La Magdalena penitente - Alfa y Omega

La Magdalena penitente

Concha D’Olhaberriague
Foto: Nicolás Pérez

Pedro de Mena, escultor barroco de la escuela de Granada, es el autor de la talla de cuerpo entero que podemos ver en la exposición que el Museo del Prado organiza para conmemorar su bicentenario. Encargada por los jesuitas para su Casa Profesa de Madrid en 1662-3, esta imagen extraordinaria por su delicada belleza se exponía antaño en el Prado. Salvo el tiempo que dure la muestra, la Magdalena podrá contemplarse en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, donde se exhibe en calidad de préstamo.

Discípulo de Alonso Cano e hijo del escultor religioso Alonso de Mena, la obra de Pedro, de aliento místico casi siempre –también talló dos grupos de los Reyes Católicos para las catedrales de Málaga y Granada–, tiene un acabado y una finura que dotan a sus piezas de un empaque único e inconfundible. Se le considera el más clásico de los escultores barrocos y Xavier Bray lo llama el Bernini español.

La maestría del imaginero andaluz puede apreciarse en esta Magdalena penitente, de madera policromada y cristal, tal vez su obra más influyente, pues hay otras que o bien salieron de su taller o se le atribuyen por el parecido; así la que se custodia en el convento de las Trinitarias, en la madrileña calle de Lope de Vega.

El estilo barroco de inspiración religiosa es un arte que aspira a expresar sentimientos sencillos de una manera comprensible en una época de analfabetismo casi general. No obstante, tal propósito no supone que se desatienda la factura y el acabado de las obras, al menos por parte de los grandes como Mena, Roldán, Gregorio Fernández o Zayas.

La postura de la Magdalena meditando sobre la Crucifixión, sus pies descalzos, su larga y descuidada melena y su vestimenta ascética –una túnica de arpillera sujeta con un rudimentario cinturón del mismo material– nos hablan de un corazón compungido por el arrepentimiento, plasmado principalmente en la expresión del rostro, severa y doliente sin desgarro, pero también en la mano derecha abierta sobre el pecho y en la izquierda sujetando el crucifijo. Con la inclinación del cuerpo y la alineación del crucifijo, que parece apoyarse levemente en la melena, como si la impulsara el viento, infunde Mena a su escultura una sutil y eficaz sensación de dinamismo, acentuada por la apertura de la boca, como si estuviera respirando.