El mejor acuerdo posible - Alfa y Omega

El mejor acuerdo posible

El acuerdo de la Santa Sede con China evita, de entrada, que se persiga a los católicos

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A pocos días de que el Papa canonice a Óscar Romero –un obispo libre que alza la voz frente a las injusticias y plantarle cara al poder–, la Santa Sede ha firmado un acuerdo con el Gobierno de China para normalizar la presencia de la Iglesia en este país. Era previsible que surgieran voces acusando al Vaticano de traicionar a quienes han pagado su fidelidad al Papa con la cárcel o el martirio. Sucedió con la Ostpolitik de Juan XXIII y Pablo VI, o más recientemente con el acercamiento desde Juan Pablo II a la Cuba comunista. Invariablemente, en el momento en que se dan unas mínimas circunstancias, termina imponiéndose en Roma la línea del realismo, con el objetivo de ganar para las comunidades locales espacios de libertad y unas mínimas garantías de seguridad personal. En el caso chino, se pone además fin a una dolorosa división entre la Iglesia oficial (la controlada por el régimen comunista) y la clandestina, culminando el trabajoso acercamiento iniciado por Benedicto XVI, gracias al cual esas diferencias son de hecho a menudo más nominales que reales. En adelante, ya sí oficialmente, habrá una sola Iglesia católica en China, y todos sus obispos estarán en comunión con el Papa. A cambio, esos obispos serán nombrados con el beneplácito del Gobierno, como en la práctica venía ya sucediendo en los últimos tiempos. Los términos concretos del acuerdo permanecen ocultos y serán periódicamente revisados. Lo que sí deja claro el Vaticano es que la última palabra quedará en manos del Papa, condición indispensable a la que hasta ahora Pekín se negaba a acceder.

La Santa Sede ha reconocido que este no es el acuerdo que hubiera deseado, pero advierte de que era el mejor acuerdo posible en estos momentos. De entrada, se evita que, en el futuro, a los católicos se les persiga por su fe. ¿A cambio de que los obispos tengan cuidado de no molestar políticamente al Gobierno? Nada nuevo bajo el sol. Sin olvidar que la Iglesia ha vivido durante siglos en sistemas políticos que distaban mucho de ser modélicos. Lo decisivo es poder facilitar el encuentro personal con Jesús, quien ya se encargará de suscitar las vocaciones necesarias para la misión en cada tiempo: catequistas, educadores, gobernantes santos… Y sí, seguramente también algún profeta incómodo como Romero.