Misericordia, la auténtica reforma de la Iglesia - Alfa y Omega

Misericordia, la auténtica reforma de la Iglesia

El Papa convocó, el sábado, el Año de la Misericordia, que en 2016 buscará mostrar que nadie está excluido del amor de Dios ni de la Iglesia. Se trata de una visión profundamente evangélica del cristianismo, llamada a superar esa visión legalista o puritana de la Iglesia, que con frecuencia amenaza tanto a los que están dentro como fuera de la comunidad de los bautizados

Jesús Colina. Roma
El Papa, el pasado sábado, ante la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, donde se leyeron fragmentos de la Bula Misericordiae vultus

La verdadera reforma del pontificado de Francisco toma forma. No se trata de la nueva configuración de la Curia romana. El Papa sabe que los cambios en la organización de los dicasterios vaticanos servirán para superar ciertos problemas y límites, pero, como sucede en toda organización humana, darán pie a otros.

No, la reforma que este pontificado promueve es mucho más profunda. Francisco busca superar el malentendido más profundo que vive el cristianismo en el siglo XXI. Es consciente de que hay demasiadas personas que se sienten excluidas de la Iglesia. Es consciente de que hombres y mujeres creen que, para ellos, las puertas de la comunidad cristiana están cerradas.

Los motivos son, sobre todo, dos: éticos o de pensamiento. En la mayoría de los casos, esa sensación de lejanía es provocada por la vida afectiva y familiar: un matrimonio fracasado, un amor alejado del matrimonio, un evento en la vida que va abiertamente contra la moral cristiana… En otros casos, esa lejanía es de carácter ideológico: una visión del mundo y del ser humano que parece incompatible con la propuesta evangélica sobre el origen o el ocaso de la vida humana, sobre el más allá, etc.

Francisco ha decidido lanzar un mensaje fuerte, un grito silencioso, que busca susurrar al oído de toda persona: No estás solo, Dios te ama, la Iglesia no es una institución fría, es tu casa en la que siempre serás amado… Y, para movilizar a toda la Iglesia alrededor de este mensaje, ha convocado un año extraordinario, tradicionalmente llamado Año Santo o Jubileo, única y exclusivamente en torno a este tema, el más importante del Evangelio.

En la tarde del pasado sábado, 11 de abril, durante la celebración de las Vísperas del Domingo de la Divina Misericordia, Francisco publicó la Bula con la que convoca este Jubileo de la Misericordia, y que presenta lo más esencial del programa de su pontificado. «¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia, para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros», escribe el Pontífice en el texto de la Bula, algunos de cuyos pasajes fueron leídos el sábado ante la Puerta Santa de la basílica de San Pedro.

Noviembre de 2013. El Papa acaricia a un hombre aquejado de neurofibromatosis

Rostro de misericordia

El día escogido no era casual: en las vísperas del Domingo de la Divina Misericordia murió Juan Pablo II. La Divina Misericordia fue la única gran solemnidad que había introducido en la Iglesia el Papa Karol Wojtyla. El teólogo Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI, decía que la visión de esa Misericordia, la única capaz de poner un límite definitivo al mal causado al hombre y por el hombre, constituía la gran aportación teológica traída por Juan Pablo II. Él descubrió la potencia de este mensaje de una monja polaca, quien él mismo elevaría a la gloria de los altares. Sor Faustina Kowalska dio origen a un movimiento espiritual mundial que, a partir del tenso período que separó a las dos Guerra Mundiales, permitió descubrir a millones de personas una verdad sencilla pero esencial: el rostro del amor de Dios, Jesús, te amará siempre.

El Papa ha titulado la Bula con la que convoca este Jubileo Rostro de misericordia, las dos primeras palabras del texto latino: Misericordiae vultus, en referencia precisamente a Jesucristo. En general, los Papas envían estos textos a los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles católicos del mundo. No esta vez. «Francisco, obispo de Roma, siervo de los siervos de Dios», dirige su misiva «a cuantos lean esta carta» con el único objetivo de desearles «gracia, misericordia y paz».

El Papa ha escogido como lema para el Jubileo Misericordiosos como el Padre, que se inspira en el versículo del evangelio de San Lucas: «Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso» (6, 36). «En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio». Y añade: «Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos… Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos».

Una nueva etapa en toda la Iglesia

El Año Santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada. Francisco abrirá la Puerta Santa de la basílica de San Pedro, que él ha rebautizado como Puerta de la Misericordia.

En la Bula, Francisco explica que ha escogido la fecha del 8 de diciembre por ser el 50 aniversario de la clausura del Concilio. «La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento –indica–. Para ella iniciaba un nuevo período de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre».

Ahora bien, el Papa no quiere que este Jubileo se celebre y viva únicamente en Roma. El domingo siguiente, 13 de diciembre, se abrirá la Puerta Santa en todas las catedrales del mundo, o en otro templo escogido por el obispo local. La Puerta de la Misericordia podrá ser abierta también, a juicio de los mismos obispos, en los santuarios del mundo, que curiosamente en muchos casos están experimentando un aumento en la afluencia de peregrinos. «Cada Iglesia particular estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual», se lee en la Bula.

El Año Jubilar se concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016.

Lo que nos une con judíos y musulmanes

La misericordia unirá en el año 2016 a cristianos, judíos y musulmanes. Éste es uno de los pasajes más proféticos de la bula con la que el Papa convoca el Jubileo de la Misericordia.

El pontífice constata que «la misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el Islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios». En momentos dramáticos, en los que el terrorismo siembra odio irracional, la propuesta del Papa puede abrir caminos para encontrar caminos de entendimiento entre los creyentes en el único Dios. El objetivo confesado por el Papa es que el Jubileo de 2016, «vivido en la misericordia, pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocerlas y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación».

Un compromiso con los demás

El Papa busca evitar que este Jubileo se convierta en un acto de piedad, sin repercusión en la vida que rodea a los creyentes. «En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea», escribe. «Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo, la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención».

El mayor drama para el Papa sería que el Jubileo se convirtiera en un acto de falso pietismo. «No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y, juntos, podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo».

Francisco pide a todos los bautizados reflexionar durante el Jubileo sobre las obras de misericordia, que, como aprendíamos en el Catecismo, están divididas en dos categorías, las corporales y las espirituales. Las corporales son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Las obras de misericordia espirituales son: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Este Jubileo, asegura el Papa, busca recordar las palabras escritas por un español, san Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor».

Redescubrir la Confesión

El Papa se plantea otro objetivo muy concreto: que los católicos practicantes y no tan practicantes redescubran el perdón de Dios recibido personalmente en el sacramento de la Confesión. Francisco recuerda a los sacerdotes su tremenda responsabilidad: «Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón».

«Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar a ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado».

«No harán preguntas impertinentes, sino, como el padre de la parábola, interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia».

«Que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre»

Contra toda corrupción

Por último, el obispo de Roma reconoce que el Año de la Misericordia quedará estéril si no lleva a un cambio de vida profundo en todo creyente. Ante todo, se trata de una llamada a la conversión «a aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida. Pienso en modo particular en los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien, os pido cambiar de vida. Os lo pido en el nombre del Hijo de Dios que, si bien combate el pecado, nunca rechaza a ningún pecador. No caigáis en la terrible trampa de pensar que la vida depende del dinero y que ante él todo el resto se vuelve carente de valor y dignidad. Es sólo una ilusión. No llevamos el dinero con nosotros al más allá. El dinero no nos da la verdadera felicidad».

El Papa pide también conversión «a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad –añade– es un grave pecado que grita hacia el cielo, pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza, porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que se anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. Es una obra de las tinieblas, sostenida por la sospecha y la intriga».

Misioneros de la Misericordia

Uno de los anuncios más inesperados de la Bula de convocatoria del Año Santo es la decisión del Papa de enviar por el mundo, en la Cuaresma de 2016, a Misioneros de la Misericordia, «sacerdotes a los cuales daré la autoridad de perdonar también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica». Entre estos pecados, que comportan la excomunión reservada a la Santa Sede para los que los cometen, se encuentra la profanación del pan y el vino consagrados, como explica el Código de Derecho Canónico en el canon 1367. Otro caso de pecado que comporta la excomunión reservada al Pontífice es la violencia física contra el Papa (canon 1370), dar la absolución «al cómplice del pecado» por actos sexuales, cometidos por el mismo clérigo (cánones 977 y 1378), la consagración de un obispo sin mandato pontificio (canon 1382), o violar el secreto de confesión (canon 1388).

A estos casos, reservados a la Santa Sede, se añade otro delito reservado al obispo, un Penitenciario de la diócesis, o sacerdotes que han recibido esta facultad del obispo: la absolución en caso de haber provocado voluntariamente un aborto. Dado que el aborto constituye el asesinato de una vida humana, se prevé la excomunión para todos los cómplices.