Guarda tu lengua del mal - Alfa y Omega

Guarda tu lengua del mal

«Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad», aconseja el salmo. Éste es uno de los temas favoritos del Papa, que en su primer año de pontificado no ha dejado de advertir contra las habladurías, especialmente en el seno de la Iglesia. El problema -dice el sacerdote claretiano don Julio Sáinz- es que «no tenemos conciencia de la gravedad de este pecado»

María Martínez López

Ha vuelto a hacerlo. Por enésima vez, el Papa Francisco aprovechó el ángelus del domingo para prevenir contra las habladurías: «Muchas veces una buena acción origina habladurías, discusiones, porque hay algunos que no quieren ver la verdad». Las habladurías –chiacchiere en italiano, chimenterío en Argentina- se han convertido en uno de los temas estrella en la predicación del Santo Padre en este año de pontificado.

Ha hablado de ello en los ángelus y las Audiencias Generales; se lo dijo a los niños de Acción Católica: «Es fea la gente que habla mal de los demás. Las habladurías, ¿son cristianas, o no? ¡No! No se debe hacer nunca». Le ha dedicado en exclusiva varias homilías en Santa Marta -«cada vez que juzgamos a nuestros hermanos, o peor, cuando lo hablamos con los demás, somos homicidas»-; y también ha advertido contra las chácharas a los cardenales y a los miembros de la Curia, ante quienes se refirió a ellas como una especie de «ley no escrita de nuestros ambientes», que daña «la calidad de las personas, del trabajo».

Con su original estilo, el Papa ha puesto de moda el tema de los llamados pecados de la lengua, que atentan contra el octavo mandamiento. No se trata sólo de las diversas formas de la mentira. En esta categoría entran la adulación, la jactancia, la ironía que caricaturiza algo de forma malévola, y el juicio temerario: aceptar como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto de otro, incluso tácitamente. También la maledicencia, es decir, revelar defectos reales de alguien a quien los ignora, sin una razón objetivamente válida para ello.

Verdad… y caridad

El padre Julio Sáinz, claretiano con una larga experiencia en la vida pastoral, explica que, en esta cuestión, no importa sólo la verdad; también es fundamental la caridad. La maledicencia «puede ser causa de escándalo, o hacer que se pierda del todo la estima por una persona» que, aparte de esa falta de la que se le acusa, «tiene otras muchas facetas en las que quizá no tiene ningún defecto».

Aunque hablar así sea «un simple desahogo, hay que tener mucho cuidado», porque las palabras pueden escapar del entorno en el que se dicen, y «crear problemas graves. Además, si se lo cuentas a una persona cercana, te va a dar la razón incluso aunque no la tengas. Entre creyentes, el mejor desahogo es la dirección espiritual». Este sacerdote desaconseja incluso el comentar defectos ya conocidos. «Cuando me lo plantean, siempre pregunto: ¿Y si comentaran eso de ti? A nadie le gustaría». No es sólo un recurso pedagógico, pues -advierte- «si yo critico a alguien con otros, es fácil que otros me critiquen a mí».

Destruye el apostolado

Entre los muchos temas graves que preocupan al Papa, llama la atención la importancia que da a éste. El padre Sáinz lo atribuye a que «es algo muy frecuente. Los murmuradores y criticadores son la mayor cofradía del mundo. No sé si en la Iglesia hay más o menos murmuración que en el resto de la sociedad, pero sí hay mucha. Y a nosotros, que vivimos desde la generosidad, nos hace más daño». Además, aunque es algo de lo que arrepentirse, «no tenemos conciencia de su gravedad. Quizá éste sea, precisamente, el mayor peligro». Otro motivo de que el Santo Padre hable tanto sobre las habladurías puede ser -añade- que «destruyen el aspecto apostólico de los grupos». Si hay habladurías, «no hay posibilidad de que haya fuerza apostólica», o quedará eclipsada por «piques, luchas de poder… Y los mejores no querrán asumir el liderazgo» para no verse implicados en eso.

¿Cómo actuar, entonces, si se ve algo criticable? «La respuesta no es matemática, depende de las circunstancias. Pero lo primero es la corrección fraterna. Si ves mal algo tan importante» como para criticarlo ante otros, «antes de empezar con comidillas, corrige» a quien lo ha hecho. «Y si es más importante aún, dilo al superior. Muchas veces comentamos cosas sobre alguien, pero no le decimos nada a él, y luego le criticamos por no enmendarse». Y concluye: «Somos los guardianes de nuestro hermano».

«De la abundancia del corazón, habla la boca»

El padre Sáinz reconoce que el combate contra los pecados de la lengua, que muchas veces se han convertido en verdaderos hábitos, «es una lucha diaria. La tentación, ese primer juicio que se te presenta sobre el otro, no te la va a quitar nadie». Eso no es pecado, «pero puede serlo si me detengo en ello y empiezo a darle vueltas. Por eso, es bueno cortar, reorientar -no reprimir- ese pensamiento, para que no llegue a la lengua, ni tampoco se nos quede dentro haciendo daño. Ahí es donde hay que atacar: en el corazón, en el pensamiento. Porque si pensamos mal, hablaremos mal y, luego, actuaremos mal».

En este punto, el Catecismo recuerda la máxima ignaciana -que seguramente influya también en el Papa- de «ser más pronto a salvar la proposición [la intención] del prójimo que a condenarla». Pero eso es, para este sacerdote, «más bien un segundo paso». Antes aún, él recomienda una ayuda que a él mismo le ha hecho «muchísimo bien. Yo también caía a veces» en pensar mal «sobre mis hermanos de comunidad, y el Señor me inspiró esta jaculatoria para repetirla cuando tuviera esa tentación: Bendícelos, conviérteme. A base de repetirla, ya la digo de forma casi automática cuando tengo esa tentación. Me ha dado una libertad interior impresionante».