La espera - Alfa y Omega

En cierta ocasión, queriendo dar una sorpresa a mi familia, me presenté de improviso en casa. Mis padres se alegraron de tenerme con ellos esos días, gocé al ver la cara que pusieron al verme aparecer sin previo aviso. Después, cuando me disponía a irme, mi madre me dijo que había estado muy bien la sorpresa, pero que para otra vez la avisara, que no le quitara la alegría de esperarme.

Comprendí que la espera adelanta la presencia del que está por venir. Se van contando los días, mirándolos en el calendario y se señalan como un horizonte que se divisa a lo lejos, que acariciamos y al que nos encaminamos con gusto, acortando poco a poco la distancia. Se aligeran los pasos y se ilumina la mirada, mientras pensamos que ya queda menos para encontrarnos. Se comienzan entonces a recrear los espacios, a preparar las cosas con ilusión, esos mil detalles con los que queremos recibir a quien queremos. Así, cuando llega el día esperado, tenemos tan preparado el corazón que el gozo ha ido creciendo en nosotros en la medida del deseo. Esta es la dulce espera de la que mi madre me dijo que no quería que la privase.

Cuando llega el Adviento recuerdo aquello y compruebo qué impacientes nos hemos vuelto en nuestra sociedad. Es un tiempo litúrgico que pasa inadvertido para la mayoría, como si no tuviera sentido esa espera amable y paciente del misterio que queremos celebrar. La sociedad de consumo se encarga de ofrecernos resplandores artificiales mientras nos va robando lo que de verdad importa: la ilusión y la esperanza que se forja en la paciente espera. Los liturgistas del mercado nos quieren hacer creer que da lo mismo un día que otro, en las grandes superficies comerciales se puede celebrar la Navidad en cualquier momento.

Pero es ahora cuando la Iglesia se dispone a esperar, como un vigía en la noche de este mundo, hasta que la aurora rompa. Mientras, guarda silencio, ora y medita textos como este de Isaías, que nos van preparando el corazón: «El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Lo ha dicho el Señor. Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación».