Padre nuestro, Padre de ambos - Alfa y Omega

Padre nuestro, Padre de ambos

Presintiendo el martirio, Christian de Thibirine escribía su «amigo del último instante que no sabrás lo que estés haciendo»

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: AFP/Ryad Kramdi

El sábado fueron beatificados en Orán (Argelia) los siete trapenses franceses del monasterio de Tibhirine, secuestrados y degollados en 1996 por el GIA, y otros doce mártires asesinados entre 1994 y 1996. En aquellos años, Argelia se convirtió en un lugar de dolor y muerte para millones de musulmanes, y junto a ellos permanecieron estos misioneros a riesgo de sus propias vidas. Hicieron suya la suerte de sus hermanos hasta el final. Su fe los convertía en objetivos de los terroristas, pero también en testimonios vivos de cómo puede morir, sí, pero sobre todo de cómo quiere vivir un seguidor de Cristo.

La beatificación del sábado quiso ser un gesto para «crear una dinámica nueva de encuentro y convivencia» entre cristianos y musulmanes, como pidió el Papa Francisco en un mensaje leído por el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Angelo Becciu. «Al recordar la muerte de estas 19 víctimas cristianas, los católicos de Argelia y el mundo quieren celebrar la fidelidad de estos mártires al proyecto de paz que Dios inspira a todos los hombres», añadió el Pontífice, encomendando al mismo tiempo a «todos los hijos e hijas de Argelia que fueron, como ellos, víctimas de la misma violencia».

La Iglesia de estos nuevos beatos es una Iglesia de mártires, es decir, de testigos. Ellos dan testimonio de Cristo como hizo el hermano Christian de Tibhirine, que escribió estas líneas poco antes de que lo mataran: «Evidentemente, mi muerte parecerá darles razón a quienes me han tratado sin reflexionar como ingenuo o idealista. Pero estas personas deben saber que, por fin, quedará satisfecha la curiosidad que más me atormenta. Si Dios quiere podré, pues, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto con Él a sus hijos del islam, así como Él los ve, iluminados todos por la gloria de Cristo, fruto de su Pasión, colmados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias. De esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios porque parece haberla querido por entero para esta alegría, por encima de todo y a pesar de todo. En este gracias, en el que ya está dicho todo de mi vida, los incluyo a ustedes, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a ustedes, amigos de aquí, junto con mi madre y mi padre, mis hermanas y mis hermanos y a ellos, ¡céntuplo regalado como había sido prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo, sí, porque también por ti quiero decir este gracias y este a-Dios en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amén. Inshalá».

Creo que no hace falta añadir nada más.