Sólo Dios sana - Alfa y Omega

Sólo Dios sana

Redacción
Los niños necesitan atención personal, individualizada…

«La primera herida que se suele producir en los hijos de padres separados es la inseguridad en el amor», destaca María Luisa Erhardt, responsable del grupo Betania, que reúne a mujeres separadas y cuyo grupo de hombres acaba de iniciar su andadura. «Los padres son para el niño la primera referencia para experimentar el amor incondicional; por eso, durante la primera etapa de la separación, los padres suelen estar perdidos, lo pasan mal, no saben qué hacer…, y eso repercute en los hijos. Algunos hijos, inconscientemente, asumen el rol de padre o de madre, sin que les corresponda. Dejan de ser niños, y llevan cargas de adultos sin estar preparados para ello», reconoce. Luego, con los años, surgen otros problemas, pues muchos chicos –«muchos, pero no todos», acota María Luisa– siguen perdidos. «Al no tener ya esa seguridad que les da el amor entre sus padres, y ver que siguen batallando a pesar de estar separados, los hijos se sienten excluidos, y a veces también culpables; y entonces no se pueden concentrar y dejan de estudiar, y se refugian en el alcohol o en las drogas, y buscan sentirse amados, a veces desordenadamente, en las relaciones con el otro sexo, o incluso en relaciones homosexuales. También se vuelven más desconfiados, inseguros y les cuesta asumir compromisos. Al no haber experimentado el amor incondicional, se cuelgan de otras personas para sentirse amados. También dejan de creer en Dios, e incluso llegan a culpabilizarle de lo que les pasa, porque no pueden culpabilizar a sus padres, a los que siguen necesitando y queriendo».

Sanación: primero los padres

Con estas bases, ¿cómo acercarse al sufrimiento de estos chicos? ¿Cómo ayudarlos? Para la fundadora de Betania, «la sanación debe empezar primero por los padres, para después llegar hasta los hijos. Es en la sanación de los padres donde comienza la curación de las heridas de los hijos». Además, esta curación no es sólo psicológica, sino que «se adentra en un nivel más profundo, donde sólo llega Dios: sólo en Él puede uno experimentar el verdadero amor incondicional. Es desde la fe donde podemos abrir el corazón confiadamente y donde empieza el camino de sanación, y hay que saber también que se requiere además confianza y apertura de corazón, y perseverancia. Todo en la vida requiere de un esfuerzo, más aún el conocerse, perdonarse, perdonar y aceptarse a uno mismo. Es el mejor tiempo invertido en la felicidad de nuestros hijos, la empresa más importante que se nos encarga y confía en nuestra vida».

En concreto, los hijos «necesitan una atención personal, individualizada. Hay que estar muy atento a esa personita que está en período de formación, escuchar mucho, tener el corazón atento, sin prisas. Se pueden organizar tertulias con mucha naturalidad con los hijos, para que puedan hablar; a veces, el miedo que sienten les impide sacar todo lo que tienen en el corazón, se lo guardan todo dentro. Por eso, es bueno crear un clima tranquilo en el que puedan hablar y expresarse libremente, sin miedos; no preguntar y hacerles un test de lo que han hecho y quiénes son sus amigos… Los niños necesitan sentirse amados, y sentirse escuchados, a ellos no les importa que sus padres no sean perfectos; lo que les importa es que les amen por ellos mismos, no por sus resultados académicos, sino porque son sus hijos, con sus capacidades y limitaciones. Y, por supuesto, nunca hay que hablar mal del otro cónyuge».

En muchas ocasiones, la separación de los padres puede ser la cruz con la que vivirán estos niños; pero, como toda cruz, puede ser la llave que usa Dios para entrar en nuestra vida. «Para muchos niños, este acontecimiento doloroso es una oportunidad para encontrase con Dios», explica. Pero esto también empieza por los padres: «Si el padre o la madre se agarran a Dios y confían en Él, ellos entienden que Jesús es nuestro amigo, que no nos juzga ni condena, que nos ama tal y como somos, que no quiere que suframos, ni decirnos que papá o mamá han sido malos o buenos, sino que ha venido y está con nosotros para amarnos, y ayudarnos a ser felices. Si el padre o la madre integran al Señor en su vida, si Le necesitan y recurren a Él, eso los niños lo captan, lo viven, y lo integran naturalmente en su vida, y para ellos será tan importante como para sus padres. Si el padre, o la madre, o los dos juntos, sanan sus heridas de este modo, sus hijos sanarán también. Sólo Dios sana».