La tentación del poder - Alfa y Omega

El 8 de diciembre fueron beatificados 19 mártires asesinados en Argelia en los años 90. Ese mismo día, Bannon y Le Pen se reunieron en el Parlamento de Flandes junto a los nacionalistas belgas para estampar su firma en el documento Stop Marrakech contra los Pactos por la Emigración impulsados por la ONU. Ambas imágenes me situaron ante esta disyuntiva: los católicos europeos estamos llamados a elegir entre la senda de los mártires o el enfeudamiento a quienes nos prometen la reconquista de la hegemonía perdida.

El poder nos tienta y no es sencillo resistirse a sus insinuaciones cuando se nos promete regresar a un orden social que nos evite desafíos como los que lanza la inclusión de emigrantes no cristianos, la homosexualidad, la tecnocracia, la bioeconomía, la indiferencia religiosa, los populismos xenófobos o la crisis de confianza en la democracia representativa. El dilema ante tantas inquietudes es claro: o testimonio, o poder. Primado de lo espiritual o primado de la política. O estamos dispuestos a ser rechazados –en este sentido me refería al martirio–, o acabaremos comprometiendo nuestra opción fundamental.

Jean Luc Marion planteó con toda crudeza el sentido del dilema que acecha a los cristianos en su discurso de ingreso en la Academia de Francia. «Su elección bautismal no les destina más que a dar testimonio de la salvación que Dios ha introducido en la humanidad a través de la presencia de Cristo. Más aún, ¿por qué la Iglesia no debería seguir el mismo camino que Cristo inauguró? Si el discípulo no es más que el Maestro, ¿por qué la comunidad de los creyentes debería sustraerse a la prueba del abandono y de la muerte si quiere acceder a la Resurrección?».

Europa necesita a los católicos pero el cristianismo no es un elemento de orden social. Algo va mal cuando los propios cristianos dejamos de creer en la fuerza histórica de nuestra fe. Es lo que sucede cuando, lejos de contribuir con nuestras propias fuerzas a reforzar la cohesión social o sanar las heridas que las crisis de corte globalizador están dejando en nuestras sociedades, ponemos nuestra confianza en cambios electorales o reformas legislativas.

La Iglesia de Francia ha hecho una propuesta que bien podría cruzar fronteras. Los católicos contamos con una red de parroquias en las que se reza, se celebra la Eucaristía y se vive en familia. No se trata de ocupar el lugar de política, sino de que la Iglesia católica ofrezca su testimonio en los espacios que sí le son propios para contribuir a fomentar la fraternidad social.