Heridas que nadie ayuda a cerrar - Alfa y Omega

Heridas que nadie ayuda a cerrar

Cuatro adolescentes solicitantes de asilo hablan de traumáticas experiencias en su viaje a España

Rodrigo Moreno Quicios
Barry (a la izquierda), Ali (en el centro) y Patricia Fernández Vicens (a la derecha) durante la jornada de Infancia Refugiada organizada por la Universidad Pontificia Comillas en colaboración con la Fundación La Merced. Foto: Rodrigo Moreno Quicios

Nur apenas tenía 15 años cuando abandonó Siria junto a su hermano ante el temor de ser reclutados por alguna milicia. Tras un duro trayecto a través de Sudán, Libia, Argelia y Marruecos, llegaron a Melilla. Los hermanos fueron reconocidos como solicitantes de asilo y destinados al centro de menores La Purísima, un lugar muy criticado por las ONG debido a la saturación y malas condiciones de sus instalaciones. De hecho, no es infrecuente que los chicos se escapen y prefieran dormir en la calle. «Me sentí humillado en el centro, porque pensé que era una cárcel», narraba Nur en una reciente jornada sobre Infancia Refugiada organizada por la Universidad Pontificia Comillas en colaboración con la Fundación La Merced.

A muchos kilómetros de Siria, mientras Nur comenzaba su periplo, Barry abandonaba Guinea-Conakry acompañado también de su hermano. Como su país natal es francoparlante, ambos pensaron que el mejor destino para construir un nuevo futuro estaba al norte de los Pirineos y no en España. Así, cuando llegó al Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta, ocultó su edad. «Si no, me habrían hecho estar en un centro de menores durante cuatro años», argumenta.

Durante su estancia en el CETI (un dispositivo de primera acogida destinado a ofrecer servicios básicos a los inmigrantes y solicitantes de asilo), Barry fue poco a poco dejando de lado su idea de viajar a Francia gracias al apoyo de los profesionales del centro. «Todos los días, al entrar y salir, una vigilante me decía que era pequeño y que debía ir al centro de menores», cuenta. Tras depositar su confianza en el personal del CETI, reveló la verdad. «Yo recomiendo reconocer tu edad para que tengas dónde vivir porque la calle es muy fría y puedes encontrar cosas peligrosas allí», dice.

Pero los centros de acogida no están exentos de peligros. Es algo que conoce de primera mano Ali, un iraquí de 18 años que ha pasado los tres últimos en España. Junto a su madre y sus cinco hermanos, Ali abandonó su país en busca de un futuro mejor. La falta de recursos para los solicitantes de asilo en España provocó que los niños de la familia compartieran centro de acogida con otros usuarios, adultos españoles en su mayoría, que padecían problemas muy distintos a los suyos. «Era gente que intentaba dejar la droga pero no lo conseguía. Mis hermanos eran unos niños y los veían drogarse», recuerda horrorizado.

Al igual que Ali, Efraín también huyó a España con su familia. Este adolescente salvadoreño no lleva ni dos meses en Madrid, pero ya ha conocido el colapso de la Oficina de Asilo y Refugio. «Mis padres se enteraron de que las colas eran gigantescas y fuimos a la oficina a las cuatro de la mañana, pero no conseguimos entrar. Decidimos quedarnos a dormir y, tras explicar nuestra situación, nos derivaron al SAMUR, donde se repitió la misma historia», protesta.

«Fue frustrante porque nos sentíamos rechazados y llegamos a quedar en calle algunos días», cuenta Efraín. Finalmente, su familia fue admitida en un centro de acogida temporal de Cruz Roja. Aunque reconoce no sentirse «tan asustado como antes», aún le quedan muchas heridas emocionales por coser.

Precisamente por ese motivo, Patricia Fernández Vicens, abogada de la Fundación la Merced, recalca la importancia de que estos casos reciban atención especial de las instituciones. «La posibilidad de integración para los niños que habitan en los centros de tutela pasa por disfrutar de los derechos que tiene cualquier persona, pero la experiencia está siendo decepcionante porque no hay atención», alerta. Además, aunque algunos niños viajan con unos padres en los que se pueden apoyar, Fernández Vicens también advierte de los riesgos de desatenderlos confiando en que las familias conseguirán salir adelante por sí mismas, pues «el niño va a ver sufrir a sus padres y reconstruir el puzle de su vida después de eso va a ser muy difícil».

No obstante, a pesar de las huellas que la violencia ha dejado en sus vidas, la infancia refugiada en España lucha a destajo por cerrar sus heridas sin buscar excusas en la falta de apoyo. Así lo cree Maribel Rodríguez, responsable de la Fundación La Merced, quien los define como «modelos de supervivencia y resiliencia». Estos menores han escapado con vida de situaciones límite que le arrebatarían la cordura a cualquiera: conflictos armados, reclutamientos forzosos, persecuciones religiosas o explotaciones de toda índole. Toda una serie de peligros que, según Rodríguez, «si estuviera en su lugar, no sería capaz de superar».