Memoria y defensa de fray Junípero Serra - Alfa y Omega

Memoria y defensa de fray Junípero Serra

Ricardo Ruiz de la Serna
Fray Junípero Serra en la misión San Juan Capistrano (California). Foto: REUTERS/Mike Blake

Se llamaba Junípero Serra Ferrer. Este mallorquín de nacimiento y americano de misión vino al mundo el 24 de noviembre de 1713. La Paz de Utrecht había puesto fin a la guerra de sucesión a comienzos de aquel año. La Real Academia Española apenas contaba con unos meses de vida. Arcangelo Corelli, el gran músico barroco, había exhalado el último aliento por enero. Diderot acababa de nacer hacía cinco semanas. Así, fray Junípero Serra nació y murió en el Siglo de las Luces. Allá por diciembre de 1784, apenas un mes después de que nuestro fraile falleciera, Kant publicaría en el Berlinische Monatsschrift su célebre ensayo ¿Qué es la Ilustración?

No debe pues sorprendernos la obra colosal que este franciscano acometió. Si Diderot y D’Alembert quisieron recopilar todo el conocimiento de su tiempo en la Enciclopedia, nuestro hombre quiso llevar el Evangelio a todos los rincones de California. Doctor en Filosofía y en Teología, fundó nueve misiones –la primera a los 56 años– y fue presidente de otras 15. Sus padres fueron analfabetos, pero él llevó la palabra de Dios a millones y su obra viene fructificando desde hace más de dos siglos. Cuando uno viaja con Cristo, nunca se sabe qué puede ocurrir. Lo mismo lo sorprende a uno una tempestad en el mar de Galilea que salva la vida de milagro atravesando el Atlántico camino de Veracruz, que fue lo que le pasó al pobre Junípero en 1749 en compañía de otros 20 misioneros.

Si los héroes de Homero hubiesen vivido en tiempos de los virreinatos americanos, habrían sido como estos hombres que levantaban iglesias y, en torno a ellas, vertebraban comunidades donde florecían la agricultura y la ganadería, la hilandería y los tejidos. Ahí están para testimoniarlo las admirables reducciones jesuíticas del Paraguay y el norte de Argentina o la red de misiones en la nueva España. La expulsión de los jesuitas, acordada por el rey Carlos III en 1767, abrió la puerta a la actividad misionera de los franciscanos.

Para entonces, fray Junípero ya llevaba mucho tiempo en México. Había vivido nueve años en la Sierra Gorda de Querétaro y trabajaba en el colegio misional de San Fernando, en la Ciudad de México. Expulsados los jesuitas, fray Junípero se dirigió a la Baja California a continuar la labor que aquellos habían emprendido. Participó en tres expediciones a la Alta California como capellán. Recorrió a pie centenares de kilómetros. Sufría dolores frecuentes en las piernas y un agotamiento inevitable. No se detenía. Estaba por todas partes. Fundando, dirigiendo, dando instrucciones. No temía al poder virreinal ni a los hombres armados. Allí donde fue, llevó técnicas agrícolas y ganaderas, ciencia y tecnología. Si alguien hizo compatible el verdadero espíritu ilustrado con el seguimiento de Cristo fue este hombre que se pateaba cojeando los caminos de California.

No debe sorprendernos, pues, que este español tenga una estatua en el Salón Nacional de las Estatuas del Capitolio. En realidad, es el único. Lo propuso el Estado de California, donde su obra se mantiene felizmente viva. Además, lo homenajearon con un sello postal en 1986.

Luces y sombras de la América española

La historia de la América española tiene muchas sombras y muchísimas luces. El Papa Francisco, nacido en lo que fue el virreinato del Río de la Plata, recordaba en la homilía de la santa Misa y canonización de fray Junípero aquellos «abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos» y frente a los cuales «Junípero buscó defender la dignidad de la comunidad nativa protegiéndola de cuantos la habían abusado».

Hoy fray Junípero sufre los ataques que algunos colectivos dirigen contra su figura. En una lectura sesgada –y a menudo falsa– de los hechos históricos, aseguran que las misiones eran «campos de exterminio» y que se sometía a los indios a trabajos forzados. En realidad, las misiones buscaban proteger a los indios, no esclavizarlos. Sin embargo, en este debate, la verdad histórica importa menos que la propaganda política. La revisión de la historia del siglo XVIII como los acontecimientos hubiesen ocurrido en el siglo XXI lleva a juicios erróneos e injustos.

Sin embargo, ahí está su obra, cuyas piedras vivas forman parte de la Iglesia. El Papa Francisco señaló el ejemplo de Junípero para nuestro tiempo: «Supo vivir lo que es “la Iglesia en salida”, esta Iglesia que sabe salir e ir por los caminos, para compartir la ternura reconciliadora de Dios. Supo dejar su tierra, sus costumbres, se animó a abrir caminos, supo salir al encuentro de tantos aprendiendo a respetar sus costumbres y peculiaridades. Aprendió a gestar y a acompañar la vida de Dios en los rostros de los que iba encontrando haciéndolos sus hermanos». No hay mejor forma de seguir a Cristo.