17 de marzo: san Patricio, el joven descreído que se convirtió entre piratas
Secuestrado por corsarios cuando tenía 16 años y esclavizado en Irlanda, acabó evangelizando la tierra de sus captores tras escucharlo en sueños. El ahora patrón del país llegó a bautizar a millares de personas
A veces, el sufrimiento es la única herramienta que le queda a Dios para lograr la conversión de alguien, aunque se tenga que valer de unos piratas, como pasó con el mismísimo patrono de Irlanda. San Patricio nació a principios del siglo V en la isla de Gran Bretaña, en un lugar indeterminado cuya localización se han disputado durante siglos ingleses, escoceses y galeses. De su pluma se conservan dos documentos, una carta a unos soldados y su Confesión. Este último es la más abundante fuente biográfica que conocemos.
Su padre era senador y recaudador de impuestos, además de diácono, y su abuelo era sacerdote. Sin embargo, él era un joven descreído de todo lo referente a la fe. Cuando tenía 16 años, una banda de piratas llegó a su tierra e hizo prisioneros a multitud de sus habitantes. Así fue llevado a la fuerza a Irlanda hacia el año 432, donde sus nuevos amos lo mandaron al campo a cuidar ganado.
Para el santo, aquel tiempo como esclavo marcó profundamente su conversión. Mientras trabajaba como pastor, «más y más crecía en mí el amor de Dios, mi temor de él y mi fe», reconocería. Allí, a solas, pronunciaba cientos de oraciones al día, las que había escuchado en su familia de niño. «Me quedaba en los bosques o en la montaña y me despertaba antes del amanecer para orar en la nieve, en el frío helado, en la lluvia, y no me sentía enfermo ni perezoso, porque el Espíritu estaba ardiendo en mí», escribió más tarde.
Después de seis años tuvo un sueño en el que una voz le auguró: «Pronto partirás hacia tu país de origen». Al poco tuvo otro sueño. La misma voz le dijo: «Tu barco está listo». Así que huyó de sus captores y se encaminó hacia el mar. Encontró aquel barco y convenció a sus marineros para zarpar hacia el este. Después de tres días llegaron a Gran Bretaña y se adentraron en una zona inhóspita, sin víveres ni agua. Caminaron 28 días sin rumbo, hasta que sus compañeros le dijeron: «Tú, cristiano, dices que tu Dios es grande y todopoderoso. Entonces, ¿por qué no oras por nosotros? Vamos a morir de hambre». Patricio lo hizo y, de repente, una piara de cerdos apareció ante ellos y pudieron saciarse.
Al fin consiguió llegar hasta la casa de sus padres, pero no se acabaron ahí ni las aventuras ni los sueños. Una noche, mientras dormía, tuvo una visión de un hombre que leía una carta en la que hablaba de «la voz de los irlandeses», mientras, al mismo tiempo, unos hombres gritaban al otro lado del mar: «Te suplicamos que vengas de nuevo entre nosotros». Otro sueño posterior vino a confirmar aquello: «El que dio su vida por ti es quien habla dentro de ti», escuchó, para después despertar convencido de la misión a la que Dios le enviaba. Estaba resuelto a viajar de nuevo a la tierra que lo esclavizó, esta vez con la misión de liberar a aquellos que una vez lo prendieron. Tenía claro que había sido llamado para «ir al pueblo irlandés a predicar el Evangelio y soportar insultos y persecuciones hasta el punto de prisión, en beneficio de otros».
Años después, ya anciano, en su Confesión reconoció que llegó a bautizar «a millares de personas» y ordenó sacerdotes «por todas partes». Llevó a cabo su misión «siempre en peligro, hasta las regiones más lejanas, más allá de las cuales nadie vivía y donde nadie había penetrado antes». En todos aquellos años en Irlanda «muchos desearon con avidez matarme»; otros «saquearon todo lo que encontraron y me encadenaron», pero siempre salió indemne.
Así, el patrono de los irlandeses llegó a entender que a lo largo de su vida «Dios me había preparado para ser lo que estaba fuera de mi alcance, a fin de que me preocupara por la salvación de los demás». Y lo consiguió, pues san Patricio es considerado el apóstol de Irlanda, el que llevó a la isla una fe que perdura hasta el día de hoy.
San Patricio fue un modelo de inculturación a la hora de llevar el Evangelio a pueblos extranjeros. Ejemplo de ello es la conocida cruz celta, rodeada de un aro que simboliza el sol, cuya creación se le atribuye. El astro rey era para los pueblos a los que evangelizó una de las principales deidades, algo que el santo aprovechó para sus catequesis. En su Confesión escribe que «el sol que vemos nacer cada día nunca reinará, ni su esplendor durará»; en cambio, «nosotros no moriremos, los que creemos y adoramos al verdadero sol, que es Cristo».
Algo similar sucede con el trébol de tres hojas, un elemento de la naturaleza que san Patricio utilizó para explicar la Trinidad a los paganos y que forma parte ya de su iconografía.