Juan Pablo II, el Papa que vino del Este - Alfa y Omega

Juan Pablo II, el Papa que vino del Este

Votación tras votación, seguía sin romperse el empate entre Siri y Benelli, y ninguno de los dos sectores daba su brazo a torcer. Fue en ese momento cuando Franz König, una de las principales figuras eclesiales del momento, decidió buscar una tercera vía

Pablo Martín de Santa Olalla Saludes
Los cardenales Stefan Wyszinsky y Karol Wojtyla, a su llegada a Roma para participar en el cónclave

Tras el repentino fallecimiento de Juan Pablo I cuando apenas había transcurrido un mes desde su elección pontificia, el colegio cardenalicio tuvo que volver a celebrar un nuevo cónclave para elegir al sucesor del Papa Luciani. Solo que ahora la dificultad era mayor, ya que no existía, a diferencia de la ocasión anterior, un candidato que pudiera poner de acuerdo a los dos principales grupos de cardenales existentes: los que volvían a inclinarse por el conservador Giuseppe Siri, cardenal arzobispo de Génova, y los que, en cambio, apostaban por el progresista Giovanni Benelli, antiguo sustituto de la Secretaría de Estado y ahora cardenal arzobispo de Florencia.

Así, hasta un total de 111 cardenales fueron convocados para este nuevo cónclave y, como en el anterior, había muchos nombres de entidad para poder encontrarse entre los finalmente elegidos, como Sebastiano Baggio, prefecto de la Sagrada Congregación de Obispos; Corrado Bafile, prefecto de la Sagrada Congregación para los Santos; o los citados Siri y Benelli. Giovanni Colombo, cardenal arzobispo de Milán, también podía haber sido un buen candidato, pero su edad resultaba excesivamente avanzada: casi 76 años en el momento de celebrarse el cónclave, es decir, con la renuncia episcopal ya presentada y a punto de ser aceptada. Y, además, no había aún nuevo patriarca de Venecia por lo repentino de la muerte de su anterior titular (Albino Luciani).

Juan Pablo II, tras su elección como Papa, saluda a los fieles desde el balcón de la Logia del Vaticano, el 16 de octubre de 1978. Foto: CNS

Una vez más, se contraponía la tradición de casi cinco siglos nombrando pontífices italianos al hecho de que hubiera cardenales de importante renombre pero, aun siendo europeos, no italianos de nacimiento: era el caso del austriaco Franz König, arzobispo de Viena; del yugoslavo Franco Seper, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe; del holandés Johannes Willebrands, arzobispo de Utrecht; de Leo Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas; e incluso del alemán Joseph Ratzinger, arzobispo de Múnich y una de las principales figuras de la renovación teológica. En ese sentido, un candidato de mucho peso podría haber sido Agostino Casaroli, secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia (nombre con el que se conocía al organismo de la diplomacia vaticana) desde 1967 y que había realizado una importante labor de apertura a los países del Este (la llamado ostpolitik), pero el problema de Casaroli era que aún no pertenecía al colegio cardenalicio, ya que no sería elevado al cardenalato hasta un año después.

El cardenal König desatasca el cónclave

Lo cierto es que, votación tras votación, seguía sin romperse el empate entre Siri y Benelli, y además ninguno de los dos sectores daba su brazo a torcer. Fue en ese momento cuando Franz König, una de las principales figuras eclesiales del momento, decidió buscar una tercera vía y pensó en el candidato polaco. Cuando comenzó a sondear a otros cardenales, estos pensaron que se refería a Wyszinsky, que había sufrido en primera persona la persecución del comunismo, sufriendo la pena de prisión durante tres años en la década de los 1950. Así, cuando a König se le recordó que Wyszinsky tenía ya una edad excesivamente avanzada para ser elegido Papa, este respondió que no estaba pensando en el arzobispo de Varsovia, sino el de Cracovia, un joven purpurado de 58 años llamado Karol Wojtyla que había tomado parte en su momento en todas las sesiones conciliares y que, desde el consistorio del año 1967, pertenecía al colegio cardenalicio. Wojtyla representaba, en ese sentido, todo un mensaje de aliento para la llamada «Iglesia del silencio», esa que tanto había sufrido durante años bajo el yugo del comunismo ateo que imperaba en la Europa del Este. Esta persecución la habían vivido en sus propias carnes no solo Wyszinsky, sino también Aloizi Stepinac en Yugoslavia, Josef Beran en Checoslovaquia, Jospeh Mindeszenty en Hungría y Alexandru Cisar en Rumanía.

Wojtyla era una figura muy conocida en su país, Polonia, por otra parte una nación de gran tradición católica. Nacido en Wadowice el 18 de mayo de 1920, Wojtyla, que había perdido a su madre siendo aún un niño, había sido en su juventud actor, y siempre le había gustado vincularse tanto a la educación como a la vida pastoral. El 1 de noviembre de 1946, año y medio después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, se había ordenado sacerdote, y en julio de 1958, con tan solo 38 años de edad, había accedido al selecto cuerpo del episcopado como auxiliar de la diócesis de Cracovia, que se encontraba vacante desde el fallecimiento de su titular (el cardenal Adam Sapieha) siete años antes. Finalmente, el 13 de enero de 1964 Karol Wojtyla se convirtió en el nuevo arzobispo y, tres años después, era elevado al cardenalato. Con lo que, tras Wyszinsky, casi 20 años mayor que él, se convertía en la principal figura de una Iglesia, la polaca, que fue siempre la que presentó mayor resistencia a los diferentes regímenes comunistas.

Cardenales en la capilla Sixtina durante el cónclave que eligió al Papa Juan Pablo II. Foto: CNS

Sorpresa en el cónclave

No por ello dejó de resultar una extraordinaria sorpresa la elección pontificia de Karol Wojtyla, que quiso ser conocido como Juan Pablo II y que se presentó ante el mundo entero un 16 de octubre de 1978 como nuevo Sumo Pontífice. Sin saber que su pontificado, finalizado con su fallecimiento a comienzos de abril de 2005, iba a ser uno de los más longevos de la historia de la Iglesia. Lo cierto es que con el nombramiento de Wojtyla se había roto una tradición (elegir Papas italianos) que venía de cinco siglos atrás, dando inicio a una nueva tendencia que, con la elección de alemán Joseph Ratzinger y del argentino Jorge Mario Bergoglio, parece haber sacado definitivamente el pontificado de las fronteras italianas.

Juan Pablo II, por otra parte, sería primero beatificado (mayo de 2011) y luego canonizado (abril de 2014) en un proceso de una extraordinaria rapidez impulsada por su sucesor (Benedicto XVI, muy cercano colaborador suyo como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe entre 1981 y 2005), quien quiso atender a las demandas de miles y miles de fieles que fueron a despedir al Papa polaco tras su fallecimiento al grito de santo subito (en italiano, santo ya). Así, desde el año 2014, el 22 de octubre es la fecha escogida para recordar a este santo de la Iglesia católica que, durante su pontificado, realizaría más de cien viajes por el mundo, por lo que se le conocería como el Papa viajero. Un hombre que marcaría época y que tendría que hacer frente a numerosos retos que el tiempo le acabaría reconociendo.