«¿Cómo seguir creyendo?» - Alfa y Omega

Junto a Miguel se encontraba su mujer, a la cabecera de la cama, para recoger y hacer suyo su último aliento. Estaban rodeados de sus hijos e hijas y algún que otro familiar más. La hija mayor me contó que es una mujer de mucha fe, como su padre, y que le ha ayudado mucho para vivir estos momentos, aunque no es fácil, porque su propia familia y amigos la cuestionan preguntándole cómo podía seguir creyendo con lo que estaba pasando su padre, o cómo podía tener fe en un Dios que permite que un hombre de tanta fe y tan bueno como él sufriera tanto.

«Complicada respuesta, hermana, pero estoy seguro de que tu familiares y amigos no quieren cuestionar tu fe, sino que es la forma de decirte que no entienden ni aceptan el dolor como parte de la vida, y mucho menos el que padece este ser tan querido por ellos. Tratan de decirte que los ayudes para que desaparezca el sufrimiento; no se trata tanto de buscar un causante –Dios–, sino de aliviar los efectos que produce la desesperación y la impotencia de ver que no pueden hacer nada.

Tu padre supo desde el primer día que en el hospital te pueden quitar o puedes perder la poca salud que traes, pero nunca te pueden quitar la sonrisa ni la paz que él solo encontró poniéndose en manos de Dios. Así lo expresaba después de comulgar, casi en un suspiro, para no ser oído nada más que por Dios. “Ahora, estoy en tus manos Señor”. Esto que hacía tu padre se llama resignación, que no se trata de aguantar con lo que toca vivir, sino de ver la voluntad de Dios en cada acontecimiento de nuestras vidas, saber que estamos en sus manos y que Él nunca nos abandona, aunque nosotros no siempre entendamos su voluntad y lo inmediato nos parezca tenebroso y nos dé miedo afrontarlo.

El sabía que aquellas comuniones eran el anticipo para sentarse en la mesa de los hijos de Dios en su Reino, esa mesa de la que, horas después de nuestra conversación, empezó a participar, porque tu padre sigue vivo en el corazón del Dios, porque Dios le amó con corazón de Padre. Mi abrazo para ti y tu familia, y seguro que ahora comprendes mejor el texto de Lucas 24,46: “¿No era necesario que Cristo padeciese todas estas cosas y entrara en su gloria?”».