17 de julio: El día que asesinaron a 73 frailes en Madrid - Alfa y Omega

17 de julio: El día que asesinaron a 73 frailes en Madrid

Joaquín Martín Abad

Isabel II aún no tenía 4 años y ejercía de regente su madre, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Se había iniciado la guerra carlista entre quienes no aceptaban la derogación de la ley sálica por la Pragmática Sanción publicada en 1830 —por la que mujeres podrían acceder al trono en España— y los isabelinos que la sustentaban. Desde enero de 1834 presidía el Gobierno Martínez de la Rosa y en abril se había promulgado el Estatuto Real por el que se establecían en España dos cámaras: la de Próceres designados por la reina y la de Procuradores elegidos por un censo de 16.000 electores.

Desde 1830 a 1835 se había extendido por Europa una epidemia de cólera procedente de la India que llegó a España en 1833 por Vigo, a Madrid en junio de 1834 y el 15 de julio arreció con multitud de muertes. Se difundieron falsos rumores —Payne y Manuel Revuelta sostienen que por sociedades secretas— de que los religiosos habían envenenado fuentes y pozos —pues los síntomas se manifestaban después de beber agua— y que además apoyaban a Carlos Isidro, pretendiente al trono contra Isabel.

El 17 de julio, grupos fanatizados mataron a 73 frailes —por ser religiosos— e incendiaron sus conventos mientras las tropas de orden público dejaban hacer: en el Colegio Imperial de San Isidro asesinaron a 14 jesuitas; en el convento de Santo Tomás de Atocha, a siete dominicos; en el de Tirso de Molina, a nueve mercedarios; y en el de San Francisco el Grande, a 43 franciscanos.

Lo narra uno de los supervivientes de la matanza en San Francisco el Grande, fray Francisco García: los piquetes gritaban: «¡Muerte a los frailes que han envenenado las aguas!». A las ocho de la tarde comenzaron a romper las puertas del convento y algunos frailes fueron a pedir ayuda al regimiento de La Princesa, pero el jefe les dijo que sus fuerzas no se opondrían a las turbas, y que abandonaran el convento. No les dio tiempo. Algunos huyeron por la tapia de la huerta pero mataron a los franciscanos que encontraron en la iglesia o en la capilla, a las que habían acudido a rezar, en los pasillos o en sus celdas, con disparos de fuego, a bayoneta calada y a sablazos. Consta que muchos murieron perdonando a sus verdugos y algunos padres hasta dándoles la absolución.

Hechos que, si se saben, ya no se olvidan.