Escuchar y proclamar la salvación - Alfa y Omega

Escuchar y proclamar la salvación

XXIII Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: REUTERS/Jorge Dan López

Es impresionante comprobar cómo solo una palabra puede condensar tanto significado en el Evangelio, ya que, en cierto modo, resume todo el mensaje y la obra de Cristo. Se trata del término Effetá, palabra aramea cuyo significado es ábrete. El Señor se encuentra hoy ante un sordomudo de nacimiento, alguien que, evidentemente tiene un problema importante de comunicación. Aunque no de modo absoluto, pues dispone del resto de facultades, permanece aislado y apartado del ritmo ordinario del resto de personas. Jesús dedica su ministerio de modo preferente a los que sufren y a los marginados por la sociedad, tratando de curar y abrir posibilidades de igualdad y de fraternidad entre todos los hombres. Este deseo se traduce en el Evangelio de este domingo en ayudar a vencer la soledad y la incomunicabilidad de esta persona.

En la dinámica de la Encarnación

El texto se inserta en la línea de los prodigios anunciados en la primera lectura, tomada de Isaías. El profeta describe la acción salvadora de Dios, haciendo un elenco de los diversos males que aquejan a una persona: ceguera, sordera, cojera, etc. En concreto se augura que los oídos del sordo se abrirán y la lengua del mudo cantará. Es decir, a través de su intervención, Dios puede superar obstáculos para el hombre insalvables. Sin embargo, estas acciones destacan por un método con gran carga significativa: tocar al hombre. Tal y como aparece en la Escritura, la acción salvadora de Dios en la historia está repleta de gestos que revelan la dinámica de la Encarnación. Que Dios se haga hombre es la manifestación más plena de este contacto que Dios ha establecido con nosotros. Por eso, el detalle de tocar el oído y la boca se integra en este modo de relación de Dios con el hombre. No era necesario tocar físicamente para salvar, pero el Señor ha querido realizarlo así, y los evangelistas han querido dejar constancia de ello.

La apertura del hombre a Dios

Precisamente uniendo dos ideas, la apertura y el contacto físico, la Iglesia ha recogido la misma acción que hizo el Señor para incluirlo en los ritos explicativos del sacramento del Bautismo. Se trata de un gesto, hoy facultativo, en el que el ministro toca el oído y la boca para significar la apertura del hombre a escuchar la voz de Dios y, consiguientemente, a profesar la fe y proclamar a los demás lo que hemos oído. Las implicaciones del escuchar y anunciar son muchas. Uno de los problemas de nuestro tiempo es que oímos muchas voces diferentes, las cuales nos presentan propuestas atractivas y aparentes, pero que no siempre conducen a lo que el corazón del hombre anhela. La apertura del oído y de la lengua supone abrir un camino nuevo al hombre, en relación con Dios y con los demás. Al mismo tiempo favorece un discernimiento, gracias a poder contrastar lo oído con el resto de los miembros de la Iglesia. La apertura, por lo tanto, lleva consigo la integración en una comunidad y la valoración de la Iglesia como una compañía necesaria para vivir la fe. Este pasaje supone un impulso para evitar el individualismo que nos acecha y que a menudo nos crea la falsa ilusión de que nos bastamos a nosotros mismos, sin necesidad de Dios o de la Iglesia. Pero, incluso profesando la fe en la Iglesia y reconociéndola como un elemento necesario para la relación de Dios con el hombre, corremos el riesgo de, en la práctica, frecuentar la Iglesia como quien acude a un lugar anónimo en el que recibe unos servicios, en este caso espirituales. Este riesgo es, sin duda, mayor en los lugares donde quienes participan de la vida eclesial no se conocen entre sí.

En definitiva, la curación del sordomudo nos permite reconocer a Cristo como el que, en la línea de las promesas del Antiguo Testamento, ha venido a salvarnos en persona. Su acción no solo cura físicamente, sino que inaugura una amistad nueva con él y con los hombres; nexo que se concreta de modo particular en la vida de la Iglesia.

Evangelio / Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos, y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».