La verdadera juventud os la entrega Jesucristo en la Iglesia - Alfa y Omega

Siempre me ha impresionado el discurso del beato Pablo VI en la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, el día 29 de septiembre de 1963, cuando decía: «¿Acaso no dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre el labrador. Todo sarmiento que no dé fruto lo cortará y todo el que dé fruto lo podará para que produzca más”? (Jn 15, 1-2). Estas palabras muestran bien a las claras los capítulos principales de la perfección que desea y busca hoy día la Iglesia. El primero se refiere a la vitalidad interior y exterior: en efecto, a un Cristo vivo le corresponde una Iglesia viva […]. Debemos desear siempre una Iglesia del amor si queremos que tenga capacidad de renovarse profundamente y de renovar el mundo […], una característica de este Concilio es el amor: un amor tan grande y tan apasionado que piensa más en el bien de los demás que en el suyo propio. ¡Es el amor universal de Cristo!».

Recuerdo estas palabras ahora que la Secretaría General del Sínodo de los obispos nos ha dado a conocer el Instrumentum Laboris para preparar la asamblea sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. El documento enlaza con la llamada que hacían los padres conciliares a los jóvenes ya al final de sus trabajos: «La Iglesia os mira con confianza y con amor, […] ella es la verdadera juventud del mundo […]. Posee lo que constituye la fuerza y el encanto de los jóvenes […]. Miradla y encontraréis en ella el rostro de Cristo, el verdadero héroe, humilde y sabio; el profeta de la verdad y del amor, el compañero y el amigo de los jóvenes».

En el documento preparatorio se hace un recorrido que empieza por decir a los jóvenes que «la Iglesia está en escucha de la realidad»: se preocupa por ellos en la situación en la que estén, por sus modos de comunicarse y sus experiencias más fundamentales, por cómo les afecta la cultura del descarte, por los desafíos antropológicos y culturales en todos los aspectos de su vida (afectividad, sexualidad, opciones vitales, búsqueda de la verdad…). Y ahí desea aportar una interpretación de la realidad de los jóvenes desde la fe y el discernimiento vocacional, presentando a un «Cristo joven entre los jóvenes» y que nos llama a la alegría del amor, que nos fortalece y engendra coraje para arriesgar y tener esperanza en tiempos de incertidumbres y miedos.

Hay una Iglesia siempre disponible, como Cristo, para escuchar a los jóvenes y acompañarlos. Con fuerza y con verdad desea y quiere proponerles «caminos de conversión pastoral y misionera». Quiere ayudarlos a que, desde el discernimiento y el acompañamiento, descubran qué quiere Jesús de ellos; al tiempo que les da a conocer la idea clara y evangélica de la comunidad cristiana, les ayuda a descubrir lo que es la escucha y diálogo con el Señor, la escucha de la Palabra, y les da el protagonismo que deben tener en su misión.

Algo parecido hemos hecho en Madrid con el Parlamento de la Juventud. Los jóvenes han manifestado, de manera profunda, valiente y generosa, sus inquietudes y anhelos. He podido comprobar su capacidad para hablar y compartir en las diferencias y he descubierto una dinámica en línea con el proceso de discernimiento que el Papa nos propone en la Evangelii gaudium:

1. Reconocer: ¡qué buena ha sido la convivencia que habéis tenido en los parlamentos! Como me decían algunos de vuestros representantes el otro día, «unos íbamos con el Catecismo debajo del brazo para juzgar a los que nos parecía que estaban fuera de la doctrina, otros con prejuicios diversos, pero al final hubo humildad, proximidad y empatía para ver juntos cuáles son nuestras alegrías, tristezas y angustias». Os animo siempre, ya lo sabéis a través de mis catequesis mensuales, a descubrir en la Cruz la medida infinita del amor de Cristo. Reconoceos para renovar y fortalecer la experiencia del encuentro con Cristo muerto y resucitado por nosotros. Dejaos invadir de la fuerza del amor y sabiduría de Cristo, os hará ver vuestra realidad sin miedos y os dará fuerza para afrontarla.

2. Interpretar: aquí encontraréis lo que significa ser joven; descubrid la llamada que el Señor nos hace a cada uno. Qué fuerza tiene volver a lo que se ha reconocido utilizando unos criterios de interpretación y evaluación a partir de esa mirada que da la fe. Id y mirad toda vuestra vida siguiendo las huellas de Cristo. Él es meta, camino y nos da una versión de todo lo que acontece en nuestra vida nueva. No es un camino incierto que no tiene destino fijo, es un camino que nos hace ver el significado profundo de la vida humana y de toda la historia. Os lo aseguro, los jóvenes de hoy necesitan descubrir la vida nueva que viene de Dios, saciarse de esa verdad que buscan incansablemente, que tiene su fuente en Cristo y que la Iglesia ha recibido como un tesoro para todos los hombres.

3. Elegir: cuando hayamos acogido la vocación, veremos con claridad los pasos que el Espíritu nos llama a realizar, qué dirección hemos de tomar para responder a la llamada que nos hace el Señor. Qué hondura alcanza la vida cuando nos convertimos en servidores de la misión de Jesucristo de la manera que el Señor nos pide. Lo importante es ponernos en camino con la fascinación que Cristo nos da, impulsados por el deseo de ser testigos valientes, sabiendo que es empresa arriesgada y que por eso necesitamos de su gracia y de su amor.

En este Año Jubilar Mariano que acabamos de abrir de nuestra archidiócesis de Madrid, os invito a los jóvenes a mirar como María al Señor, tomadlo como criterio de medida. Quien se entrega, se encuentra a sí mismo. Lo resume bien san Ignacio: «tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta».