Nube de testigos - Alfa y Omega

Un rápido recuento en mi memoria de las personas que rodean mi vida y que forman el tejido afectivo que me configura me hace sentirme privilegiado. Estoy rodeado de hombres y mujeres que cada día se levantan con la ilusión y las fuerzas por hacer de este mundo un lugar mejor. En la comunidad, en la parroquia, en mi familia, en mis amistades, reconozco que hay mucha vida de Dios que recibo a través de ellos. Y es necesario pararnos de vez en cuando y renovar con asombro nuestra relación personal, única, con cada uno de ellos y agradecerla sinceramente. A veces caemos en el acostumbrarnos, en no expresar con suficiente claridad el amor que sentimos, creyendo que se da por supuesto. Convertimos lo que es un regalo en una exigencia, y ahí se va corrompiendo la belleza del amor.

Tengo amigos que dedican su vida al ámbito sanitario, y es una pasada saber cómo es su día, su inversión de tiempo, de esfuerzo, de cariño y delicadeza, haciendo de la lucha contra el dolor y la enfermedad la razón de sus vidas. Tengo amigos docentes, y cuando pienso en cómo son sus jornadas, de dedicación a enseñar desde múltiples formas, me iluminan la grandeza de una vida empeñada en hacer crecer a los demás. Me acompañan personas que hacen de la comunicación su compromiso de mejorar el mundo. Informáticos, ingenieros, presencia en los medios de comunicación, periodistas, que buscan cada día acercar a las personas a la actualidad, informar para que sabiendo decidan, opinen, se sitúen con una posición responsable y crítica frente a lo que nos toca vivir.

No es que la profesión sea lo que determina el valor de cada persona, pero sí que decide la actividad a la que dedica la mayor parte de su tiempo. Tengo amigos jubilados, enfermos crónicos, que me enseñan cómo vivir la fragilidad, no como una maldición, sino como la oportunidad para dejarse amar. Y sobre todo tengo familia de la fe, con los que compartimos el sueño de hacer de este mundo un reino de Dios. A todos esos hombres y mujeres que comparten mi vida les digo: muchísimas gracias, y lo que Dios ha unido, que no lo separemos con nuestras diferencias y orgullos.