No aprendemos - Alfa y Omega

No aprendemos

Eva Fernández
Foto: REUTERS/Philippe Wojazer

El mundo es uno de esos lugares a los que hay que acostumbrarse. Sus habitantes tenemos el poder de hacerlo mejor o de aniquilarlo. No aprendemos. Más de 70 jefes de Estado y de Gobierno se dieron cita en París para conmemorar uno de los momentos más terribles de nuestro tiempo, la Primera Guerra Mundial, una catástrofe colectiva que dejó entre el barro de las trincheras a más de diez millones de personas y se convirtió en el detonante de otro conflicto mucho peor. Por las pantallas de las televisiones han ido desfilando las fotos de familia de quienes políticamente son los herederos de aquellos que con sus decisiones borraron de un plumazo una generación entera en Europa.

El revanchismo de vencedores y vencidos cambió el mapa del mundo. Pero no tanto a las personas. En París, al pie del Arco del Triunfo, bajo una lluvia persistente, se hizo evidente que las tensiones que dividen el mundo siguen estando latentes. No aprendemos. Pese a toda la sangre derramada y a los deseos de paz, la Gran Guerra se cerró en falso en un pequeño vagón de tren en un bosque francés hace ahora cien años. Del ángelus del Papa se me quedó una frase colgando: «¡Invirtamos en la paz y no en la guerra!». Francisco, que no deja nada al azar, recordó la gráfica definición utilizada por Benedicto XV al referirse a este conflicto: «una matanza inútil». Las celebraciones en recuerdo del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial están sacando a la luz imágenes de cementerios repletos de hileras de cruces blancas. Tenemos una deuda histórica con quienes murieron sin saber por qué lo hacían. Su recuerdo debe convertirse en una mirada al futuro que olvide un pasado de divisiones.

Detrás de las fotos de familia de los políticos en París existen cientos de miles de personas dispuestas a proteger unos principios que siempre deberían estar en el horizonte de Europa. Según Francisco, «las páginas de la historia del primer conflicto mundial son para todos nosotros una severa advertencia a rechazar la cultura de la guerra y a buscar por todos los medios legítimos poner fin a los conflictos que todavía ensangrientan bastantes partes del mundo». A nosotros nos toca permitir que las próximas generaciones sigan disfrutando del periodo de paz más largo de la historia de Europa. Si finalmente aprendemos, no habrá necesidad de subir a un vagón de un tren para firmar el armisticio de otra guerra.