Los jóvenes son protagonistas - Alfa y Omega

La Iglesia siempre ha de estar a la escucha de Jesucristo. Y el Sínodo de los obispos quiere ser ese espacio donde escuchemos al Señor. De una manera especial el Señor nos insiste en su mandato que mueve el corazón de todos los hombres, pero al que son especialmente sensibles los jóvenes: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Es decir, estad preocupados por entregar mi amor y siempre por discernir si estáis haciendo verdad con todos los hombres ese amarnos los unos a los otros. Yo os lo diría hoy de esta manera: «Elige amar siempre a todos».

En este Sínodo, el Papa Francisco ha querido salir al camino por donde van los jóvenes en cualquier parte de la tierra, los que creen y los que no, los que están muy cerca de la Iglesia y los que están muy lejos, los que la abandonaron y los que no la han conocido. La Iglesia escucha con atención ese «elige amar» a todos los jóvenes, estén donde estén; escucha del Señor ese «acércate a todos, siéntete madre que abre las puertas de su casa para dejar entrar y que sale a buscar a quienes no quieren entrar o no conocen por dónde se entra». ¡Qué elocuentes han sido las palabras del mensaje que el beato Pablo VI pronunciaba a los jóvenes y que el Papa Francisco nos ha recordado en la Misa de la inauguración del Sínodo de obispos! «La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante reforma de vida se vuelve a vosotros. La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a construir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras. […] Negaos a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores».

Todos, mayores y jóvenes, conocéis mi empeño en estar en el camino por donde van los jóvenes. El viernes por la noche, cuando estabais en la oración en la catedral de la Almudena como todos los meses, os llamé desde Roma y os decía: «Seguid dejándoos provocar por Jesús su pasión y su ardor por todos los hombres, por cambiar las relaciones entre nosotros, por hacer puentes, por eliminar muros; tened ese sueño y esa esperanza de que un mundo mejor es posible llevando a los caminos la vida misma de Jesús. Mirad de frente el rostro de muchos hombres, quieren cambiar el mundo con el odio, la venganza, no les importa la mentira. Vosotros, sin embargo, haced como Jesús, id por los caminos amando a todos y devolviendo dignidad a todos. Esto no puede llevarse a cabo con ideas, hay que realizarlo con nuestra vida, acogiendo en ella al mismo Cristo: su amor, su perdón, su confianza, su reconciliación, siendo creadores de fraternidad, de compromiso verdadero con los más pobres».

Os cuento una historia real: en el mediodía del domingo 7 de octubre el hermano Alois, prior de Taizé que está presente en el Sínodo, me invitó a comer a su casa, un piso muy sencillo que han dejado a la comunidad para que esté presente en Roma. Me acordé de Pablo VI que, cuando sabía que el hermano Roger –fundador de la Comunidad de Taizé– venía con otros hermanos a Roma, mandaba llevarles presentes para comer, entre otras cosas verduras y fruta. Y quise tener este recuerdo del pronto san Pablo VI y llevé helado para el postre de la comida con los hermanos. ¡Qué bueno es compartir, reunirnos, expresar lo que pensamos y queremos, hablar desde el corazón que nos va modelando Cristo, mirar con la mirada de Cristo, observar toda la realidad desde, con y por Cristo! Os lo aseguro, han sido unas horas de gracia. Como podéis comprender, en este encuentro los jóvenes estaban siempre en el centro. Al llegar, nos recibieron el hermano Alois, otros tres hermanos de Taizé y un matrimonio amigo de la comunidad. Antes de comer, nos invitaron a hacer una pequeña plegaria en la sencilla y bella capilla que tienen. Al despedirnos, ante un icono de la Virgen María que nos acompañó con una vela encendida durante toda la comida, rezamos el avemaría. Durante el tiempo que estuvimos juntos, no podía quitar de mi mente el sueño de Jesús: «Que todos sean uno […] para que el mundo crea» (Jn 17,21). Tiene un especial atractivo para los jóvenes y para todos los hombres y mujeres de buena voluntad hacer realidad este sueño del que hoy la humanidad está necesitada. Yo me ofrezco a gastar la vida por hacer realidad este sueño con vosotros desde Madrid, eso sí, solamente con un arma: el amor de Cristo. Mi empeño es que lo hagamos con todos los que quieren lo mejor para la humanidad.

Os lo aseguro, este es un sueño que se puede hacer realidad. La Iglesia así lo cree y todos hemos de ser protagonistas de que este sueño se haga verdad en todas las partes de la tierra. Nuestra catolicidad ha de ser mostrada haciendo real este sueño que en Jesucristo se hizo verdad y se sigue haciendo real a través de todo el que presta la vida como nos dice san Pablo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí». Con vuestra confianza en el Señor y con la fuerza que Él nunca deja de dar, los jóvenes podéis hacerlo posible y viable. Hagámoslo todos juntos y a la vez, como es el deseo de Cristo. ¿Cómo no va a ser posible en vez de utilizar el arma del odio, del egoísmo, la difamación, la mentira y todo lo que crea división en esta tierra, ser dadores del amor mismo de Dios que destruye lo anterior? En definitiva, se trata de hacer una elección: «elige amar». Elige mirar siempre como lo hizo Jesucristo. Sal como peregrino por todos los caminos del mundo amando a todos los hombres como Jesús, dando la vida; mira solamente que es un hijo de Dios, que es imagen de Dios, que Dios le ama y te ha pedido a ti que le hagas llegar su amor. Los jóvenes cristianos tenéis una fuerza especial para hacer camino con todos los jóvenes, llenaos del amor de Cristo, sed protagonistas, buscad los espacios más adecuados para mostrar lo que sois, lo que pensáis, lo que queréis. Es verdad que los mayores tenemos que aprender a confiar en vosotros los jóvenes, sin recelos, como confiaba el Señor. Él nos muestra la confianza que tuvo con el apóstol san Juan, que era el más joven de todos. Captó rápidamente la paz que regala el Señor y la manera de ser, de estar en medio del mundo y de vivir junto a los demás; supo ver enseguida que aquellas palabras de Jesús, «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28), es lo que más necesitan los hombres.

Para todo esto, acojamos en nuestra vida estas realidades:

1. Somos los convencidos de que el amor no está muerto. Tengamos la seguridad de que Cristo está junto a nosotros, nos acompaña, nos impulsa a vivir con Él, por Él y en Él. Ha resucitado, ha triunfado y su triunfo es el nuestro. Él nos muestra cómo hemos de hacer el camino, cómo hemos de vivir en verdad y cómo tener vida para hacerlo, pues Él mismo es el camino, la Verdad y la Vida. Acerquémonos a Él, no tengamos miedos ni reservas. Ante todas las situaciones que vive nuestra humanidad, con fuertes desigualdades sociales y económicas que generan violencia; ante sistemas dominados por la corrupción que socava la confianza y genera fatalismo y falta de compromiso; ante tantas situaciones de guerra y de pobrezas extremas; ante la falta de reconocimiento en muchos lugares de las libertades fundamentales, también en el campo religioso… Ante todo esto, mostremos que el amor no está muerto. Que este amor tiene nombre, Jesucristo, quien engendra en nosotros una manera de ser y vivir que nos pone en un camino de conversión, que hace que desaparezca de nuestra vida todo aquello que no esté invadido por el amor mismo de Cristo con obras, no solamente con palabras. Y si hay palabras es para explicar el porqué de las obras.

2. Dejemos que Cristo nos haga una pregunta a los adultos: ¿sois interlocutores significativos para la existencia de los jóvenes? Lo somos con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestro andar en verdad, con nuestra manera de estar a su lado dejándonos interpelar por ellos, respondiendo a sus preguntas, haciéndoles partícipes de las nuestras. Hemos de ser conscientes de que, en muchas ocasiones, a los jóvenes no les hacemos espacio en la Iglesia, sobre todo en el camino de la evangelización. ¿Les damos protagonismo para participar o los consideramos inexpertos y demasiado jóvenes para tomar decisiones? Tenemos que ser conscientes de que en muchas ocasiones no somos interlocutores significativos. ¿Qué hacer? Dejar que protagonicen con su estilo y dinamismo, con su vitalidad y su fe. No subestimemos el impacto que la vida de los jóvenes da a la Iglesia y al mundo. Jesucristo les ofrece ideales, valores, intereses, compromisos que transforman sus vidas y la sociedad. Los jóvenes saben movilizarse cuando se sienten directamente implicados y cuando pueden desempeñar un verdadero protagonismo.

3. Salgamos todos a los caminos donde transitan los jóvenes. Nunca dejemos que a los jóvenes les anestesien la utopía o la pierdan; que no terminen abandonado sueños que hacen un bien a todos los hombres y que canalizan cambios reales en la humanidad. Hay lugares en el mundo en los que se está robando la esperanza a los jóvenes, como cuando se ven forzados a aceptar un trabajo que no respeta su dignidad o cuando se evidencian los enfrentamientos que muchos jóvenes afrontan por enfermedad, sufrimiento o discapacidad. Salir a los caminos donde están los jóvenes como lo hizo Jesús fue el mandato que nos dio a sus discípulos, que siempre cuenten con el apoyo y la acogida de la Iglesia. Salgamos para mostrar que hay otros caminos que eliminan esa insatisfacción que da a la vida una visión puramente inmanente fruto del consumismo, del reduccionismo cientificista, que no abren caminos que den significado a la propia existencia. Ofrezcamos de primera mano con pasión y audacia, el sentido a la vida, los ideales, la fe vivida en la propia existencia personal y el itinerario de vida con obras concretas que nos ofrece Jesucristo.