Desde el puente de los sueños - Alfa y Omega

Cuando se me ofreció la oportunidad de compartir un rato con vosotros, lo primero que me vino a la cabeza es el pensar qué poco interesante podía contar desde la retaguardia, acostumbrado como estaba a la primera línea misionera. «Sencillamente, cuenta las historias que vives en tu día a día», me insistieron. Y aquí estoy, inmerso en interminables autovías (highways) y grandes superficies (malls), rozando el muro que nos separa de Ciudad Juárez, lugar con una inseguridad ciudadana internacionalmente conocida, sintiendo el latido de tantos sueños rotos por la indiferencia de muchos.

Todos tenemos derecho a soñar, aunque el sueño de algunas personas nada tenga que ver con lujos y viajes maravillosos. Sus sueños se reducen simple y llanamente a tener una vida digna donde sus hijos puedan tener un futuro mejor. Un futuro sin hambre, sin miedo, sin violencia… Y para ello buscan ese lugar mágico donde cada día salga el sol para todos por igual. Dejan sus raíces, el lugar que los vio nacer, su familia…, y se lanzan a una aventura desconocida jugándose día tras día la vida por llegar a un país donde les han dicho que todo es posible, que basta con intentarlo, que ellos también pueden vivir el sueño americano… Y se arruinan pagando a coyotes de poca monta y sin escrúpulos para los que no cuentan las muertes sino el dinero.

En Sierra Leona aprendí que el miedo es el asesino del corazón humano. Aquí también. Miedo a salir a trabajar y que los detengan, miedo a llevar a los niños a la escuela por llevar en sus caras la huella de sus antepasados. Miedo a ser denunciado por quien considerabas un hermano. Hay leyes que facilitan la convivencia y otras que, por el contrario, sacan de nosotros lo peor: la envidia y los celos. Y repetimos la historia de la humanidad, la historia bíblica de Caín y Abel. Caín nunca quiso imitar a su hermano bueno, simplemente lo mató por envidia. Hoy y aquí esa historia es el pan nuestro de cada día. Intentamos camuflarla con mil excusas: que los migrantes me quitan el trabajo, que aumenta la delincuencia… Mato a mi hermano, como lo hizo Caín, pero sin ensuciarme las manos de sangre, y lo denuncio porque sé que es ilegal –si es que alguna persona puede serlo– y porque al ser bueno, profesional y honrado me está quitando los clientes.

Otro de los miedos nos condena al silencio. Hoy la iglesia de El Paso, Texas, como en Fuenteovejuna, quiso dar la cara por los migrantes y ser una luz en la oscuridad. «Pon en acción tu fe», nos pedía nuestro buen pastor, el obispo Mark Seitz. Juntos hemos caminado, unidos a los sin voz, por el centro de la ciudad, con alba y estola para ser fácilmente identificados, mezclando nuestras voces en una vigilia interconfesional, clamando para que el buen Padre Dios no abandone a sus hijos y les permita realizar sus sueños.