¿Feliz Navidad? - Alfa y Omega

Hoy recordé un villancico que cantábamos en los asilos en tiempos de tuna y juventud y que hacía llorar a los ancianos: «Ay, qué triste es andar por la vida por sendas perdidas, lejos del hogar, sin oír una voz cariñosa que diga amorosa llegó Navidad». No es fácil celebrar la Navidad en el Processing Center sin oír esa voz cálida y cariñosa que diga con ternura que «ya llegó la Navidad». Ninguna voz puede sustituir a la de los que uno ama. Tampoco la mía. Todos llevan clavada en el alma la ausencia de sus seres queridos. No importa que hoy hayamos celebrado la Eucaristía Rafael y yo para darle más solemnidad, y que nos sientan cercanos. No tenemos una varita mágica que cambie su dolor en gozo y su vacío en plenitud. Y no es 24 de diciembre, es 21, pero solo se nos permite celebrar la Misa los viernes. Cantamos villancicos, pero el feliz Navidad, próspero año y felicidad me suena hueco y no logro disimular mi tristeza.

Una madre se me acerca, me abraza y me dice que rece por sus hijos. Me da llorando sus nombres: Dilmer Alberto, Orlin Antonio, Ángel y José Luis. A los cuatro los acaban de matar en Honduras. Me pide que rece para que la dejen volver pronto. El Gobierno ha endurecido las condiciones para pedir asilo. Ya no sirve la amenaza de alguna banda, o el haber sido desplazados por algún cartel de la droga. Para cualificar para asilo, la persecución debe ser por razones exclusivamente políticas.

He bajado a mi parroquia con los ánimos por los suelos. A las 18:30 celebramos otra Posadita, esa bonita y tierna tradición mexicana. Los niños rompen la piñata de la estrella de siete puntas. Me han contado que representa a los siete pecados capitales. Y la avaricia está entre ellos. La misma avaricia que hace que los pueblos poderosos exploten todos los recursos de los pueblos pobres, permitiendo que millones de personas deban de sobrevivir con menos de un dólar al día. Al menos la Posada tiene final feliz: «Entren santos peregrinos, reciban este rincón, que aunque es pobre la morada, se la doy de corazón». Le digo a mi gente que ese es el sentido de la Navidad: dejar en nuestro corazón un lugar para el que viene de lejos y compartir nuestro pan y nuestra morada. Nos lo recuerda la Sagrada Escritura: «Al forastero que vive junto a vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo» (Levítico 19,34). Ninguna ley puede impedir que ame a mi hermano, aunque venga de lejos, aunque no tenga mi piel, ni mi cultura. También a José y María se le cerraban las puertas. Y tuvieron que caminar horas infinitas hasta dar con el pesebre donde naciera el Niño Dios.

Nuestro árbol se va llenando poquito a poco de regalos que compartiremos en Ciudad Juárez con los niños de la calle. Ningún muro puede impedirnos compartir lo que somos y tenemos con los que tienen menos. Porque en el compartir es lo que llena nuestra casa, nuestra mesa y nuestro corazón de alegría Feliz Navidad.