«Ahora vivo en la iglesia y estoy muy contento. La gente es adorable» - Alfa y Omega

«Ahora vivo en la iglesia y estoy muy contento. La gente es adorable»

Desde hace poco más de una semana, diez inmigrantes que fueron arrojados en Madrid por diversas instituciones tras llegar a centros de acogida saturados en varias provincias del sur, comen y duermen en un local de la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias. Ante la respuesta de «lleno total» que daba la Administración pública madrileña a su petición de dormir bajo techo, no les quedó más remedio que dormir en la calle. Hasta que llegó la Iglesia

Cristina Sánchez Aguilar
Los nuevos inquilinos de la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias, a la hora del desayuno. Foto: Parroquia de Nuestra Señora de las Angustias

Tenía solo 18 años cuando salió de Costa de Marfil, hace ahora un año.

—Tuve que salir a causa de la miseria.

Pasó por Mali, Níger y Argelia.

—Gracias a que había ahorrado algo de dinero antes de marcharme de mi país, pude hacer el trayecto en coche.

Eso no le libró de los bosques de Nador, en Marruecos. Su último destino antes de dar el ansiado salto a España.

—No tenía ni para comer. Fue muy duro estar allí.

El 22 de junio, hace apenas 15 días, llegó en patera a Almería, donde fue a parar directo a una comisaría.

—Al liberarme, se deshicieron de mí. Me dijeron que no había plazas en ningún sitio. Me dejaron en la calle.

Fue la Cruz Roja la que le pagó el transporte hasta Madrid. A él y a otros compañeros. Ya en la capital durmió dos días en la calle hasta que un paisano suyo, otro costamarfileño, le llevó hasta el Servicio Capuchino para el Desarrollo (SERCADE), miembro de la Mesa por la Hospitalidad de la Archidiócesis de Madrid, y que cuenta con un centro de atención a inmigrantes en la céntrica calle Lope de Vega. Desde allí, llegó hace apenas una semana a la parroquia Nuestra Señora de las Angustias.

—Ahora vivo en la iglesia, y estoy muy contento. La gente es adorable.

Lo corrobora su compañero camerunés, de 26 años. Llegó a la capital con otras siete personas, esta vez desde Algeciras, donde vivió la misma rutina que su amigo: llegada, comisaría y a la calle.

—Cuando llegamos a Madrid llamamos al Samur, pero nos dijeron que estaba todo lleno. No podían ayudarnos, solo nos indicaron los lugares donde podíamos encontrar a otros paisanos.

Gracias a ellos pasa las noches en la parroquia, cerca de la estación de tren de Atocha.

—Estoy durmiendo en la iglesia, me siento agradecido sobre todo cuando pienso que hay otros hermanos pasando la noche en la calle.

Como estos dos jóvenes, otros ocho inmigrantes subsaharianos arrojados en Madrid, ante la respuesta de «lleno total» de las instituciones, han podido dejar de dormir en la calle gracias a la alargada sombra que ha generado la Mesa por la Hospitalidad creada en 2015 por el cardenal Osoro, tras «el aldabonazo que nos dio a todos el efecto Aylan Kurdi», asegura el delegado de Migraciones, Rufino García Antón.

Vista de la sala principal del local, donde se han colocado diez camas para que los jóvenes puedan dormir bajo techo. Foto: Parroquia de Nuestra Señora de las Angustias

Las parroquias se van animando a abrir sus puertas

Varias parroquias madrileñas se han ofrecido a la Vicaría de Pastoral Social e Innovación para abrir sus puertas, como pidiera el Papa y tantas veces ha recordado el arzobispo Osoro. Muchas de las conclusiones del Plan Diocesano de Evangelización (PDE) han tenido como destinatarios los migrantes y refugiados. Parroquias como Nuestra Señora de las Rosas, la Sagrada Familia o Santa María de Martala han ofrecido sus instalaciones para acoger a refugiados; San Ignacio de Loyola de Torrelodones colabora con una casa de acogida de Cruz Roja, y el arciprestazgo de Embajadores tiene un centro de integración de inmigrantes. Pero la pionera fue la de las Angustias. «Desde la Vicaría de Pastoral Social y la Mesa por la Hospitalidad nos pidieron ayuda y no podíamos negarnos. Es una actitud de la parroquia que viene de lejos, por eso la comunidad se está volcando», asegura Lucas Cano, el párroco.

Todo comenzó hace un mes aproximadamente: se necesitaban parroquias con disponibilidad humana y logística. «Aquí tenemos un local que durante un tiempo se habilitó como centro de día para personas mayores, después para talleres ocupacionales… y vimos que en la sala grande podíamos meter diez camas. Además, tiene sala de comedor, una cocina y dos habitaciones pequeñas», explica Luis Valle, fiel de la parroquia y uno de los responsables del proyecto. Dicho y hecho: «Localizamos camas corriendo, habilitamos el espacio de un día para otro y buscamos voluntarios para hacer, cada noche, la cena para doce personas. Además, hay un pequeño equipo de cuatro personas que se encargan de que siempre haya café, té, galletas, leche, zumos… y todo lo que necesiten de útiles de higiene». Dos personas se quedan cada noche a dormir con los diez inmigrantes, que llegaron hace ya una semana. De momento, el recurso es para la noche. «Los chicos se van a las nueve de la mañana aproximadamente, después de desayunar, y vuelven a las nueve de la noche», afirma Valle.

Durante la mañana, es SERCADE quien se encarga de gestionar la actividad de los muchachos. Xabier Parra, coordinador de la institución, recalca que el paso adelante dado por la parroquia «es absolutamente positivo, no solo por las consecuencias en el bienestar de quienes están siendo acogidos, sino por la calidez en la respuesta, la participación comunitaria y la dignidad que desprende cada gesto».

Los fieles, volcados

De momento, cada noche se ha encargado una familia de la cena, que requiere menú especial, puesto que la mayoría de los nuevos vecinos son musulmanes. «Las familias hacen en sus casas comida sencilla y la traen cada noche. Tenemos hasta un pequeño grupo de email para dar instrucciones», señala el coordinador. Esta respuesta positiva no pasa desapercibida para los inmigrantes, que «están contentos, tranquilos y muy agradecidos».

No hay fecha de salida, sino que la marcha será «cuando encuentren algo mejor o tengan conocimiento suficiente para poder desenvolverse». O cuando la Administración pública no los deje durmiendo en la calle. Y mientras eso ocurre, los demás «aprendemos que no podemos tener miedo a compartir, porque lo que tenemos es para todos», recalca el párroco de las Angustias. «Nos sobran recursos materiales, esa es la verdad, y si no se pueden recibir a diez, seguro que sí a cinco o a dos. Lo importante es que lo que predicamos cada domingo lo pongamos en práctica», añade. «Todas las comunidades estamos en una situación privilegiada para hacer esto: tanto colegios como congregaciones, parroquias, casas a medio utilizar… solo hay que romper los miedos y no dejarnos saturar por la actividad diaria, que nos come».

Para el delegado de Migraciones, «este sustrato importante de sensibilidad» que se va viendo en la Iglesia en Madrid «tiene que ir en incremento. Además, en dos niveles: tanto en la respuesta inmediata ante el requerimiento como en la respuesta cotidiana, en el día a día».

Por una movilidad segura, ordenada y responsable

El 18 de junio el cardenal de Madrid, Carlos Osoro, y la filósofa Adela Cortina presentaban los 20 puntos que la Santa Sede aporta a los Pactos Globales sobre migración y refugio que se firmarán en Marrakech en diciembre. Enseguida los subtitulamos como Pactos que salvan vidas. Durante 2017 el Mediterráneo se ha tragado la vida y los sueños de más de 3.000 personas. Prevenir que esto ocurra, atajar sus causas y lograr la efectiva integración social de los inmigrantes y refugiados constituyen una preocupación constante de la Iglesia. La prueba del algodón del nivel ético de una sociedad y de la coherencia evangélica de la propia Iglesia será su posicionamiento ante algo tan humano como la hospitalidad («Fui forastero y me acogisteis», Mt 25, 35).

En este momento, el efecto expulsión por razones diferentes de Siria, Venezuela, Colombia o África subsahariana, entre otros, reclama no perder el horizonte global. Sin duda, lo que no hagamos por solidaridad, estaremos abocados a realizarlo por necesidad.

  1. Conviene dimensionar la entidad de los flujos. Se ha producido un cambio en las rutas de entrada hacia Europa. En consecuencia, España es objeto de una mayor presión migratoria, pero en modo alguno estamos ante cifras inmanejables. Eso sí, es preciso que haya previsiones y presupuesto. Sobre una población de más de 46 millones de personas, el impacto de entradas cifradas en unos pocos miles es muy asumible por administraciones competentes.
  2. La enseñanza social de la Iglesia recuerda que el primer derecho es el de no emigrar. Todo lo que se invierta en solidaridad internacional, no aprovechamiento y legitimación de gobiernos corruptos, abuso de posición dominante en comercio internacional, prevención y pacificación de conflictos bélicos y cuidado del medio ambiente coadyuvará hacia ese derecho, desafío primero de la gobernanza global. La venta de armas y la cooperación internacional interesada contribuyen a la tragedia tanto o más que las mafias (que son siempre consecuencia y no causa de desplazamientos arriesgados).
  3. Urge una cooperación leal entre las distintas administraciones renunciando al partidismo. Ministerio, comunidad autónoma y ayuntamientos deben caminar en la misma dirección. Lamentablemente no siempre se constata esta actitud. El acto en el centro cultural Conde Duque del pasado 18 de junio con el presidente de la Comunidad de Madrid y la alcaldesa de la Villa resultó prometedor, pero todavía es retórico. Urge una mayor coordinación institucional. También con quien es el responsable del asilo y refugio: el Gobierno de la nación.
  4. La Iglesia, fiel al Reino de Dios y su justicia, lleva muchos años apostando por la efectiva integración social y en plenitud de derechos de los migrantes y sus familias. Hoy, ante la crisis de valores y la ausencia de respuestas institucionales, está teniendo que volver a fórmulas asistenciales que deseamos superar. No pasaremos de largo ante quien es apaleado por la indiferencia social y política, pero recordaremos con toda firmeza que nuestra acción es subsidiaria y que corresponde a los poderes públicos promover las condiciones de igualdad y la efectividad de los derechos humanos. En el caso del asilo, se trata simplemente de exigir que se cumpla la ley.

En coordinación con otras entidades de Iglesia estamos incrementando las redes de acogida y fraternidad, al tiempo que reiteramos la demanda de rutas y corredores humanitarios que hagan que los desplazamientos discurran de manera organizada, segura, reglada y responsable. Por fin, esperamos políticas activas de integración social de los extranjeros que no olviden la simultánea incidencia sobre las condiciones de vida de las personas autóctonas más precarias con el fin de evitar agravios comparativos y para igualar siempre por arriba.

José Luis Segovia
Vicario de Pastoral Social e Innovación del Arzobispado de Madrid