Cotelo: «Nos llenamos la boca con la paz, pero la buscamos por los caminos del odio» - Alfa y Omega

Cotelo: «Nos llenamos la boca con la paz, pero la buscamos por los caminos del odio»

José Calderero de Aldecoa
Juan Manuel Cotelo durante el rodaje de El mayor regalo. Foto: Infinito+1

¿Por qué hablar de perdón ahora?
Porque es urgente, importante, necesario… ya que el perdón es realmente curativo, restaurador, eficaz, en el 100 % de los conflictos. Porque estamos saturados de odio, división, violencia, no sólo en territorios de guerra armada declarada, sino dentro de las familias y en los colegios, que en lugar de ser centros pedagógicos de amor, algunos se han convertido en escuelas de odio. Porque hay niños que heredan de sus padres y abuelos, los odios. ¡Conozco a jóvenes de 20 años que odian a personas que murieron hace 40 años! Suena absurdo, cómico, surrealista… pero es real. Y eso se debe a que sus padres les han amamantado con la leche envenenada del rencor, contagiando a sus propios hijos la herencia de sus propias heridas. El perdón es fundamental, si realmente aspiramos a vivir en paz. Y frente a la oleada de pesimismo que se extiende y se manifiesta en constantes quejas sobre la naturaleza humana… podemos y debemos reivindicar la fuerza del amor incondicional, del perdón, no como una bonita teoría, sino como una experiencia real, vivida por personas de cualquier condición, en todo el mundo. No es una utopía. Esta fiesta puede celebrarse en cualquier hogar, en cualquier sociedad, en cualquier territorio, por muy imposible que parezca alcanzar el final feliz. Quien dude… que vea El mayor regalo… y al salir haga la prueba con su propio conflicto. El éxito del perdón está garantizado.

¿Por qué decidió meter una parte cómica de ficción como hilo conductor de la película?
Hace muchos años, siendo estudiante, leí una frase de Chesterton, que me entusiasmó: «el humor es una delicada cortesía con el lector». Y yo lo aplico a mis películas. Diría que el humor es como el aderezo de un buen plato de carne. La carne puede comerse cruda, sin duda, pero resulta más fácil su digestión si se acompañada de aceite, ensalada, salsita, un vaso de vino… Yo procuro cocinar todas mis películas con unas buenas dosis de humor, con bromas que no sólo sean divertidas, sino que además inviten a la reflexión y no ofendan a nadie. Veo con demasiada frecuencia que se usa el humor como arma arrojadiza. Y eso me parece muy poco divertido, aunque todo el mundo se ría. En Ruanda, por ejemplo, hubo durante muchos años un programa en la radio oficial, que se burlaba de los tutsis, a quienes llamaban «cucarachas». Esos periodistas y comediantes eran tan graciosos… tan divertidos… tan inocentes… tan legales… que usaron el humor y la libertad de expresión para generar odio… y lo consiguieron. Con tristeza veo que así sucede también en España, constantemente.

Y en cuanto a la mezcla de ficción con documental… se trata de una ficción que ayuda a comprender mejor nuestra sociedad actual, en donde nos llenamos la boca diciendo que queremos la paz, pero la buscamos por los caminos de la violencia y el odio. No conozco a un solo político que no diga que aspira a la paz… pero en la práctica promueven y practican con suma habilidad la retórica de la humillación, la división y el odio hacia quien piensa diferente. Y todos aplaudimos ese espectáculo público de enfrentamientos dialécticos, como en el Circo Romano. También lo vemos en el deporte, donde se promueve la sana competencia en las entrevistas y en la publicidad… pero en el campo prefieren lastimar al jugador contrario, antes que encajar un gol. Vivimos rodeados de contradicciones. En El mayor regalo representamos nuestra sociedad a través de una ficción: un poblado del Far West, llamado Hateful Town, que aún se rige por la ley de «ojo por ojo, diente por diente». Y así les va. Y así nos va.

Parece que la gente entiende la importancia de pedir perdón ante casos grandes, ante cosas gordas, pero ¿qué pasa con el día a día? ¿El perdón solo está reservado para momentos especiales?
No logro distinguir qué es «gordo» y qué es «poca cosa». Tal vez ahí empiece el problema de muchos conflictos. En que no damos importancia a las heridas de apariencia pequeña que provocamos a los demás… y nos vamos acostumbrando a difamar a alguien, a humillar con una bromita, a pensar mal de otra persona, a ignorarla, a sentirnos superiores moralmente… y poco a poco perdemos la sensibilidad, y reservamos el perdón para cuando llegue algo «realmente gordo». De este modo, vamos haciéndonos insensibles al dolor que nosotros mismos provocamos a nuestro alrededor. Lo he visto, por ejemplo, en cómo tratan algunos profesores a sus alumnos, con un sentimiento de superioridad que humilla a los estudiantes a base de gritos, a base de frases hirientes, ironías… sin que den importancia a nada de eso, por considerarlo pecata minuta. Y aunque no sentimos remordimientos por esas ofensas que vamos provocando… sí nos irritamos cuando somos los ofendidos. Gracias a haber filmado El mayor regalo, he descubierto algo que en realidad es obvio: todo lo «gordo» vino precedido de cosas «flacas». Hasta el punto de que un preso me dijo, dentro de su celda: «¿sabes cuál es el arma más peligrosa, de destrucción masiva? ¡La boquita! Con la boca puede hacerse mucho más daño que con cualquier fusil». Por eso, antes de fijarnos en lo malo que hacen los demás, conviene repasar cuántos heridas hemos causado con nuestra falta de delicadeza hacia los demás.

El odio no solo se aprecia en las películas, también campa a sus anchas en la vida real. Un caso significativo fue el asesinato en Almería del niño Gabriel. ¿Qué le parece la reacción que tuvieron cientos de personas pidiendo venganza contra la detenida, Ana Julia? ¿Y la de la madre del niño?
Uno de los personajes de ficción en El mayor regalo es, precisamente, la masa. Es muy fácil encender a la masa, alentar sus iras… Las reacciones de odio colectivo pueden prenderse en cualquier momento… y es comprensible, porque la masa no tiende al silencio y a la reflexión, sino al alboroto inmediato. Y la masa se retroalimenta con sus propios gritos. Por suerte, en algunos conflictos masivos, a veces aparece alguien que pone cordura y mesura, con una voz dulce y serena. Así lo vivimos con la madre de aquel niño, Gabriel. La que más argumentos podía esgrimir en favor del odio… calmó los corazones airados con una invitación al amor. ¡Menuda lección preciosa! Si todos los líderes educativos, sociales, deportivos, artísticos, religiosos, culturales y políticos promovieran el amor… todo nuestro mundo cambiaría. La primera responsabilidad es, sin duda, de los padres.

Este caso, junto con el de Diana Quer y algunos otros, reabrieron el debate en España sobre la cadena perpetua revisable. ¿La cárcel y el perdón son antónimos? ¿Es compatible la cadena perpetua revisable con el perdón?
Voy a responderle con un recuerdo de mi infancia. Mi padre me castigó un día… porque me había portado mal, claro. Y yo, queriendo chantajear a mi padre, le preguntaba entre lágrimas: «pero papá, ¿tú me perdonas?». Y mi padre respondía: «Claro que te perdono». Y yo proseguía con mi chantaje: «Entonces… no me castigas, ¿verdad?». Y mi padre: «Claro que te castigo. Para que reflexiones, para que pienses en lo que has hecho mal y decidas no volver a hacerlo. Te quiero tanto… que te castigo a tu cuarto, sin que puedas salir hasta que pidas perdón a tus hermanos y a tu madre, por lo que has hecho». Y claro… yo pataleaba, me enfadaba, rabiaba… y me encerraban en mi cuarto, castigado. Hoy agradezco infinitamente a mis padres que me hayan castigado, cuando me portaba mal.

El perdón es absolutamente compatible con el castigo, siempre y cuando no entendamos «castigo» como «venganza», sino como «oportunidad». En estos cuatro años de producción de El mayor regalo he conocido a muchas personas que reconocen que lo mejor que les sucedió en su vida fue haber sido encarcelados. Porque ese período de encerramiento fue absolutamente beneficioso para sus personas y les brindó la oportunidad de un cambio real de actitud, de vida. El éxito no es encerrar a alguien para vengarnos por lo que hizo. Ese tipo de castigo no resuelve nada, sino que lo agrava. El castigado se reafirma en su error y la víctima se pudre en su odio. No hay paz, sino mera apariencia de paz. En cambio, cuando la cárcel se concibe como un servicio a la persona que ha delinquido y a toda la sociedad… el encerramiento puede provocar una transformación positiva total. Esto, claro, exige mayor esfuerzo y visión de futuro por parte de las autoridades, que la aplicación de unas penas que se limitan a buscar la venganza, para calmar a la masa. Ya hay países en los que se aplica la llamada «Justicia Restaurativa», que no se persigue dañar al delincuente, sino que aspira a regenerarlo como ciudadano y como persona. Y los resultados son magníficos, esperanzadores… ahí están, a la vista de quien quiera verlos. El final feliz de una agresión no es que el agresor se pudra de dolor en la cárcel, sino que recupere la belleza que algún día tuvo, tal vez en su más tierna infancia. Creo en ese milagro, porque ya lo he visto hecho realidad.

Un paso más allá de la cadena perpetua revisable, es la pena de muerte. La fiscalía de Estados Unidos la ha pedido recientemente para el neonazi de Pittsburg que mató a 11 judíos en una sinagoga. ¿Qué le parece que todavía exista la pena de muerte?
Una vergüenza para los países que se consideran a sí mismos progresistas, modernos, desarrollados… La pena de muerte es la respuesta cómoda para quien no está dispuesto a solucionar los problemas, sino que prefiere eliminarlos. Y no hablo solo de la pena de muerte fea, horrorosa, sangrienta y dolorosa, retratada en tantas películas, sino también de la pena de muerte disfrazada de caridad. Puesto que cuidar a un enfermo grave, o a un anciano… es difícil, es problemático, es costoso… somos tan generosos que le vamos a facilitar la muerte, sin que le duela. Le ponemos un bonito nombre a esta operación «muerte digna» y asunto arreglado. Qué contradicción tan bochornosa: se nos llena la boca hablando mal sobre los nazis… sobre esos presidentes de Estados Unidos que aplican la pena de muerte con silla eléctrica… sobre esos países islámicos que aplican leyes bárbaras… pero nos quedamos muy satisfechos con formas de matar silenciosas y elegantes, como la eutanasia o el aborto. Bienvenidos a Hateful Town, donde sabemos matar, sin salpicar de sangre. Los malos son ellos y nosotros somos… los buenos de la película, los progresistas, los defensores de la paz.