«Iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia» - Alfa y Omega

«Iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia»

Festividad de la Sagrada Familia

Daniel A. Escobar Portillo
El hallazgo del Salvador en el templo, de William Holman Hunt. Museum & Art Gallery de Birmingham

A lo largo del último siglo se han introducido, de modo paralelo al curso normal del año litúrgico, determinadas fiestas que tratan de subrayar algún misterio de la vida del Señor. Hace unas semanas celebrábamos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Ahora nos hallamos ante una fiesta instaurada unos años antes, por el Papa León XIII. Poniendo el foco en la familia de Nazaret se destaca no solo el carácter familiar de las fiestas navideñas, sino también un aspecto esencial de la revelación de Dios a los hombres. Además, la tradición de la Iglesia ha visto en la familia un icono de la Santísima Trinidad, como lugar en el que se da una comunión de amor, en una entrega interpersonal y, al mismo tiempo, fecunda.

Un acontecimiento concreto

Tras la celebración de la encarnación y del nacimiento del Señor descubrimos que este acontecimiento toma cuerpo en el ámbito de una familia humana. Este ha sido el camino primero y ordinario escogido por Dios para encontrarse con la humanidad. Una nota que llama la atención es que el pasaje que leemos no se detiene en describir explícitamente las cualidades de Jesús, de María y de José, sino en narrar una situación de angustia, ante la pérdida del niño Jesús en el Templo de Jerusalén durante la fiesta de la Pascua. A partir del Evangelio tampoco es posible formular una norma de comportamiento sobre cómo ha de ser la vida familiar. Serán la primera lectura, del libro del Eclesiástico, y la segunda, de la carta de san Pablo a los Colosenses, las que tracen, conforme a la inspiración de Dios, las líneas básicas de la institución familiar. El Eclesiástico, escrito unos 200 años antes de Cristo, canta las bendiciones prometidas por el Señor a quien honra, respeta y cuida a sus padres. Por su parte, san Pablo inserta la vida familiar en el ámbito del mandato del amor que ha de guiar a cualquier grupo de cristianos. Con todo, pese a no incluir Lucas enseñanzas determinadas sobre la familia, a partir del texto que leemos se deducen varias consecuencias. En primer lugar, no existe la familia ideal, sino la familia real y concreta. Quizá hubiéramos esperado un pasaje en el que destacara la armonía y ausencia de problema alguno en la Sagrada Familia. Sin embargo, en la escena predomina la angustia, la sorpresa y la falta de comprensión inicial por María y José. En segundo lugar, afirma el Evangelio que Jesús «estaba sometido a ellos», es decir, vivía bajo una autoridad. De este modo, la familia, como espacio natural de la concreción del amor de Dios al hombre, camina bajo unos lazos de autoridad, donde la educación de los hijos constituye una tarea primordial para los padres. Pero ello no significa la anulación de la voluntad de los hijos. De hecho, la expresión más contundente y clara del Evangelio de este domingo es la de Jesús cuando alega: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».

La ayuda al crecimiento humano y espiritual

El ejercicio de la autoridad por parte de los padres no consiste, por lo tanto, en el establecimiento de unos lazos de dominio sobre los propios hijos, sino en la colaboración con Dios para que puedan ser libres, teniendo en cuenta que la libertad verdadera consiste en desarrollar al máximo la capacidad de elegir el bien, o, dicho de otra manera, en decir que sí a la voluntad de Dios. Cuando escuchamos que Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios, se sobreentiende que María y José cooperaron adecuadamente en la manutención humana del niño, pero, ante todo, se insiste en que inculcaron en el Señor las profundas raíces religiosas de su pueblo, para nunca anteponer nada a la voluntad de Dios.

Evangelio / Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que se enteraran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura, y en gracia ante Dios y ante los hombres.