El Papa despide 2018: «Dolor y arrepentimiento» por la esclavitud de hoy - Alfa y Omega

El Papa despide 2018: «Dolor y arrepentimiento» por la esclavitud de hoy

En su último mensaje de 2018, el Papa denuncia las condiciones indignas que viven más de 10 mil personas en Roma y alienta a la Iglesia en esta ciudad a estar cerca de quienes más lo necesitan

Andrés Beltramo Álvarez

Muchos viven aún en condiciones indignas. Incluso en el 2018. Solo en Roma suman más de 10 mil. A ellos recordó el Papa en su último mensaje público del año. Durante la homilía de las primeras vísperas, que presidió la tarde de este lunes en la Basílica de San Pedro, Francisco evocó las condiciones de esclavitud de estas personas. Instó a todos a detenerse y reflexionar sobre ello, «con dolor y arrepentimiento», llamando a no ser indiferente a las «esclavitudes de nuestro tiempo».

Poco antes de las cinco de la tarde, el pontífice ingresó en San Pedro para recordar la solemnidad de María Santísima Madre de Dios y encabezar el tradicional canto del himno tedeum, como conclusión del año civil. Su reflexión partió de dos pasajes del apóstol San Pablo en las escrituras. Primero se refirió a la expresión «plenitud de los tiempos».

Recordó que la celebración de la Navidad, el nacimiento del hijo de Dios, da significado al tiempo. Pero inmediatamente cuestionó cómo es posible que el nacimiento de un niño judío, puede ser considerado el signo de la «plenitud del tiempo». Respondió reconociendo que, en ese momento, Jesús era casi invisible e insignificante, pero aclaró que poco más de treinta años desataría una fuerza sin precedentes, que todavía permanece y perdurará a lo largo de toda la historia: una fuerza que se llama amor.

«El amor da plenitud a todo, incluso al tiempo; y Jesús es el “concentrado” de todo el amor de Dios en un ser humano. San Pablo dice claramente por qué el hijo de Dios nació en el tiempo, y cuál es la misión que el padre le ha encomendado: nació “para rescatar”. Esta es la segunda palabra que nos llama la atención: rescatar, es decir, sacar de una condición de esclavitud y devolver a la libertad, a la dignidad y a la libertad propia de los hijos», continuó.

Según el Papa, la esclavitud a la que se refiere el apóstol es la de la «ley», entendida como un conjunto de preceptos a observar, una ley que ciertamente educa al hombre, que es pedagógica, pero que no lo libera de su condición de pecador, sino que, en cierto modo, lo «sujeta» a esta condición, impidiéndole alcanzar la libertad de hijo.

Aseguró que Dios padre envió al mundo a su hijo para erradicar del corazón del hombre la esclavitud antigua del pecado y restituirle así su dignidad, porque del mismo corazón humano salen todas las intenciones perversas, las maldades que corrompen la vida y las relaciones.

Entonces instó a detenerse para reflexionar –con dolor y arrepentimiento– porque, también en este año que llega a su fin, muchos hombres y mujeres han vivido y viven en condiciones de esclavitud, indignas de personas humanas. Un fenómeno que, siguió, también ocurre en la ciudad de Roma donde hay hermanos y hermanas que, por distintos motivos, se encuentran en esta situación.

«En particular, pienso en tantas personas sin hogar. Son más de diez mil. Su situación es especialmente dura en los meses de invierno. Todos son hijos e hijas de Dios, pero diferentes formas de esclavitud, a veces muy complejas, los han llevado a vivir al borde de la dignidad humana. También Jesús nació en una condición análoga, pero no por casualidad o por accidente: quiso nacer de esa manera para manifestar el amor de Dios por los pequeños y los pobres, y lanzar así la semilla del reino de Dios en el mundo. Reino de justicia, de amor y de paz, donde nadie es esclavo, sino todos hermanos, hijos del único padre», estableció.

Continuó asegurando que la Iglesia de Roma no quiere ser indiferente a las esclavitudes del tiempo actual, ni simplemente observarlas y socorrerlas, sino que quiere estar dentro de esa realidad, cercana a esas personas y a esas situaciones. Por eso, al celebrar la divina maternidad de la Virgen María, animó a que la Iglesia practique esa forma de maternidad. Porque, contemplando este misterio, se puede reconocer que Dios «ha nacido de una mujer» para que todos puedan recibir la plenitud de la propia humanidad.

«Por su anonadamiento hemos sido exaltados. De su pequeñez ha venido nuestra grandeza. De su fragilidad, nuestra fuerza. De su hacerse siervo, nuestra libertad. ¿Cómo llamar a todo esto, sino amor? Amor del padre y del hijo y del espíritu santo, a quien esta tarde la santa madre Iglesia eleva en todo el mundo su himno de alabanza y de agradecimiento», sentenció.

Al concluir la celebración de las vísperas, el Papa pudo visitar los monumentales adornos navideños colocados en el centro de la Plaza de San Pedro y tuvo la oportunidad de convivir con cientos de fieles que se reunieron allí para saludarlo.

Andrés Beltramo Álvarez. Ciudad del Vaticano / Vatican Insider