La conciencia, el tema de nuestro tiempo - Alfa y Omega

La conciencia, el tema de nuestro tiempo

José Francisco Serrano Oceja

El 12 de abril de 1534, Tomás Moro fue convocado a Lambeth para pronunciar el juramento de adhesión a la Ley de Supremacía, que negaba la autoridad del Papa y confirmaba el divorcio de Enrique VIII. Moro se negó dos veces alegando, entre otras, razones jurídicas. Fue entonces cuando pronunció la sentencia: «No puedo hablar de manera distinta a lo que mi conciencia me sugiere». Chesterton dice de Tomás Moro que murió como los primeros mártires, «por negarse a convertir una lealtad civil en idolatría religiosa».

Sin lugar a dudas, la conciencia también es el tema de nuestro tiempo. Quizá por el hecho de que la conciencia sea privilegiada salvaguarda de la humanidad está recibiendo las invectivas de las realidades que quieren acabar con lo humano en lo específico humano, o suplantar la naturaleza íntima de lo que nos constituye como tales. De ahí que la insistencia de la Iglesia en la formación de la conciencia esté íntimamente ligada a la preservación de la humanidad, que es custodia de lo creado, y una de las más acreditadas expresiones de la ecología de lo humano. Si la Iglesia se ha caracterizado a lo largo de los siglos, en la Historia, por las aportaciones significativas en los órdenes de plenitud de lo humano, la cultural, el pensamiento, las artes, las instituciones, la necesidad de una adecuada formación de la conciencia –que lo es como geografía algo más que moral, territorio sagrado de relación fundamental con Dios, consigo mismo y con los demás– es una prioridad para el sujeto cristiano como contribución al bien social. No en vano, en la conciencia se sintetizan las grandes ideas, las experiencias, los proyectos, los horizontes. La conciencia se traduce en formas verbales con las que se conjuga la libertad, la responsabilidad, la creatividad. La primera corrupción es siempre la corrupción de la conciencia.

La apelación a la conciencia se ha vuelto polisémica. No pocas veces, cuando nos referimos a la conciencia, estamos invocando principios que pertenecen a otro orden. Como muy bien señala el obispo de Cuenca, monseñor José María Yanguas, en el prólogo, cuando la conciencia se reduce a «una simple certeza subjetiva, a convicción de las propias opiniones, a justificación de la subjetividad o del parecer socialmente dominante…, la verdad pasa a un segundo o tercer puesto». Conciencia no es un sinónimo automático de autonomía.

Para una adecuada definición y comprensión de la naturaleza de la conciencia, el sacerdote Roberto Esteban Duque nos ofrece un texto de utilidad. En la primera parte, se dedica a presentar una detallada historia de la reflexión sobre la conciencia en la filosofía y en la cultura. En la segunda, ofrece amplios perfiles de tres figuras de ejemplaridad, que son referencia en la comprensión práctica de la conciencia: Sócrates, Tomás Moro y John Henry Newman. Por último, en un tercer capítulo, nos encontramos con una síntesis de la doctrina moral cristiana sobre la conciencia, que no obvia ni el diálogo con teólogos contemporáneos, como es el caso de K. Rhaner, B. Häring, y J. Füchs, ni cuestiones tan en boga como la de la ley de gradualidad referida a la conciencia moral, que no hay que confundir con la gradualidad de la ley.

La voz de la conciencia
Autor:

Roberto Esteban Duque

Editorial:

Ediciones Encuentro