, el cardenal Sean O’Malley, miembro del C6, mostraba su decepción por que «los militares no estén todavía con Juan Guaidó», presidente de la Asamblea Nacional que la semana pasada, tras denunciar la ilegitimidad del segundo mandato de Nicolás Maduro, se proclamó presidente interino del país entre manifestaciones de apoyo, y de rechazo.

«Tiene que haber un cambio –continuaba el cardenal estadounidense–. Guaidó ha propuesto una fórmula que podría evitar una guerra civil y más violencia».

Apenas un punto más comedido se mostraba el cardenal venezolano Baltazar Porras, arzobispo de Mérida y administrador apostólico de Caracas, que mostraba su deseo de que el cambio «se pueda dar de manera pacífica, lo mas pronto y con el menor trauma posible».

La sintonía entre la Santa Sede y la Iglesia venezolana es plena, si bien cada parte desempeña su papel. El cardenal Porras entiende que, «en medio del fragor, se quiera que todas las instancias se expresen. Pero somos los obispos los que hemos sido puestos para esto, y el Santo Padre y el Vaticano respaldan totalmente lo que estamos haciendo», compartía con Alfa y Omega a punto de regresar a su país desde Panamá. Es sobre el terreno donde mejor se puede «manejar con prudencia muchas situaciones. Nos toca estar muy cerca de nuestra gente, acompañarlos y abrir espacios» para la confianza, «buscando que se actúe desde la racionalidad y no desde la emocionalidad. Eso no quiere decir que el Papa y sus colaboradores estén de brazos cruzados».

El apoyo por parte de los obispos al cambio que se esboza en el país bolivariano no pretende mostrar «que estamos con unos o con otros, sino recoger las inquietudes de la gente, y transmitir que la Iglesia está con quienes representan y buscan la constitucionalidad y la paz, y no con los que ilegítimamente quieren mantenerse a toda costa en el poder. Es al pueblo al que le toca elegir. Por eso es necesario abrir un periodo de transición que lleve a elecciones libres, con vigilancia internacional. Como lo propuso hace dos años el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, sin obtener respuesta».

Al cierre de esta edición, corría el reloj para el ultimátum de convocatoria de elecciones lanzado por España y otros países europeos. De lo contrario, amenazan con sumarse a la mayoría de países latinoamericanos y a EE. UU., que han reconocido a Guaidó. «Las naciones auténticamente democráticas –deja caer de forma ambigua el cardenal Porras cuando se le pregunta por este asunto– están de parte de la mayoría de la población».

Al cardenal Porras le parece sin embargo «indudable» que en la situación actual «no hay otra salida más que la negociación». Una palabra –aclara– con connotaciones muy distintas a «diálogo», que «está vetada en Venezuela; es casi como un insulto», porque durante 20 años –argumenta– el Gobierno la ha utilizado para perpetuarse en el poder. «No puede ser solo sentarse a conversar. ¿Por qué, para qué, cuándo, cómo?», pregunta. «El Papa ya no usa esa palabra desde hace tiempo», hace notar Porras, sin aludir directamente al fracaso de la mesa de diálogo auspiciada por el Vaticano. «Ahora usa “concordia”. Es comprensible» que también este término genere críticas «en instituciones polarizadas. Pero no hay que armar de eso un problema mayor».

El administrador apostólico de Caracas (cargo al que recurrió el Papa para sortear el derecho de veto que el Gobierno venezolano tiene en el nombramiento del arzobispo de la capital) se muestra más preocupado por el hecho de que durante estos días los sectores oficialistas «digan que están dispuestos a conversar con los altos poderes extranjeros, pero no se hable con la gente sencilla, que se ha expresado de forma masiva» y a la que solo se ha respondido con «represión». Durante su estancia en Panamá, no han dejado de llegarle noticias de la violencia ejercida por las fuerzas gubernamentales en zonas populares. «Sobre todo contra jóvenes, incluso menores. Algunas familias cuentan cómo llegan por la noche, entran a la fuerza y se llevan a los muchachos no se sabe dónde. Realmente clama al cielo».

Según entidades como el Foro Penal Venezolano y el Observatorio Venezolano de Conflictividad, hasta el lunes habían fallecido 35 personas durante las protestas, y 850 –incluidos 77 adolescentes desde los 12 años– habían sido detenidas.

Juan Guaidó en una Eucaristía por los opositores caídos, presos y exiliados, en la iglesia de San José (Caracas), el 27 de enero. Foto: AFP/Luis Robayo

Apoyo a las manifestaciones

Porras sospecha que la intención del Gobierno es «generar confrontación» para justificar un uso mayor de la violencia. Pero aclara que los estallidos de violencia por parte de la población «son esporádicos. Nosotros hemos trabajado para que no se responda así, sino con una paciencia activa y una búsqueda de soluciones por la vía menos dramática. Las muertes y desapariciones dejan heridas difíciles de sanar».

Este empeño explica la decisión de Porras y otros obispos de pedir a los sacerdotes que «si la población de cada sitio lo pedía» acudieran a las manifestaciones que el 23 de enero acompañaron la jura de Guaidó como presidente interino. Esta presencia de obispos, sacerdotes y religiosos en las calles transmitió serenidad y confianza a la gente, «y fue muy útil para evitar el desbordamiento de las pasiones». No solo por parte de los opositores. El cardenal revela que «muchos de los que reprimen lo hacen forzados. Pero también tienen sentimientos religiosos y cuando estás cerca de dicen “Bendígame, padre”».

Ocurre lo mismo en instancias más elevadas. Son conocidos los contactos frecuentes, incluso «permanentes», entre los obispos y los miembros de la Asamblea Nacional, mayoritariamente opositora. El último encuentro público se produjo a comienzos de enero, durante la Plenaria de la Conferencia Episcopal. «Pero también gente del Gobierno, y con altos cargos, se acerca a nosotros para conversar. Solo que no vamos contándolo con un altavoz. En todas estas situaciones hay más grises que blancos y negros –reconoce–. Son difíciles de entender incluso para nosotros que estamos dentro». Por eso, responde a quienes critican actitudes demasiado pasivas de unos y otros que «hay que estar dentro. Cuando las amenazas son constantes, no se puede obrar alegremente y mandar a la gente a sacrificarse sin más».

«Huele a cambio»… pero también hay miedo

En Venezuela «huele a cambio. Hay más optimismo. Hasta ahora la gente parecía muy desesperanzada, pero se ha despertado un clamor. A muchos les está inspirando confianza ver cómo actúa Guaidó, saliendo a la calle y contando lo que va haciendo», con medidas como ofrecer una amnistía a quienes deserten del Gobierno de Maduro o ir tomando el control de la economía del Estado. Habla fray Eddy Polo, vicario provincial de los Agustinos Recoletos y presidente de su ONG ARCORES Venezuela. «El simple hecho de que el día 23 nos dejaran concentrarnos (en apoyo de Guaidó) dio a la gente mucha esperanza», relata desde el barrio de La Pastora, en Caracas, Mariam Morales, enfermera y responsable de un dispensario de la misma entidad. Ese día, acudió a la concentración «con todos los sacerdotes de la parroquia y las carmelitas que viven cerca. Íbamos con rosarios, banderas del Vaticano y de Venezuela. La gente se alegraba mucho de vernos y nos pedía la bendición. Mientras estuvimos nosotros se mantuvo un clima pacífico».

En Maracay, entre Caracas y Valencia, «la concentración fue multitudinaria, ni nosotros mismos lo esperábamos –narra el sacerdote diocesano Tony Medina–. Y muy tranquila. No hubo violencia, vandalismo ni represión como en otras marchas. Ni la Policía ni los militares intentaron nada». Todos ellos salieron a la calle escuchando la llamada de los obispos y –explica el último– «mostrar que la Iglesia está con su gente. Pero yo no me lanzo ni en brazos de unos ni de otros. Tengo que atender a todo mi rebaño, en el que hay chavistas y opositores». Un apoyo que se traduce sobre todo en la escucha «cuando vienen a desahogarse», y en la ayuda material.

Precisamente una de las consecuencias más deseadas si el cambio político se consolida –explica fray Polo– sería la desaparición de las trabas gubernamentales para que llegue ayuda de fuera del país, o incluso el establecimiento de un canal de ayuda humanitaria. «Eso sería un avance importantísimo. En cambio, si seguimos con más de lo mismo ya no sé cuánto más fondo podremos tocar».

Sin embargo, la esperanza de los venezolanos es cautelosa. La matizan la tristeza por los opositores asesinados o detenidos y el miedo a que la situación degenere en una mayor violencia que Morales casi da por hecha. La enfermera reconoce que, en algunos momentos de estas últimas semanas, ha visto a la gente «más agresiva» que antes, aunque luego las aguas volvieran a su cauce. «Hay personas asustadas, y es normal –explica el padre Medina-. He visto gente comprando comida y a los abuelitos en el banco cobrando su pensión por si pasa algo grave». Al mismo tiempo, «la gente está muy deseosa de Dios. Han seguido viniendo a Misa estos días, y en Navidad de hecho tuvimos que sacar sillas a la calle. Yo solo predico la Palabra de Dios. Les digo que, más allá de salir a las calles o violentar, con rodilla en piso [rezando] se resuelve mucho más de lo que se pueda imaginar».