Tiempo para destruir, tiempo para construir - Alfa y Omega

Tiempo para destruir, tiempo para construir

María Martínez López

Un minuto, o dos, puede ser mucho tiempo. En este tiempo, que es lo que duró el terrible terremoto del sábado pasado en Nepal, uno puede ser perfectamente consciente de cómo se le cae la casa encima. Si templos que son Patrimonio de la Humanidad pueden verse reducidos a escombros, cuánto más las aldeas y los barrios más humildes del pequeño país asiático. «En algunos barrios periféricos no ha quedado ni una casa en pie –contaba a Radio Vaticano el Director de Caritas Nepal, el jesuita Pius Perumana–. Algunas aldeas han sido totalmente arrasadas». Literalmente: todo a ras del suelo.

El daño se produce en segundos. Después, el tiempo se estira, mientras se intenta rescatar a los miles de atrapados, con la esperanza decreciente de que estén vivos; y asistir a los ocho millones de damnificados. Se teme que se alcancen los 10.000 muertos.

La ayuda internacional llega en los primeros días, pero la Iglesia, que ya está allí, ayuda desde el minuto uno. El padre salesiano John Jijo lanzó la primera petición una hora después del temblor. Al cierre de esta edición, explicaba a Alfa y Omega que «hay mucha gente sin cosas básicas como comida, ropa, refugio…, se ven obligados a permanecer a la intemperie bajo la lluvia y el frío». Por eso, «también hay muchos enfermos. Ya estamos llevando ayuda a cuatro aldeas cercanas a nuestra institución, en Thecho y Lubu: comida, medicinas y materiales para hacer refugios temporales, como plásticos o sábanas de polietileno (en las fotos). Hay más de 400 familias necesitadas. Estamos gastándonos unos 3.000 euros al día». Pero su aportación va más allá: «Intentamos ayudar psicológica y espiritualmente. Ya nuestra simple presencia es importante, para que vean que alguien se ocupa de ellos. Es importante estar con ellos, rezar juntos y explicarles que va a llegar más ayuda».

Sobre el resto de los tiempos, sólo queda especular: ¿cuándo se podrá llegar a las aldeas más afectadas si, en condiciones normales, hacían falta tres días a pie? ¿Seguirá habiendo réplicas tras una semana, o dos? ¿Cuándo volverán a tener decenas de miles de personas un techo, agua o luz? ¿Se conseguirá ganar la carrera contra reloj a las epidemias? ¿En cuántos días, semanas o meses se habrá localizado –si es que se consigue– y ofrecido protección a los niños que se han quedado solos? Y, tristemente, ¿cuándo dejará Nepal de ser noticia?

El escolapio José Alfaro es único misionero español en el país. Tras el terremoto, hizo un camino de 20 horas para llegar a la iglesia de la Asunción, que tienen los jesuitas en Katmandú, y avisar a su hermano Jesús de que estaba bien. Las tumbas que se prepara en cada nueva aldea a la que llega, como contó a Alfa y Omega hace unos meses, tendrán que esperar. «Imagino que estará preocupado por si se ha caído alguna de sus escuelitas, que son muy simples –cuenta Jesús–. Él las construye y cuando están en marcha se las traspasa a otras congregaciones religiosas». Ya lleva 16 en 12 años, y seguirá con su sueño de llegar a las 50, después de reconstruir las perdidas. Aunque necesite semanas, meses o años. Los misioneros miden el tiempo de otra forma.