«Hoy se ha cumplido esta Escritura» - Alfa y Omega

«Hoy se ha cumplido esta Escritura»

III Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Jesús desenrolla el libro en la sinagoga. James Tissot. Museo de Brooklyn

Comenzamos la lectura del Evangelio de san Lucas. El fragmento escogido para la celebración de este día contiene el prólogo del libro y el comienzo del relato del ministerio público del Señor en Galilea. Se omiten, por razones temáticas, los capítulos iniciales que incluyen los Evangelios de la infancia.

El valor del prólogo del Evangelio

Tal y como a menudo se señala en los comentarios a la Escritura, no existen detalles insignificantes en la tradición evangélica plasmada por escrito. La incorporación de un prólogo y su lectura en la celebración no están motivadas única ni principalmente por una razón de forma, sino también de fondo. El inicio del Evangelio aporta valiosa información sobre el modo de llevar a cabo la recopilación, la transmisión y la fijación textual de los datos más significativos de la vida del Señor. Así pues, sabemos que han sido no pocos quienes han tratado de componer un relato de los hechos; conocemos, asimismo, por Lucas que esos pasajes se fundamentan en el testimonio de quienes presenciaron lo que se narra y predicaron la Palabra. Se trata, por lo tanto, de una «diligente investigación», como señala el autor, quien al mismo tiempo subraya que tanto los testimonios como el estudio de los mismos están fundamentados «desde el principio». Tampoco omite Lucas la finalidad de tan arduo trabajo: «Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido». La fundamentación que el evangelista da a Teófilo es válida también para cada uno de quienes a lo largo de los siglos nos hemos puesto ante el Evangelio. Para la Iglesia fue vital desde la época de la redacción del Evangelio cuidar escrupulosamente la conformidad entre lo narrado y lo que realmente ocurrió. De otro modo, se correría el riesgo de leer páginas sobre la vida admirable de Cristo y con innegables enseñanzas para nuestra vida individual y social, pero no basadas en la realidad, generando mitos o leyendas inventadas. Tal hipótesis es lo que se pretende descartar con los primeros versículos que escuchamos, queriendo expresar siempre que la fe se apoya en la Revelación auténtica de Dios.

Herederos de un ritmo celebrativo semanal

El primer movimiento concreto que se describe en el pasaje del Evangelio que tenemos ante nosotros es un gesto tan sencillo como el dirigirse Jesús a la sinagoga de Nazaret, el lugar donde se había criado. Como cualquier judío, el Señor tiene asumido en su ritmo semanal la relevancia de la oración y de la escucha y explicación comunitaria de la Palabra de Dios. La escena guarda, no por casualidad, un estrecho paralelismo con una parte de nuestra celebración semanal de la Eucaristía. En efecto, los cristianos tenemos un día dedicado al descanso y a la familia, pero, sobre todo, al Señor; algo que, especialmente en las sociedades desarrolladas, podemos descuidar, puesto que se corre el riesgo de que la celebración ocupe un lugar más entre las múltiples ofertas de ocio que se pueden plantear un domingo cualquiera. Para los cristianos, herederos de una tradición celebrativa judía, el domingo ha significado siempre ante todo el día del Señor, conociéndose célebres casos de martirio por no renunciar a la celebración de la Misa en ese día.

El cumplimiento de la Escritura

En el pasaje de esta semana descubrimos que la lectura de Isaías por parte de quien se presenta con la fuerza del Espíritu provoca la admiración de los oyentes. El Ungido proclama que ha llegado la salvación. Con todo, más allá del anuncio del tiempo de gracia que Cristo pregona, debe destacarse el «hoy» con el que Jesús señala que la Escritura se ha cumplido. Efectivamente, en ese momento se realiza lo que acababan de oír. Pero ese «hoy» implica también que en nuestros días, cada vez que la Palabra de Dios se proclama en la celebración, la fuerza de esta Palabra sigue actuando realmente en la vida de la Iglesia.

Evangelio / Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Ilustre Teófilo:

Puesto que muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han cumplido entre nosotros, como nos los transmitieron los que fueron desde el principio testigos oculares y servidores de la palabra, también yo he resuelto escribírtelos por su orden, después de investigarlo todo diligentemente desde el principio, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor». Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».