«Con Espíritu Santo y fuego» - Alfa y Omega

«Con Espíritu Santo y fuego»

Solemnidad del Bautismo del Señor

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: CNS

Concluimos el periodo navideño con la celebración del Bautismo del Señor. Seguimos en el tiempo de la expectación y de la manifestación del Mesías. El Señor va a iniciar la vida pública y Jesús se presenta ante Juan Bautista para ser bautizado. El pariente de Jesús era conocido en la zona por su forma de vida austera y por predicar una conversión sin miramientos, hasta las últimas consecuencias, como demostró con su propio martirio. Y su conducta radical chocó, probablemente, con los esquemas de lo socialmente correcto en aquel tiempo, como se deduce del pasaje en el que Jesús afirma que de Juan Bautista decían que «tenía un demonio».

Ahora bien, ¿cuál es el significado de Jesús se disponga a recibir un Bautismo encaminado a la purificación de los pecados y al aumento del espíritu de penitencia? La propia Escritura nos aporta una respuesta a esta cuestión en la primera lectura de este domingo, de Isaías. En ella se habla del Siervo de Yahvé, cuya misión es liberar al pueblo con su propia vida de todo aquello que le oprime. En efecto, la misión de Jesús consiste en vivir entre nosotros hasta las últimas consecuencias y ello incluye no solo consolarnos con su presencia, sino también situarse entre nosotros, en cuanto pecadores, para compartir nuestra suerte y transformarla. El Señor va a comenzar su predicación y su vida pública, y su primer paso es lanzarse a la búsqueda de los pecadores, reunidos en una comunidad concreta en torno a Juan Bautista. Esta realidad nos indica ya el modo de concebir la vida de la Iglesia: comunidad de pecadores que tiene necesidad de ser salvada. El Señor, pues, no inicia la predicación de un modo solitario, sino en un grupo concreto de personas. La celebración del Bautismo del Señor dirige nuestro pensamiento inevitablemente hacia nuestra posición dentro de la Iglesia, comunidad de pecadores salvados, y hacia el momento en el que hemos sido introducidos en ella: nuestro Bautismo. Por lo tanto, mediante el Bautismo formamos parte de la comunidad destinataria de la salvación de Cristo; una compañía que nos acompañará ya para siempre. Esta realidad tiene consecuencias importantes en el modo de entender nuestra pertenencia en la Iglesia, especialmente cuando sufrimos la tentación del individualismo, considerando la parroquia o grupo concreto al que pertenecemos más como un lugar al que voy para recibir algo que para aportar.

El comienzo de un itinerario

Ciertamente el Bautismo cristiano «con Espíritu Santo y fuego», al que se refiere el pasaje evangélico que hoy escuchamos, supera a un Bautismo de carácter meramente penitencial. Sin embargo, los dos esquemas comparten el deseo de un cambio de vida, representado en la inmersión en el agua. Por su parte, el Bautismo cristiano quiere subrayar el inicio de la vida eterna, representado por varios signos del sacramento: la triple renuncia al mal y la triple confesión de fe destacan, por una parte, el carácter de incorporación a la vida trinitaria divina y, por otro lado, el cambio de rumbo en quienes entramos en este misterio. Desde los comienzos de la andadura de la Iglesia se renuncia a la falsedad de todo aquello que aparta al hombre de su destino último. En nuestros días, el bautizado debe ser consciente de que no puede pactar con una cultura que, frente a lo real, enaltece lo ilusorio y aparente. Quien está dispuesto a caminar en el itinerario inaugurado por el Señor sabe que se sitúa en la senda de la vida verdadera, que va unida a Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte. Incluso aquellos preceptos que, desde el punto de vista humano, tantas veces pueden ser considerados como una renuncia representan lo mejor a lo que el hombre puede aspirar: un sí a Dios, que da sentido al hombre; un sí a la familia, un sí a la vida, un sí al amor responsable, a la solidaridad, a la justicia, a la verdad y al respeto al otro.

Evangelio / Lucas 3,15-16.21-22

En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».

Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».