Cien años del nacimiento del Partido Popular Italiano - Alfa y Omega

Cien años del nacimiento del Partido Popular Italiano

El sacerdote Luigi Sturzo creó un partido de masas que, desde el reconocimiento de la autonomía de la política, rechazaba el modelo de partido clerical o confesional. Su aportación fue fundamental en la evolución del pensamiento católico en materia política y marcó un capítulo estelar en la historia de la democracia cristiana europea

Eugenio Nasarre
Don Luigi Sturzo con algunos congresistas en el congreso del PPI de Venecia en octubre de 1921

El 18 de enero de 1919, hace ahora cien años, se fundaba en el hotel Santa Clara de Roma, a la espalda del Panteón, el Partido Popular Italiano. Nacía un nuevo tipo de partido, que sería decisivo para canalizar el compromiso político de los cristianos en las democracias contemporáneas europeas. Un nuevo tipo de partido que estaría llamado a ser una fuerza determinante para la reconstrucción de las democracias tras la II Guerra Mundial y para impulsar el proyecto de integración europea, con la finalidad de asegurar la paz en el continente bajo los valores de la libertad, la solidaridad y el imperio del derecho.

En una sala de aquel hotel romano un sacerdote siciliano nacido en Caltagirone en 1871, acompañado de diez personalidades del mundo católico italiano, lanzaba un llamamiento a «todos los hombres libres y fuertes que sientan el deber de cooperar a los fines supremos de la patria bajo los ideales de justicia y libertad». En aquel manifiesto fundacional se contenía el programa, sintéticamente expuesto en doce puntos, del nuevo partido. Tenía como rasgos sobresalientes, en el marco de la plena aceptación de la democracia liberal y del Estado de Derecho, un marcado carácter social (propugnando una legislación social nacional e internacional, el establecimiento de un sistema de previsión social más allá de la beneficencia y de la asistencia pública, un sistema tributario con impuestos progresivos, la libertad sindical). Eran signos de identidad de la nueva formación: la defensa de una protección integral de la familia; la libertad de enseñanza, así como la libertad de la Iglesia y de conciencia. Y, en los aspectos propiamente políticos, propugnaba un Estado descentralizado, «que reconozca los límites de su propia actividad» (principio de subsidiariedad), con amplia autonomía a los municipios y a las regiones y un sistema electoral de carácter proporcional, con el voto de las mujeres, que expresara el pluralismo político de la sociedad y superara las viejas prácticas caciquiles. Finalmente, tenía una impronta «internacionalista» en favor de la paz, al propugnar una Sociedad de Naciones como árbitro de la vida internacional, con la prohibición de «tratados secretos», la abolición del servicio militar obligatorio y el camino hacia un «desarme universal».

Un partido de masas interclasista

El sacerdote Luigi Sturzo con 80 años. Foto: Edizioni Il Borghese

El llamamiento de Sturzo tuvo un gran éxito. En pocas semanas se superaron los 56.000 afiliados en más de 200 secciones repartidas por todo el país. Estaba naciendo un nuevo partido de masas, a diferencia de los clásicos partidos oligárquicos del XIX. Solo hasta entonces los partidos de identidad marxista, los partidos de clase, eran de amplia afiliación. La idea de Luigi Sturzo era crear un partido «interclasista», de ancha base popular, precisamente para incorporar a la vida política a quienes hasta entonces estaban marginados de las grandes decisiones que afectaban a sus vidas y conformaban el bien común de la nación. El Estado estaba asumiendo nuevas tareas y no era aceptable que los ciudadanos estuvieran excluidos de orientar las políticas nacionales. Era imprescindible ensanchar la participación (no solo a través del sufragio) y no dejarla en monopolio a los partidos de clase.

Cinco meses después de la celebración de su congreso fundacional (Bolonia, junio de 1919) el Partido Popular concurrió a las elecciones convocadas en noviembre del mismo año. Obtuvo un notable éxito, con el 20,5 % de los votos y 100 escaños de los 508 que componían la Cámara. Era ya el segundo partido en votos y escaños, solamente detrás del Partido Socialista. Pero la vida del Partido Popular Italiano fue breve. Tras la toma del poder de Mussolini en 1923, sufrió los avatares del proceso de instauración del régimen fascista, que provocó su desaparición a comienzos de 1927, tras la disolución del Parlamento por Mussolini y el comienzo de su dictadura.

Luigi Sturzo se vio obligado a exiliarse en Londres y Alcide De Gasperi, el secretario político del partido y jefe de su grupo parlamentario, era procesado y condenado a cuatro años de cárcel, pena que quedó reducida a 16 meses de prisión, tras la cual fue acogido como empleado de la Biblioteca Vaticana, desde donde reconstituyó la que ya adoptaría el nombre de Democracia Cristiana, tras la caída del fascismo en julio de 1943.

Rechazo del confesionalismo

¿Quién era Luigi Sturzo, el creador de este nuevo tipo de partido? ¿Cuál fue su contribución en relación con el problema de la participación de los católicos en la vida pública? Sturzo era un sacerdote siciliano, gran emprendedor y con gran capacidad de liderazgo, que había asumido con entusiasmo el programa social del pontificado de León XIII y se había nutrido del clima de renovación intelectual y eclesial de la Universidad Gregoriana de Roma de fin de siglo, en la que se había doctorado. En aquellos momentos el catolicismo italiano vivía bajo el peso del non expedit de la Santa Sede, que establecía la prohibición a los católicos de participar en la vida política del Estado italiano por usurpador de los Estados Pontificios («ni electores, ni elegidos»). ¿Qué hacer ante esta automarginación? El primer programa de León XIII consistía en primar la acción en el campo social de los católicos. Era un programa de acción para poner en práctica organizadamente, aunando esfuerzos, las enseñanzas expuestas en la Rerum Novarum para hacer frente a la cuestión social.

Los delegados del último congreso del Partido Popular Italiano celebrado en Roma, en 1925 junto al retrato de don Sturzo, exiliado en Londres

Pero las reflexiones de Luigi Sturzo le llevaron a considerar como solución insuficiente el compromiso cristiano en el campo de las obras sociales. En un sistema democrático, basado en la participación, esa opción reductiva significaba tanto como mutilar la condición del católico como ciudadano. Había que dar un paso más en el estricto terreno de la política.

En su famoso Discurso de Caltagirone (1905) están ya delineadas las líneas maestras del pensamiento sturziano, que acabará poniendo en práctica con la fundación del Partido Popular Italiano. En primer lugar, Sturzo comprende lúcidamente el papel de los partidos como «cauce privilegiado de la participación política en un sistema democrático». Por ello, el cristiano debe plantearse de frente y no sortear el problema de qué debe ser un partido político en una sociedad democrática y cuál debe ser su actitud ante tal realidad.

La respuesta que da Sturzo es el rechazo del modelo de partido clerical o confesional, sometido a las directrices eclesiásticas y en el que el contenido religioso y de defensa de los intereses vitales de la Iglesia fuera la base de su programa. La única posibilidad de que el católico pueda insertarse en la vida política democrática es mediante el pleno reconocimiento de la autonomía de la política, es decir, de la aceptación de que el cristiano, en el momento en que ejercita su compromiso político y entra en la competición partidista propia de la sociedad democrática, tiene un campo autónomo de acción, que no tiene que comprometer a la Iglesia en su conjunto. Sturzo siempre rechazó definir a su partido como «el partido de los católicos» con la pretensión de representar en su totalidad al mundo católico.

Un nuevo cuerpo doctrinal

De Gasperi, Cavazzoni y Sturzo salen de la sede Partido Popular en 1921. Foto: 30 giorni

Pero la reivindicación de la autonomía de la política no era incompatible para Sturzo con la posibilidad y el derecho de los cristianos a agruparse políticamente y a concretar su compromiso en plataformas (partidos) que se inspirasen en los «principios éticos del catolicismo». La intuición de Sturzo fue que el cuerpo doctrinal que el pensamiento cristiano había ido elaborando en torno a los problemas sociales del mundo contemporáneo podía alimentar, con otras aportaciones coherentes con tales principios, un programa político de carácter nacional con ideas y propuestas no defendidas por otros partidos, lo que contribuía al enriquecimiento del debate democrático. La opción sturziana nace, pues, de un preciso juicio histórico, del que se deriva la obligación de los católicos –«como un núcleo de hombres con un ideal y una vitalidad específica»– de plantearse en cada circunstancia histórica «el problema nacional» (y ahora llamaríamos también el problema europeo).

La aportación de Sturzo fue fundamental en la evolución del pensamiento católico en materia política. Diseñó el nuevo modelo de partido que sirvió de cauce para incorporar a la vida política a amplios sectores de católicos. Y elaboró un cuerpo de doctrina en relación con el papel del Estado y sus límites, la defensa de las libertades, el reformismo social, el principio de subsidiariedad, el protagonismo de la sociedad y de sus iniciativas, la superación de los nacionalismos cerrados en sí mismos, que constituyó el núcleo de las propuestas que caracterizaron a los partidos demócrata-cristianos, que se expandieron a lo largo del continente europeo y de América Latina.

Un siglo después las circunstancias políticas han cambiado substancialmente. La secularización de la sociedad europea obliga a nuevos planteamientos y, tal vez, nuevas estrategias. Pero la tradición de los partidos de carácter demócrata-cristiano, que protagonizaron una de las páginas más brillantes de la historia contemporánea europea, precisamente en su tarea de reconstrucción de las democracias tras la Segunda Guerra Mundial y el auge de los totalitarismos así como en iniciar el camino de la Europa Unida, no puede tirarse por la borda. Es un legado precioso, que debe servirnos en estos también tiempos difíciles.