El hilo invisible - Alfa y Omega

El hilo invisible

Ignacio Uría
Foto: CNS

La actualidad reciente ha sido intensa. Alguien podrá decir –con razón– que si el mundo es el nuevo patio de vecinos, todos los días habrá algo interesante, o morboso, o inspirador, que echarse a los ojos. Del exterior vinieron noticias terribles. En Filipinas, dos bombas estallaron en la Misa del pasado domingo y mataron a 20 personas, además de provocar casi 70 heridos. El ataque llegó unos días después de un referendo para crear una región musulmana en el sur del país. En principio, parecía una solución a cinco décadas de terrorismo islamista; en la práctica, una nueva masacre contra los cristianos por el hecho de serlo. Más mártires.

En Venezuela sigue el hundimiento. El número de refugiados hacia Colombia y Ecuador se ha incrementado y la comunidad internacional presiona (unos países más que otros; el nuestro haciendo el ridículo) para que termine la dictadura chavista, un régimen homicida teledirigido desde La Habana. Veremos. El comunismo tiene un probado don para la supervivencia.

Sin embargo, lo peor de lo peor, la ignominia más salvaje, llegó desde Nueva York. La semana pasada, sus senadores legalizaron el aborto –atención– «durante todo el tiempo que dure el embarazo». Es decir, poder eliminar a un niño de, pongamos, cuatro kilos y perfectamente viable. Por si fuera poco, ese aborto no tendrá que realizarlo un ginecólogo, sino que podrá atenderlo personal no especializado: un enfermera, una matrona… En síntesis, ya no hará falta la presencia de un médico para el desmembrar o succionar un bebé del cuerpo de su madre y, si algo sale mal, habrá que rematarlo o dejarlo morir encima de la mesa del quirófano (algo que ya sucede, pero que ahora se legaliza). Una ley propia de la Alemania nazi. Para rematar el salvajismo, la norma prohíbe la objeción de conciencia del personal sanitario. Los recursos ya están en marcha, pero ¿cuántos niños de 7, 8 o 9 meses de vida intrauterina serán masacrados al amparo de esta regulación?

Entre risas y aplausos (puede verse en internet) el gobernador Andrew Cuomo (católico a tiempo parcial), afirmó: «Esta norma es una victoria histórica para los neoyorquinos». También animó a que se iluminaran edificios para festejar la aprobación. Eso sí, ninguno de rojo sangre, que es el color que más le pega a este genocidio. Nueva York, por cierto, dobla la tasa nacional de abortos, pero esto no parece suficiente para los políticos demócratas, que son los impulsores de esta ley.

En vez de ofrecer a la mujer embarazada los recursos de los servicios sociales, se apuesta por la cuchilla y la sal. En lugar de ayudarla a tener a su bebé y a mantenerlo más tarde, se opta por la matanza subvencionada. Existen opciones provida que evitarían miles de muertes. Lo saben y se ríen. «Es una victoria histórica». ¿Llegará esta ola a nuestras playas? No lo descartemos.

Todas las personas somos iguales en dignidad: los niños (nacidos o no) y los viejos, los pobres y los ricos, los sanos y los enfermos… Todos estamos unidos por un hilo invisible que no debe romperse. Todos somos hijos de Dios.