Francisco avala el acercamiento entre EE. UU. y Cuba - Alfa y Omega

Francisco avala el acercamiento entre EE. UU. y Cuba

Aval del Papa al acercamiento entre los Presidentes de EE. UU. y Cuba. A través de su enviado, el cardenal Parolin, Secretario de Estado, Francisco envió una carta a la VII Cumbre de las Américas, concluido este sábado en Panamá, en la que anima a superar las diferencias en el continente, y lamenta además que el «desarrollo económico general» con frecuencia haya ido acompañado de «una brecha mayor entre ricos y pobres»

Jaime Septién

El apretón de manos, captado por todas las cámaras del mundo, entre el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el de Cuba, Raúl Castro, estuvo precedido por una carta enviada por el Papa al anfitrión de la Cumbre, el presidente panameño Juan Carlos Varela, en la que Francisco insta a los 34 presidentes y jefes de Estado presentes en la Cumbre a valorar el diálogo como único instrumento para superar las diferencias, en el camino hacia el bien común.

La misiva papal, que muestra el especial interés del Pontífice por el continente y la generación de una «patria grande» en América, fue leída por su enviado especial a la Cumbre, el cardenal y secretario de Estado del Vaticano, monseñor Pietro Parolín, quien, por cierto, antes de ser nombrado en esa altísima responsabilidad, estuvo en la representación vaticana en México y fue nuncio apostólico en Venezuela, en tiempo de Hugo Chávez y del principio del mandato de Nicolás Maduro.

El desafío es la desigualdad

«La situación geográfica de Panamá, en el centro del continente Americano, que la convierte en un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos Pacífico y Atlántico, es seguramente una llamada, pro mundi beneficio, a generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación», escribió el Papa en su mensaje.

El tema de la Cumbre, patrocinada por la Organización de Estados Americanos (OEA), Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas, ha hecho que el Papa, en su carta, confirme su sintonía pues, subrayó, su convencimiento de que «la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos, es fuente de conflictos y de violencia entre los pueblos, porque supone que el progreso de unos se construye sobre el necesario sacrificio de otros y que, para poder vivir dignamente, hay que luchar contra los demás».

Francisco ha recordado a los mandatarios americanos del norte, del centro y del sur, así como del área caribeña, presentes en Ciudad de Panamá, que «hay bienes básicos, como la tierra, el trabajo y la casa, y servicios públicos, como la salud, la educación, la seguridad, el medio ambiente…, de los que ningún ser humano debería quedar excluido».

Trasmitan esperanza

Tras manifestar su deseo de que la VII Cumbre de las Américas constituya «un diálogo sincero» que supere diferencias y afronte «con realismo» los problemas del continente, como la desigualdad o la inmigración, el Papa criticó que «en las economías emergentes, gran parte de la población no se ha beneficiado del progreso económico general, sino que frecuentemente se ha abierto una brecha mayor entre ricos y pobres».

Y añadió en la parte central de su misiva que «no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los ricos», sino que «son necesarias acciones directas en pro de los más desfavorecidos», y sobre el mismo orden de ideas, en el asunto que tanto ocupa al Pontífice, la inmigración, el Vicario de Cristo, a través del cardenal Parolín lamentó que «en ocasiones, la falta de cooperación entre los Estados deja a muchas personas fuera de la legalidad y sin posibilidad de hacer valer sus derechos».

Al interior de los países americanos, que el Papa conoce tan bien, por su experiencia en las crisis económicas que azotaron a Argentina a principios de este siglo XXI, recriminó las «diferencias escandalosas y ofensivas» en detrimento de los indígenas, la zonas rurales y los suburbios de las grandes ciudades, para cuyas poblaciones pidió «una auténtica defensa» contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia.

La misiva del Papa Francisco, que ha marcado el tono de reconciliación y de cooperación entre los países del llamado por san Juan Pablo II el Continente de la Esperanza, por albergar en él a cerca de 40 por ciento de los católicos que hay en el mundo (unos 420 millones de católicos), terminó pidiendo a Dios «que, compartiendo valores comunes, lleguen a compromisos de colaboración en el ámbito nacional o regional que afronten con realismo los problemas y trasmitan esperanza».

Jaime Septién / Aleteia

Texto completo del Mensaje del Papa Francisco

Al Excelentísimo Señor Juan Carlos Varela Rodríguez, Presidente de Panamá:

Como anfitrión de la VII Cumbre de las Américas, deseo hacerle llegar mi saludo cordial y, a través de Usted, a todos los Jefes de Estado y de Gobierno, así como a las delegaciones participantes. Al mismo tiempo, me gustaría manifestarles mi cercanía y aliento para que el diálogo sincero logre esa mutua colaboración que suma esfuerzos y supera diferencias en el camino hacia el bien común. Pido a Dios que, compartiendo valores comunes, lleguen a compromisos de colaboración en el ámbito nacional o regional que afronten con realismo los problemas y trasmitan esperanza.

Me siento en sintonía con el tema elegido para esta Cumbre: «Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas». Estoy convencido –y así lo expresé en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium– de que la inequidad, la injusta distribución de las riquezas y de los recursos, es fuente de conflictos y de violencia entre los pueblos, porque supone que el progreso de unos se construye sobre el necesario sacrificio de otros y que, para poder vivir dignamente, hay que luchar contra los demás (cf. 52, 54). El bienestar así logrado es injusto en su raíz y atenta contra la dignidad de las personas. Hay «bienes básicos», como la tierra, el trabajo y la casa, y «servicios públicos», como la salud, la educación, la seguridad, el medio ambiente…, de los que ningún ser humano debería quedar excluido.

Este deseo –que todos compartimos–, desgraciadamente aún está lejos de la realidad. Todavía hoy siguen habiendo injustas desigualdades, que ofenden a la dignidad de las personas. El gran reto de nuestro mundo es la globalización de la solidaridad y la fraternidad en lugar de la globalización de la discriminación y la indiferencia y, mientras no se logre una distribución equitativa de la riqueza, no se resolverán los males de nuestra sociedad (cf. Evangelii gaudium 202).

No podemos negar que muchos países han experimentado un fuerte desarrollo económico en los últimos años, pero no es menos cierto que otros siguen postrados en la pobreza. Además, en las economías emergentes, gran parte de la población no se ha beneficiado del progreso económico general, sino que frecuentemente se ha abierto una brecha mayor entre ricos y pobres. La teoría del «goteo» o «derrame» (cf. Evangelii gaudium 54) se ha revelado falaz: no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los ricos. Son necesarias acciones directas en pro de los más desfavorecidos, cuya atención, como la de los más pequeños en el seno de una familia, debería ser prioritaria para los gobernantes. La Iglesia siempre ha defendido la «promoción de las personas concretas» (Centesimus annus, 46), atendiendo sus necesidades y ofreciéndoles posibilidades de desarrollo.

Me gustaría también llamar su atención sobre el problema de la inmigración. La inmensa disparidad de oportunidades entre unos países y otros hace que muchas personas se vean obligadas a abandonar su tierra y su familia, convirtiéndose en fácil presa del tráfico de personas y del trabajo esclavo, sin derechos, ni acceso a la justicia… En ocasiones, la falta de cooperación entre los Estados deja a muchas personas fuera de la legalidad y sin posibilidad de hacer valer sus derechos, obligándoles a situarse entre los que se aprovechan de los demás o a resignarse a ser víctimas de los abusos. Son situaciones en las que no basta salvaguardar la ley para defender los derechos básicos de la persona, en las que la norma, sin piedad y misericordia, no responde a la justicia.

A veces, incluso dentro de cada país, se dan diferencias escandalosas y ofensivas, especialmente en las poblaciones indígenas, en las zonas rurales o en los suburbios de las grandes ciudades. Sin una auténtica defensa de estas personas contra el racismo, la xenofobia y la intolerancia, el Estado de derecho perdería su legitimidad.

Señor Presidente, los esfuerzos por tender puentes, canales de comunicación, tejer relaciones, buscar el entendimiento nunca son vanos. La situación geográfica de Panamá, en el centro del continente Americano, que la convierte en un punto de encuentro del norte y el sur, de los Océanos Pacífico y Atlántico, es seguramente una llamada, pro mundi beneficio, a generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación.

Con el deseo de que la Iglesia sea también instrumento de paz y reconciliación entre los pueblos, reciba mi más atento y cordial saludo.

Vaticano, 10 de abril de 2015