El rabino amigo de los católicos - Alfa y Omega

El rabino amigo de los católicos

El que fuera máxima autoridad judía de Roma durante medio siglo ha muerto apenas 10 días antes de cumplir 100 años. Escapó varias veces a la persecución nazi, una de ellas gracias a un sacerdote y rindió un sentido homenaje a Pío XII al día siguiente de su muerte. El Papa Wojtyla le citó en su testamento espiritual

José María Ballester Esquivias

El domingo 13 de abril de 1986, fue un día histórico para las relaciones entre católicos y judíos: por primera vez, un Papa, obispo de Roma, Juan Pablo II, entraba en una sinagoga. Su anfitrión era el gran rabino Elio Toaff.

Así lo recordaba: «Juntos entramos en el templo. Pasamos junto a un público silencioso, puesto en pie, como si fuera un sueño, el papa a mi lado; detrás iban cardenales, prelados y rabinos: un cortejo insólito en la larga historia de la Sinagoga. Subimos a la Teva. Y entonces estalló el aplauso. Un aplauso liberatorio no solo para mí, sino también para toda la asistencia, que entendió hasta el fondo la importancia de aquel momento. Otro apluso estallo, de nuevo y de forma irrefrenable, cuando el papa dijo: ‘sois nuestros hermanos predilectos y, en cierto modo, nuestros hermanos mayores».

Para entonces, Toaff ya era un veterano en las relaciones entre católicos y judíos y no solo con Juan Pablo II: el primer gran amigo católico de Toaff fue aquel sacerdote toscano que, en plena Segunda Guerra Mundial, con buena parte de Italia ocupada por los nazis, le salvó la vida falsificando sus papeles –también los de su mujer y su hijo– y ayudándole a huir de una emboscada antijudía. Un favor que le permitió unirse a las filas de la Resistencia.

Tenía solo 28 años, pero ya era rabino y licenciado en Derecho por la Universidad de Pisa. A punto estuvo de no conseguir el título académico: el año en que terminaba sus estudios, en 1938, entraron en vigor las leyes raciales que contemplaban la expulsión de los judíos de las universidades italianas. Toaff se salvó gracias a una disposición que permitía terminar los estudios a los que cursaban el último año.

Con su sólida formación académica –religiosa y civil– y con el prestigio adquirido durante el conflicto bélico, no es de extrañar que en 1946 fuera nombrado gran rabino de Venecia, y cinco años más tarde, de Roma, cargo en el que permaneció exactamente medio siglo.

Un tiempo lo suficientemente largo como dejar constancia de su fuerte personalidad en la Ciudad Eterna. Por ejemplo, cuando rindió un sentido homenaje a Pío XII el día después de su fallecimiento. «Más que en ninguna otra ocasión, hemos [los judios] podido tener constancia de la gran comprensión y generosidad de este Papa durante los años de persecución y terror cuando pensábamos que ya no había ninguna esperanza para nosotros».

Un parecer que mantuvo contra viento y marea, pese al empeño de ciertos historiadores de cuestionar –sin éxito– el papel del Papa Pacelli entre 1939 y 1945. Volvió a mostrar su cercanía con los católicos a principios de junio de 1963 con motivo de la agonía de Juan XXIII, al unirse a los fieles que rezaban en la Plaza de San Pedro.

Además de estrechar lazos con los católicos, Toaff adoptó siempre un comportamiento que hizo de él un referente moral de la Italia contemporánea: baste decir que desde hace dos días, toda la Península, al unísono, le rinde homenaje.