El bien común - Alfa y Omega

El bien común

Alfa y Omega

«Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina». Lo dice el Papa Francisco en la Bula de convocación del Año de la Misericordia y se recoge ya en las primeras líneas de la Instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres, que los obispos españoles acaban de hacer pública ante la crisis, como se ha dado en definir la situación en que actualmente se encuentra nuestra sociedad.

¡Qué va a decir la Iglesia, sino cosas piadosas!, exclamará más de uno pensando que de ahí poca solución puede haber a la crisis, que es de la ciencia económica de donde han de venir las soluciones. Sin embargo, justamente ahí, en la Iglesia que es caridad, como recuerda la Instrucción de la Conferencia Episcopal, está la clave de toda verdadera solución a la crisis, cuya raíz es más profunda de lo que revelan los meros análisis económicos. «Se dice que la economía tiene su propia lógica –observa el texto de los obispos– que no puede mezclarse con cuestiones ajenas, por ejemplo, éticas», pero ahí está la cruda realidad para desmentirlo. Lo dejó claro Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate, que citan los obispos a continuación: «La exigencia de la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a injerencias de carácter moral, ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de manera destructiva». Y sigue la Instrucción: «¿No es eso destruir y sacrificar al ser humano en aras de intereses perversos? La actividad económica, por sí sola, no puede resolver todos los problemas sociales; su recta ordenación al bien común es incumbencia sobre todo de la comunidad política, la que no debe eludir su responsabilidad en esta materia. Por tanto –en palabras de Caritas in veritate–, se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios». ¡Bien a la vista están!

La raíz de la crisis, sí, es mucho más profunda de lo que alcanzan a ver los análisis económicos. «En el origen de la actual crisis económica, hay una crisis previa», que definen los obispos citando al Papa Francisco en su Exhortación Evangelii gaudium: se trata de «la negación de la primacía del ser humano», se trata, pues, de una crisis antropológica. En definitiva, de «una profunda crisis de fe», como diagnosticó Benedicto XVI al convocar el Año de la fe. Ésta no es un adorno, ciertamente, como no lo es la caridad, ¡Dios es caridad, y lo ha de ser, si no quiere su destrucción, quien ha sido creado a su imagen y semejanza! El mismo Benedicto lo dijo así en Caritas in veritate: «Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de ser más». Y el documento de los obispos subraya que «la personalidad del hombre se enriquece con el reconocimiento de Dios… El sabernos criaturas amadas de Dios nos conduce a la caridad fraterna y, a su vez, el amor fraterno nos acerca a Dios y nos hace semejantes a Él. Es Jesucristo quien nos ha dado a conocer el rostro paternal de Dios». Por eso, «ignorar a Cristo constituye una indigencia radical».

Suelen hablar los políticos del interés general, mientras la Iglesia, desde la fe y la caridad, habla del bien común, justo lo que incumbe a la comunidad política, y al ignorarlo, la crisis está servida. «Urge recuperar –exhortan los obispos– una economía basada en la ética y en el bien común por encima de los intereses individuales y egoístas». Urgencia que requiere una política digna del hombre, como dijo en la JMJ de Río 2013 el Papa Francisco, en su discurso a la clase dirigente de Brasil: «El futuro exige hoy la tarea de rehabilitar la política, que es una de las formas más altas de la caridad». Por tanto, requiere renunciar a sí mismo –al interés, aunque se le llame general– y darse a los demás. Olvidar en la vida pública la caridad, una de cuyas exigencias –recuerdan los obispos– «es la búsqueda del bien común», está en la raíz de la crisis. «Desear el bien común y esforzarse por él –añaden, citando Caritas in veritate– es exigencia de justicia y caridad».

Vale la pena recordar lo que también decía Benedicto XVI en su encíclica social: «Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad –¡caridad!– venía después como un complemento, hoy es necesario decir que, sin la gratuidad, no se alcanza ni siquiera la justicia». El servicio de la Iglesia a los pobres es, en realidad, modelo para toda la comunidad política, si no quiere su propia destrucción. Lo decían ya los obispos en noviembre de 2006, en el documento Orientaciones morales ante la situación actual de España: «Querer excluir la influencia del cristianismo en nuestra vida social sería, además de un procedimiento autoritario y nada democrático, una grave mutilación y una pérdida deplorable».

Es necesario y urgente, sí, desear y vivir el bien común.