José Luis Segovia: «No les miréis a los ojos» - Alfa y Omega

José Luis Segovia: «No les miréis a los ojos»

Para España no son personas. Ni siquiera son números, estadísticas. A los miembros de las fuerzas de seguridad que les esperan al otro lado de la valla de Melilla se les alecciona para no mirarles a los ojos, cuenta el sacerdote José Luis Segovia, profesor de Moral Social del Instituto de Pastoral Social de la Universidad Pontificia de Salamanca, y uno de los autores del informe Rechazos en frontera: ¿frontera sin derechos?

Ricardo Benjumea
Inmigrantes en lo alto de la valla de Melilla, en octubre de 2014

Leer el resumen de la entrevista publicada en el número 926

Jóvenes que llegan a Melilla en condiciones desesperadas se encuentran con una situación que el Informe califica de «máxima expresión de la arbitrariedad», con la negación de todos sus derechos.
¡Y eso que es un informe de mínimos! No plantea si hay que quitar la valla. Plantea sencillamente que las personas que entran en territorio nacional son personas. Punto. Tienen dignidad, derechos humanos, y el más elemental y básico es el derecho a la palabra. La Ley de Seguridad Ciudadana les impide el ejercicio del derecho a la palabra, y por supuesto el derecho a asistencia letrada, el derecho a ser vistos por un médico… Muchos podrían acogerse al derecho al asilo, pero no les permitimos abrir la boca.

El discurso del Gobierno de España y de la Unión Europea es que esto es una guerra contra las mafias.
Eso es un auténtico fraude de etiquetas, que a mí me recuerda muchísimo a cuando se constituyó la plataforma Salvemos la hospitalidad [José Luis Segovia fue uno de sus promotores, en 2009, N. d. R.], porque se pretendía reformar el Código Penal para equiparar a las personas que acogían y apoyaban solidariamente a las personas sin papeles en España con el tráfico de personas; es decir, la virtud confundida con el vicio. Existen mafias, y hay que combatirlas, pero veo muy difícil que se haga eso si ni siquiera se les permite hablar a las personas que saltan la valla. Para nuestro ordenamiento jurídico, han dejado de ser personas. Ni siquiera son ya números. No se les computa, seguramente para sortear una norma internacional que prohíbe explícitamente las devoluciones masivas.

Son normas ilegítimas, que además han sido aprobadas obviando los procedimientos democráticos más elementales, y esto lo explica el Informe. Esta ley, que les niega la palabra a los inmigrantes, se la ha negado antes al Consejo de Estado y al Consejo General del Poder Judicial, al colarse por la puerta de atrás, por la vía de enmienda parlamentaria.

¿Qué dice ante todo esto la Iglesia?
Según la doctrina social de la Iglesia, hay que reivindicar, en primer lugar, el derecho a no emigrar, que nadie se sienta forzado a tener que salir de su casa, a abandonar su familia, su tierra, porque no se reúnan las condiciones mínimas para vivir en libertad, en democracia, en un régimen de respeto a los derechos humanos… La gente que emigra es normalmente la más cualificada: un ingeniero informático, un militar de carrera, un enfermero… Te los encuentras vendiendo pañuelos en un semáforo, pero son jóvenes cualificados que han tenido que salir huyendo, a veces por persecuciones políticas o por la pobreza. Para hacer efectivo su derecho a no emigrar, se requieren políticas de cooperación internacional, o combatir la corrupción en los países de origen, de la que a veces nos aprovechamos desde los países del Norte. Hay una responsabilidad local evidente y hay una responsabilidad internacional evidente en lograr ese derecho a no emigrar.

El segundo punto sería que los derechos humanos tienen que estar presentes en la legítima regulación de los flujos migratorios, para evitar que las personas sean objeto de abusos. Es decir, existe el derecho a emigrar, a buscar un futuro mejor. Naturalmente, este derecho hay que regularlo, y parece razonable que no toda la inmigración se dirija al mismo sitio. Hay que establecer unos criterios, pero con respeto a los derechos humanos.

Y el tercero es el derecho de inserción en el país de acogida, y en ese sentido, yo celebro que en el último momento se haya modificado, en parte al menos, esta norma que impedía el acceso al derecho de las prestaciones sanitarias, porque eso era una auténtica aberración, que como todas las aberraciones, a corto plazo pueden salirnos un poquito más baratas, pero a medio plazo son carísimas y moralmente siempre son intrínsecamente perversas. Hay cosas que no se pueden medir en términos puramente económicos, y yo creo que lo que necesita el campo de las migraciones es una impostación fuertemente moral.

¿Qué les pasa a los jóvenes que son devueltos?
Con todas sus deficiencias, España es un Estado de Derecho, pero las fuerzas auxiliares marroquíes no se recatan en absoluto en hacer a estas personas devueltas objeto de malos tratos. Yo he podido ver los resultados de la intervención de las fuerzas auxiliares marroquíes que maltratan, golpean con palos y hieren y lastiman, y en algún caso han dejado a alguna persona tetrapléjica. El trato en la frontera sur es como un icono de la inhumanidad que estamos cultivando en muchos otros órdenes. Esto no es de recibo: entregar a personas a unas fuerzas donde se sabe que el resultado va a ser el maltrato, además de contrario a toda la legislación internacional, desde luego es contrario al sentimiento humanitario más elemental.

¿Qué nivel de complicidad existe por parte de España y Europa? A Marruecos, en definitiva, lo que se le pide es que controle la inmigración, sin importar demasiado cómo. De hecho, cada vez que hay algún tipo de desacuerdo diplomático, lo primero que hace siempre Marruecos es relajar el control en las fronteras…
Ahí hay una agenda oculta que se nos escapa, pero evidentemente hay contraprestaciones. No cabe la menor duda de que Marruecos tiene la llave de los flujos migratorios. De allí no sale una patera sin que el rey se entere. Hay toda una serie de intereses estratégicos, geopolíticos, económicos…, y al final el pato lo acaba pagando la pobre gente que viene buscando un futuro mejor, y que está contribuyendo a oxigenar nuestro PIB.

¿Nos beneficiamos de que se les mantenga en la vulnerabilidad, obligándoles, así, a aceptar salarios precarios?
Sí, bueno, pero esto es algo que nos está pasando también a los españoles, con los nuevos contratos y las condiciones laborales. Eso del trabajo para toda la vida ha desaparecido.

Un gran acierto de Benedicto XVI fue decir que la cuestión social es una cuestión antropológica, porque lo que está en juego es qué concepción tenemos del ser humano. El marxismo ya ha sido felizmente superado, pero ahora tenemos otro materialismo de corte liberal que es igual de peligroso o más porque ha calado muy dentro de la cultura. A mí me parece más peligroso en ese sentido el materialismo capitalista que el capitalismo marxista, porque se nos ha metido por todos los poros, en forma de consumismo, en forma de renuncia a los ideales, en forma de renuncia todo lo que significa dimensión espiritual de la persona, a la comunión con los demás…

Todos los tratados de Economía de los últimos 30 a 40 años parten del mismo concepto de persona: el individuo racional egoísta interesado susceptible de adoptar elecciones diversas. ¡Toma! En primer lugar, ya no somos personas, somos individuos. Yo suelo decir que individuos son las moscas y los cerdos; los seres humanos somos personas, y personas significa imagen de Dios, y significa por tanto una sacralidad intrínseca en cada ser humano.

Racionales… ¡Hombre! Han tenido que venir Goleman y compañía a hablarnos de la inteligencia emocional para descubrirnos que la Ilustración, que tenía muchas cosas muy interesantes, se equivocó en endiosar a la razón, y que la razón sola no va a ningún sitio, si no va acompasada de la emoción, de la dimensión trascendente, etcétera, etcétera.

Y luego, egoísta… ¡Vaya descubrimiento! Pero lo mejor de la historia de la humanidad no se ha debido al egoísmo, sino precisamente a las generaciones que se han dejado la sangre, el sudor y las lágrimas en dejar un mundo mejor por solidaridad. Ésa es nuestra tradición, la historia de los santos y de los mártires. La historia de la Iglesia no es la historia de los pecadores, que también. Y la historia de los derechos humanos es la evolución, por sucesivas generaciones, no del egoísmo, sino de la solidaridad hasta la muerte.

Y luego, ya el colmo, cuando se nos dice que el ser humano es «susceptible de adoptar elecciones diversas», como si la vida fuese entrar en un gran supermercado y elegir a la derecha o a la izquierda entre las líneas de productos que me ofrecen. Esa concepción tan extremadamente burguesa, materialista e individualista, que ha estado presente en todos los manuales de micro y macroeconomía, es la que ha originado la crisis económica, y sobre todo, la crisis moral de Occidente. No superaremos la crisis mientras no contemplemos al ser humano como un ser abierto a los demás, un ser para la comunión, un ser trascendente, un ser abierto a Dios y a la fraternidad con los demás, en una sociedad que no es un cúmulo de átomos que están pululando, sino un espacio de comunión, de solidaridad, de fraternidad, y donde las fronteras, las leyes y las instituciones estén al servicio de las necesidades de las personas. La clave es el ser humano, su dignidad y la cobertura de las necesidades. Un derecho que no satisface necesidades, un derecho que las asfixia, es un derecho inmoral, como son buena parte de las normas de extranjería, intrínsecamente perversas porque no posibilitan el despliegue de la persona y su desarrollo, sino que la asfixian.

Volviendo al tema de las complicidades ¿Somos cómplices también los cristianos, quizá por una forma a veces mal entendida de veneración a la ley y al orden?
Sí, a veces se nos olvida que, como decía Max Scheler, el ser humano es el único animal capaz de decir No, y a veces hay que decir No cuando está en juego la vida y la dignidad de la persona, como en el aborto, o en el caso de los derechos de los migrantes. En algunas ocasiones, la ley puede y debe ser desobedecida cuando impone algo injusto. Esto se contempla en la tradición de la Iglesia.

Este aspecto lo aborda el Informe de una manera muy concreta al referirse a los miembros de las fuerzas de seguridad del Estado.
Sí, una de las cosas que más me han impresionado en las visitas a Melilla es el papel tremendo de los miembros y cuerpos de las fuerzas de seguridad que son cristianos, y las contradicciones tan fuertes que experimentan. En algún caso, me consta de alguno que, después de haber realizado alguna expulsión inadecuada, fuera de servicio va a echar una mano a esas mismas personas. Son las contradicciones y las consecuencias del régimen tan severo que se les aplica. Sus mandos les aleccionan: «No les miréis a los ojos»; «no habléis con ellos». Son trabajadores que están cumpliendo una tarea ingrata, dificilísima, y muchas veces también están salvando vidas, y esto hay que reconocérselo.

Consejos de ese tipo los visto en algunos de los más tristes episodios de la historia europea del siglo XX…
Sí, sí, y en regímenes con ideologías completamente dispares, pero que coinciden en lo mismo: en la reducción de la persona a cosa.

¿Es alegable en estos casos la objeción de conciencia?
Yo creo que sí, pero en un contexto de crisis económica como en el que estamos, sería casi una heroicidad, y más en cuerpos jerarquizados, militarizados, como es la Guardia Civil, pero entendería perfectamente que alguien plantease la objeción de conciencia a esto, como ha ocurrido con el tema de las tarjetas sanitarias, con profesionales de la salud que han seguido prestando atención primaria a personas sin papeles.