240 millones de niñas sufren violencia. Una educación de calidad es clave para evitarlo - Alfa y Omega

240 millones de niñas sufren violencia. Una educación de calidad es clave para evitarlo

No se podrán alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible sin acabar con la lacra de la violencia contra las niñas, un drama muchas veces invisible que afecta a 240 millones de menores. Entreculturas ha ayudado desde 2012 a 32.747 niñas y adolescentes, y ahora lanza la campaña La luz de las niñas para impulsar estos proyectos

María Martínez López
Foto: AFP/Saidu Bah

La violencia contra las niñas es la forma más extendida de vulneración de los derechos humanos, y afecta a 240 millones de muchachas menores de 18 años. Es la estremecedora conclusión que se desprende del informe Niñas libres de violencia, que Entreculturas ha hecho público con motivo de la celebración, este jueves, del Día Internacional de las Niñas.

La gravedad de este fenómeno se debe, apunta el documento, a que en las menores se unen dos factores de vulnerabilidad: la edad, y el sexo. Es decir, a la falta de derechos básicos como la sanidad, la seguridad o la alimentación que sufren los niños en gran parte del planeta, se suman formas específicas de violencia y discriminación por el hecho de ser mujeres.

El informe elaborado por Entreculturas es continuación de Las niñas a clase, una cuestión de justicia, publicado en 2011. En él se recogen datos estremecedores. Por ejemplo, que la violencia contra las niñas comienza incluso antes de nacer, con el aborto selectivo cuando se descubre que no se va a tener un hijo varón. Por esta causa, en Asia y Europa oriental han desaparecido 117 millones de mujeres. Esto, además, alimenta otras formas de violencia: algunos hombres, ante las dificultades para encontrar esposa, recurren a diversas formas de trata y explotación sexual, perpetuando así la violencia.

12 millones de matrimonios infantiles al año

Los abusos continúan en los años siguientes: 200 millones de niñas han sido víctimas de la mutilación genital femenina. Ya en la adolescencia, llegan los abusos sexuales. El más extendido es el matrimonio infantil, que sufren cada año doce millones de muchachas; en aproximadamente uno de cada tres casos, antes de los 15 años.

Se calcula que a nivel global una de cada cinco mujeres (el 21 %) de entre 20 y 24 años se casó antes de los 18. Pero en países como Níger esta proporción llega hasta el 76 %. Muchos padres lo hacen por la pobreza de la familia, pero también porque piensan que «es una salida segura para ellas», que evitará que sean agredidas físicamente en zonas de conflicto o crisis humanitarias. Pero, en realidad, las hace más vulnerables a la violencia y a problemas de salud derivados de los embarazos precoces, además de suponer el punto y final a su formación.

¿Qué escuela?

Otras formas de violencia sexual son la coerción para mantener relaciones, que han sufrido 15 millones de adolescentes en el mundo; o la trata con fines de explotación sexual, un problema casi totalmente femenino: de los 4,5 millones de personas que la sufre, el 99 % son mujeres y niñas.

Todos estos fenómenos, subraya el informe, se producen principalmente en el propio entorno de las niñas. Y «tienen su origen en las desigualdades de género y en la discriminación hacia las mujeres», cosificadas y devaluadas frente a los hombres.

Entreculturas analiza, además, la relación entre la violencia que sufren las niñas y las limitaciones en su acceso a la educación y viceversa: cómo la educación es la clave para acabar con algunas situaciones de violencia y discriminación. Pero –insiste la entidad– no cualquier educación. En muchos casos, «la escuela es un espacio de reproducción de la violencia» o de las actitudes discriminatorias. Pero una educación de calidad, acogedora e inclusiva –se afirma en las conclusiones– permite a las niñas «conocer mejor sus derechos, tener más confianza y libertad, mejorar su salud y acrecentar sus perspectivas de trabajo en el futuro».

Clave para los Objetivos de Desarrollo Sostenible

Del informe se desprende que atajar la lacra de la violencia contra las niñas es imprescindible para avanzar hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos para 2030. Uno de ellos, el quinto, recoge explícitamente el lograr «la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas», eliminando todas las prácticas arriba mencionadas.

Pero, además, si estas prácticas se perpetúan, tampoco se cumplirán otros cuatro; los que piden una educación «inclusiva, equitativa y de caridad» (objetivo 4), la inclusión económica de todas las personas (meta 10.2), la igualdad de oportunidades (meta 10.3), el acceso seguro a los espacios públicos (meta 11.7) ni la promoción de «sociedades pacíficas e inclusivas» (objetivo 16).

Para lograrlo, las conclusiones y recomendaciones del informe piden que, en el ámbito de Naciones Unidas, se fomente la colaboración entre los comités que supervisan el cumplimiento de la Convención de Derechos de la Infancia y de la Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra las Mujeres. Como estos tratados «ponen el foco en las mujeres y en la infancia como conjunto, difuminan entre los dos las especificidades que presentan las niñas y adolescentes».

Entidades, escuela, familia

Dar más visibilidad a estos problemas concretos debe impulsar además que los diversos países pongan en marcha leyes y políticas específicas. Así, se lanza «un claro mensaje a la sociedad: la violencia no es aceptable y no queda impune». Dentro de estas medidas, Entreculturas recomienda que se invierta en educación al menos el 6 % del PIB de cada país –a la espera de los detalles definitivos del acuerdo alcanzado este jueves entre el PSOE y Podemos, en los presupuestos que el anterior Gobierno envió a Bruselas en mayo no llegaba al 4 %, en el puesto 23 de la Unión Europea por inversión en educación–. Y que el 8 % de la ayuda oficial al desarrollo se destine también a proyectos educativos.

Pero, además, es importante que haya más coordinación entre las instituciones que trabajan en distintos ámbitos sociales –educación, sanidad, protección de la infancia y justicia–, y fomentar la investigación de estos problemas, para construir las propuestas sobre una base sólida de conocimiento de la realidad. Es necesario, además, abordar el problema de la violencia «de manera integral con las familias y la comunidad educativa en su conjunto, así como con otros agentes externos».

Estas últimas recomendaciones son además algunas de las guías que marcan el trabajo de la fundación ignaciana para garantizar la seguridad y el derecho a la educación del las niñas. Así lo lleva haciendo desde 2012 con el programa La Luz de las Niñas, que tiene tres frentes: la atención a las niñas y adolescentes que ya han sufrido violencia; prevención de nuevos abusos, fomentando con los docentes y las familias la creación de entornos seguros y de relaciones equitativas; e intentando garantizar el acceso de las menores a la educación. Ahora, se pretende impulsar el proyecto con una campaña del mismo nombre.

El estigma de la menstruación

En estos seis años, La Luz de las Niñas ha atendido a 32.747 niñas y adolescentes en 15 países. Chad, con 13.107 muchachas beneficiarias, es el país donde el impacto ha sido mayor. Allí el programa corre a cargo del Servicio Jesuita al Refugiado, que está presente en cuatro campos de refugiados, atendiendo a parte de los 391.000 refugiados que, según el Banco Mundial, viven en el país.

Uno de los proyectos llevados a cabo allí se pone como ejemplo en el informe Niñas libres de violencia. Se trata de Manejo de la Salud Menstrual, una iniciativa para evitar que la falta de instalaciones sanitarias adecuadas y material higiénico, junto con la estigmatización de las jóvenes durante esos días –ligada a la percepción religiosa del sangrado como causa de impureza–, llevara a muchas jóvenes a dejar la escuela varios días al mes, o incluso a abandonar totalmente los estudios. Según algunos estudios, un 10 % de las muchachas africanas no van a clase durante su menstruación.

En el curso 2016/2017, el SJR comenzó a repartir kits higiénicos, y también a dar charlas formativas a 500 chicas entre 12 y 25 años. Todas ellas faltaban a clase cuando tenían la regla, no sabían cuánto duraba su ciclo y solo se cambiaban de compresa una vez al día. En las charlas, que luego se replicaron con los docentes, las madres y los compañeros varones, se explicaban los cambios físicos durante la pubertad, el ciclo menstrual y cómo gestionarlo, además de otros contenidos más amplios sobre cómo detectar signos de violencia y prevenir embarazos no deseados y contagio de enfermedades de transmisión sexual.