Quedarse en la superficie - Alfa y Omega

Quedarse en la superficie

Maica Rivera

Murakami inaugura saga con un primer libro protagonizado por un anodino retratista que recién abandonado por su mujer tras seis años de vida en común, confuso y aturdido, se retira a una casa aislada en el bosque. El improvisado refugio pertenece a un pintor famoso, por lo que no sorprendería demasiado que en el desván descubra un cuadro semiescondido, si no fuera porque el lienzo hace cruentos honores a su etiqueta, La muerte del comendador, aparece anunciado por ruidos inquietantes y, además, actúa como punto detonante (no sabemos si es el desencadenante literal) de una serie de acontecimientos que se irán revelando más sobrenaturales que domésticos. Agravará lo insólito de la situación la entrada en escena de un extraño vecino que le encargará al autoexiliado su propio retrato con una invitación a que libere sobre la obra su reprimido instinto artístico. A partir de aquí ya todo se disparará sin verosimilitud hacia lo fantasmagórico, sobre todo al entrar en juego el misterioso sonido de una campanita que dirigirá nuestros pasos hacia un templete sintoísta, ruinoso y abandonado, y a saber de ciertas leyendas de monjes budistas momificados en un atajo hacia el nirvana.

No entraremos en la polémica de si tenemos o no aquí a un Murakami más nipón según los cánones de la tradición, menos occidentalizado y menos pop. Lo importante es que parece estar a punto de cumplirse lo que tanto veníamos temiendo en la narrativa de este superventas profesional: la posmodernidad acabó ganando la partida a lo profundo. Como su personaje en su propio laberinto creativo, Murakami se agota en la forma frente al contenido. Se inspira o impulsa en elementos potentes de la tradición que, sin embargo, no hace suyos. Es más, despojados de su genuina espiritualidad, estos quedan como meros elementos decorativos de salón. Lógicamente, ni se disfruta ni se entiende nada desde el punto de vista de una galería de personajes que se confiesan «materialistas extremos». Y conste que el protagonista ya nos avisa en las primeras páginas de este «punto ciego» que «le hace perder siempre de vista las cosas importantes de la vida».

Cierto que Murakami sigue escribiendo para treintañeros en crisis. Pero de la forma en que ahora lo hace, frente a otras obras anteriores ejemplares como la famosa Tokio Blues o Al sur de la frontera, al oeste del sol, nos deja fríos. Recuerda a la etapa de hace algunos años del Paul Auster más metaficcional y, por eso, tomando sin ir más lejos el ejemplo de la evolución austeriana, queremos apostar por que esta novela sea tan solo el peaje de un tránsito hacia nuevos puertos narrativos aún inmaduros que serán con el tiempo más equilibrados y satisfactorios. Somos optimistas porque podemos comprobar que el autor no ha perdido la chispa genial en páginas como las que relacionan la superación del dolor por la pérdida de una hermana, con el arte, entendido este, y aquí radica lo dramático, más como desesperado artificio de la memoria que como catarsis. Confiemos en que ese y no otro sea el sendero de la siguiente novela.

La muerte del comendador. Libro I
Autor:

Haruki Murakami

Editorial:

Tusquets