16 de marzo: Cura Brochero, el cura que mandaba a los bandidos a hacer ejercicios espirituales - Alfa y Omega

16 de marzo: Cura Brochero, el cura que mandaba a los bandidos a hacer ejercicios espirituales

Aupado en su mula Malacara, este sacerdote gaucho recorrió la pampa argentina y murió de lepra por compartir mate con los enfermos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'Santo Cura Brochero' de Daniel Falabella. Parroquia San José Obrero, Mercedes-Buenos Aires (Argentina)
Santo Cura Brochero de Daniel Falabella. Parroquia San José Obrero, Mercedes-Buenos Aires (Argentina). Foto cedida por Daniel Falabella.

El 17 de marzo de 1840, al día siguiente de nacer, a José Gabriel del Rosario Brochero le llevaron a bautizar montado a lomos de una yegua negra. El hecho de que este detalle quedara en la memoria familiar es significativo en un santo que pasó más de media vida subido a lomos de una mula para anunciar el Evangelio.

Cuarto de diez hijos de una familia humilde de campesinos argentinos, ya desde muy pequeño el niño mostró su vocación. Un día le dijo a su madre: «Yo quiero ser como el señor cura», y en marzo de 1856 dejó su casa para ingresar en el seminario de la Córdoba argentina. Allí Gabriel descubrió la que durante siglos ha sido y sigue siendo una poderosa herramienta de primer anuncio: los ejercicios espirituales ideados por san Ignacio de Loyola. En aquel tiempo estaban haciendo furor en Córdoba, pues los jesuitas los habían llevado a 15.000 personas en los diez años anteriores.

Cuenta Daniel Omar González Céspedes en su libro Un pastor con olor a pastor que, por entonces, «muchos paisanos no conocían siquiera los principios elementales de la doctrina cristiana y otros, lamentablemente, ya habían olvidado todo». En esas, los jesuitas pidieron al rector la ayuda de algunos seminaristas para poder catequizar a los gauchos sin instrucción, y así fue como Gabriel se convirtió «en un doctrinero de hombres duros que cumplía con su cargo a las mil maravillas», como dijeron de él los jesuitas.

El joven recibió la ordenación sacerdotal en noviembre de 1866 y su ministerio fue probado enseguida. A finales del año siguiente estalló una epidemia de cólera que dejó en la región más de 4.000 muertos, una emergencia durante la cual Gabriel se dedicó a atender los cuerpos y salvar las almas, saliendo providencialmente indemne.

A finales de 1869 fue enviado al Curato de San Alberto, una inmensa parroquia de más de 4.000 kilómetros cuadrados, una extensión similar a la provincia española de Pontevedra y que según su obispo era «una enorme selva azarosa». Allí le esperaban casi 40.000 almas, muchas de las cuales no habían visto jamás un cura, pues vivían en poblaciones incomunicadas. Nada de eso le arredró. Aupado a su mula Malacara se dedicó a visitar a sus fieles y comenzó a edificar capillas con sus propias manos. Pero mientras iba de pueblo en pueblo se iba perfilando en su mente y en su corazón un sueño al que dedicó en los años siguientes todas sus energías: la creación de una casa de ejercicios que pudiera atraer a todos los fieles del Curato de San Alberto.

Bio
  • 1840: Nace en Carreta Quemada, en la provincia argentina de Córdoba
  • 1866: Se ordena sacerdote
  • 1869: Le destinan al Curato del Tránsito
  • 1875: Inicia la construcción de la casa de ejercicios
  • 1914: Muere en Villa del Tránsito
  • 2016: Es canonizado por el Papa Francisco

Para 1875 ya había reunido el dinero suficiente para iniciar las obras en Villa del Tránsito y el 15 de agosto, fiesta de la Asunción, puso la primera piedra. Cuentan los testigos de aquel acto que cuando el Cura Brochero —así le llamaban ya en todas partes— la depositó en el suelo exclamó: «¡Te fregaste, diablo!», lo que en España suena a un «te fastidias», pero en una formulación mucho más vulgar. Se inauguró exactamente dos años después con la asombrosa cifra de 700 asistentes de todos los puntos del Curato.

Brochero llamaba a los ejercicios de san Ignacio «baños del alma». Convencido de su valor, iba buscando a sus feligreses uno a uno por aquellos caminos y polvaredas, abriéndose paso a veces entre el barro y la lluvia solo para sentarse a compartir un mate y proponer la vida nueva que comenzaba en cada tanda. González Céspedes cuenta en su libro que llegó a adentrarse en zonas dominadas por bandoleros para invitarlos a los ejercicios, y así consiguió convencer a los temidos Gaucho Seco y Santos Guayama, que aceptaron acudir junto con sus hombres.

La gente caminaba durante días para hacer los ejercicios, y hubo tandas que alcanzaron casi el millar de personas. Al final de su vida, habían hecho los ejercicios más de 40.000 personas.

Pero no solo atendió las necesidades del espíritu, sino que también quiso hacer más fácil la vida de sus fieles en todos los sentidos. Construyó con ellos caminos y escuelas y proyectó la línea ferroviaria que atravesaría la región más tarde. «Abandonados de todos pero no por Dios», decía Brochero de su gente.

Anciano ya, los últimos años de su vida los pasó sordo y ciego por la enfermedad de la que se había contagiado al compartir el mate con los leprosos. «Ahí también hay un alma», contestaba a quienes le pedían mayor cautela en el trato con los enfermos. En estas circunstancias, habiendo entregado su vida hasta el extremo, murió el 26 de enero de 1914, después de musitar «Jesús, José y María, sed la salvación del alma mía».