De estirpe regia, la temprana muerte de su padre Rodolfo II de Borgoña la convirtió en objeto de la envidia de muchos cortesanos y también en una de las soberanas más importantes de Europa. Consciente de su posición y empeñada en garantizar la estabilidad borgoñona, con 15 años contrajo matrimonio con Lotario, rey nominal de Italia e hijo de Hugo de Provenza, rival de Rodolfo II por el trono transalpino.
Adelaida y Lotario tuvieron una hija llamada Emma y formaron una pareja feliz hasta que el rey fue envenenado por Berengario II, otro de los pretendientes al trono. Viuda con 19 años, Berengario pretendió casarla con su hijo Adalberto. Adelaida se negó y fue apresada. Logró huir y pidió ayuda al emperador germánico Otón I, que acudió en su auxilio: con su ejército conquistó Pavía, derrocó a Berengario y repuso a Adelaida en el trono italiano. Ambos se enamoraron, se casaron, convirtiéndose también Adelaida en emperatriz germánica.
Muerto el emperador, fue sucedido por su hijo, el pequeño Otón II, que tuvo con Adelaida. Durante años, Adelaida ejerció una poderosa influencia en la corte, pero su nuera, la princesa bizantina Teofanía volvió a Otón contra su madre y volvió a ser desterrada. Llamada de nuevo, esta vez por su nieto, para ejercer la regencia, desempeñó su cargo con prudencia, razón y bondad. Fundó hospitales e hizo grandes donaciones a la Iglesia. En su vejez, se retiró a un convento, muriendo en olor de santidad el 16 de diciembre de 999 a los 67 años de edad.
Es patrona, entre otros, de las víctimas de abusos, madres de familia numerosa y exiliados.