Los santos rusos sin santoral - Alfa y Omega

Los santos rusos sin santoral

El monasterio de las Cuevas de Pskov es el escenario de buena parte de las historias que cuenta el metropolita Tíjon –conocido como el confesor de Putin– en su bestseller en Rusia Santos sin santoral. Este lugar, desde donde san Teófilo de Pskov lanzó en el siglo XVI su profecía de la Tercera Roma, fue decisivo para la conservación del legado monacal durante la época soviética

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El metropolita Tíjon junto a Putin y el Patriarca Kiril en la inauguración de la exposición Rusia ortodoxa, en 2013. Foto: Kremlin.ru

Las cuevas

Una de las particularidades más llamativas del monasterio de las Cuevas de Pskov son las cuevas sagradas. De ellas surgió hace 600 años el monasterio. Los laberintos subterráneos se extienden por varios kilómetros debajo de las iglesias, las celdas, los huertos y los campos. Muchos años atrás en estas cuevas se asentaron los primeros monjes. Bajo la tierra, construyeron templos; siguiendo la antigua costumbre bíblica enterraban en nichos de arena a sus hermanos difuntos. Solo más tarde, cuando el número de religiosos aumentó, el monasterio empezó a edificarse también en la superficie

Un canto eclesiástico dice así: «Si Dios quiere, las leyes de la naturaleza son vencidas». Los turistas no creyentes salen de las cuevas extremadamente admirados, y sin embargo se niegan a creer en lo que ven sus ojos o, más exactamente, desconfían de su propio olfato […].

En 1995 Borís Yéltsin llegó a Pechory. El tesorero, el archimandrita Nafanáil, le fue enseñando el monasterio y, naturalmente, las cuevas. Flaquito, canoso, con sus botines gastados por el uso y una sotana agujereada, llevando una vela para iluminar las cuevas, guió por los laberintos al jefe del Estado y a su séquito. Por fin, Borís Nikoláyevich entendió que alrededor suyo pasaba algo insólito: por qué sí los ataúdes con los difuntos estaban en sus nichos al alcance de la mano, el olor de la descomposición no se sentía.

El padre Nafanáil explicó al presidente:

—Es un milagro de Dios.

Siguieron la visita. Pero, al cabo de cierto tiempo, Borís Nikoláyevich, que no salía de su asombro, repitió la pregunta.

—Así lo dispuso el Señor, volvió a contestar suavemente el padre Nafanáil.

Transcurrieron unos minutos y el presidente, al salir de las cuevas, susurró al stárets [monje que por una práctica ascética y una vida virtuosa recibe de Dios dones especiales, como curar o realizar profecías y proveer de forma particularmente eficaz funciones de padre espiritual]:

—Padre, revéleme el secreto, ¿con qué los untan?

—Borís Nikoláyevich –contestó entonces el padre archimandrita–. ¿Hay alguien que apeste entre su círculo de allegados?

—¡Claro que no!

—¿Pero usted puede llegar a imaginar que alguien se atreva a expeler malos olores en presencia del Rey de los Cielos?

Dicen que esta respuesta dejó completamente satisfecho a Borís Yéltsin…

Unos monjes, en oración, en las cuevas del monasterio de las Cuevas de Pskov. Foto: Anatoli Goryainov

Preguntas sin respuesta

Los ancianos monjes contaban cómo el gran superior del monasterio de las Cuevas de Pskov, el archimandrita Alipi, en caso de tener que acompañar a las cuevas a delegaciones de funcionarios soviéticos de alto nivel, tomaba un pañuelo y lo empapaba con abundante agua de colonia. Cuando los visitantes comenzaban a formular la hipótesis sobre las areniscas y su propiedad para absorber los olores, el padre Alipi les metía debajo de la nariz un pañuelo impregnado de suntuoso perfume soviético. Y además les llamaba la atención sobre las flores que se veían junto a las tumbas de los stártsy venerados, y que perfumaban todo el ámbito.

—A ver –preguntaba él–, ¿no pueden aceptar que existen cosas que no podrán entender en esta vida? ¿Y qué dirían si llegan a ser testigos del momento cuando introducen en las cuevas a un difunto y al momento se esfuma el olor de la descomposición? ¿También tendrían una respuesta para esto?

A lo largo de muchos kilómetros se extienden las cuevas, y nadie en el monasterio, ni el mismísimo superior sabía cuál era su longitud. Sospechábamos que solo lo sabían el padre Nafanáil y el archimandrita Serafím, quien había vivido en el monasterio más años que ninguno de nosotros.

De algún modo los amigos, los hieromonjes [monjes que también son sacerdotes] Rafaíl y Nikita, que entonces eran muy jóvenes, no se sabe cómo, consiguieron las llaves del antiguo cementerio de la hermandad. En esa parte del laberinto de Pechory desde el año 1700 no habían enterrado a nadie, y una puerta de hierro cerraba la entrada. Alumbrando su camino con velas, los monjes se desplazaban casi rozando las bóvedas de techo bajo por donde caminaban, mirando a los lados con curiosidad. A izquierda y derecha se veían deshaciéndose en pedazos por el paso del tiempo, los troncos ahuecados de madera donde antiguamente en Rusia depositaban los cuerpos de los difuntos. Se alcanzaba a ver los huesos amarillos de los antecesores en la hermandad, del padre Nikita y del padre Rafaíl. Al cabo de cierto tiempo, los exploradores encontraron un tronco con la tapa cerrada que se había mantenido en perfectas condiciones. Los venció la curiosidad y los dos jóvenes monjes de rodillas se dieron a la tarea de levantar con sumo cuidado la pesada tapa.

Un higúmeno [el superior de un monasterio] extendido apareció ante sus ojos. El cuerpo estaba intacto, completamente preservado; los dedos amarillos como de cera apretaban contra el pecho una gran cruz esculpida. Solo el rostro por algún motivo estaba verde. Recuperándose de su primera sorpresa, los hieromonjes presumieron que el motivo de aquel sorprendente fenómeno era el paño verde deshecho, que de acuerdo con una muy antigua costumbre, cubría el rostro del sacerdote difunto. Después de varios siglos el tejido se había convertido en polvo.

Uno de los monjes sopló: una nube verde se levantó en la penumbra iluminada por la vela y ante los ojos de los amigos el rostro del stárets se perfiló intacto e incorruptible. Parecía que un minuto más y él abriría los ojos para mirar severamente a los religiosos curiosos que habían osado interrumpir su santa paz. Los hieromonjes, al tener conciencia de que delante de ellos estaban las reliquias incorruptas de un santo desconocido para el mundo, entraron en pánico, atemorizados por su propia osadía. A toda prisa volvieron a poner la tapa del tronco y pusieron pies en polvorosa para regresar al siglo XX[…].

Exterior del monasterio de las Cuevas de Pskov. Foto: Anatoli Goryainov

De pronto sucedió que el único monasterio en el territorio ruso que nunca había sido cerrado, ni siquiera en la época soviética, y que, por lo tanto, pudo mantener la valiosa continuidad de la vida monacal, fue precisamente el monasterio de las Cuevas de Pskov. Hasta 1940, el monasterio se hallaba en el territorio de Estonia, y después de su anexión a la URSS, los bolcheviques no tuvieron tiempo de acabar con él, pues estalló la guerra. Más tarde, durante las persecuciones de Jrushchov contra la Iglesia, el gran superior, el archimandrita Alipi, consiguió resistir a la gigantesca maquinaria estatal e impidió que se cerrase el monasterio.

El hecho de que en el monasterio no se rompiera con el legado espiritual tuvo un significado invaluable. No fue casual que justamente aquí, en Pechory, en los años 1950, en plena época soviética, se restableció el stárchestvo [institución de los stárets], uno de los maravillosos tesoros de la Iglesia rusa.

Metropolita Tíjon (Shevkunov)
Traducción del idioma ruso: Rubén Darío Flórez
Responsable de la edición: Miguel Palacio

Una de las noticias más relevantes en la Iglesia ortodoxa rusa en los últimos meses ha sido el nombramiento del obispo Tíjon, superior del monasterio Srétenski de Moscú, como metropolita de Pskov y Pórjov y jefe de la metrópolis de Pskov, situada en la parte occidental de Rusia, cerca de la frontera con Estonia. De este modo, el presidente del Consejo para Cultura del Patriarcado de Moscú, autor del bestseller en Rusia Santos sin santoral y otras historias, reconocido pastor al que la prensa se refiere como el confesor de Putin, regresa a la diócesis en la que en 1982 comenzó su camino monástico, tras graduarse en el Instituto de Cinematografía.

Pskov es una ciudad muy antigua. En el siglo XVI san Teófilo de Pskov realizó allí la profecía de la Tercera Roma, según la cual Moscú sería la heredera del legado del Imperio romano, como en su día lo fue Constantinopla. Numerosas historias del libro Santos sin santoral ocurren en la región de Pskov.

Durante dos años Tíjon fue novicio en el monasterio de las Cuevas de Pskov. Allí limpiaba canalizaciones, cortaba leña, cargaba excrementos de las vacas, barría las calles adoquinadas… Por fin llegó a ser hipodiácono (ayudante del superior del monasterio en la celebración de los oficios divinos). Tuvo suerte de encontrar a un destacado padre espiritual, el archimandrita Ioann (Krestiankin), que lo condujo espiritualmente hasta su muerte en 2006.

Su sueño estos años era volver al monasterio de las Cuevas de Pskov, lugar que ha visitado en varias ocasiones, en agosto de 2000 acompañando a Vladimir Putin en una visita privada a Pechory (así se llama la pequeña ciudad en la que está ubicado el monasterio).

Hasta su reciente nombramiento, monseñor Tíjon estuvo a cargo de la restauración del monasterio Srétenski, construyó una hermosa catedral en este convento, jugó un papel crucial en la reconciliación entre el Patriarcado de Moscú y la Iglesia ortodoxa rusa en el extranjero, fundó una célebre editorial, un seminario ejemplar y una página web sobre asuntos cristianos con más de un millón de visitantes al mes. Además ha realizado varios documentales, entre ellos La caída del imperio. Lección bizantina.

En la actualidad, se prepara la traducción al español de su libro Santos sin santoral, del que anticipamos este fragmento: Las cuevas.

Miguel Palacio. Moscú