Y se hizo la paz... - Alfa y Omega

A veces en la vida nos cruzamos con Quijotes, con grandes soñadores. A veces, esos Quijotes son unos firmes luchadores que convierten sus sueños en realidad.

Una de las cosas que me ha enseñado África es que hay que confiar en los Quijotes y que, cuando van disfrazados de misioneros, los verás hacer milagros casi a diario. Luis Mari era uno de esos Quijotes-misioneros que aprendió a hacer milagros hace muchos años.

Luis Mari, don Luis María Pérez de Onraíta, arzobispo emérito de Malanje, Angola, comenzó como misionero en 1957, en la misión de Cuale, la cual construyó junto a su hermano Carlos. Allí consiguieron levantar una capilla, una escuela, un centro de atención a la población rural y hasta un sistema tradicional que llevaba el agua del río a la misión. 50 años después –incluidos casi 40 años de conflictos internos– tuvimos que volver a Cuale a reconstruir toda la misión. La paz había llegado, y con ella, de nuevo, la escuela, la capilla, un centro de atención a la mujer, el puesto de salud, el agua, etc. Recuerdo los ojos emocionados y siempre vivos de Luis Mari y de su hermano mientras tomábamos medidas y analizábamos qué proyectos hacer para reconstruir todo aquello. Era como un extraño viaje en el tiempo. Pero la fuerza de Luis Mari lo podía todo y, al poco tiempo, Cuale se puso de nuevo en pie.

No es extraño que lo consiguiese alguien que había sobrevivido a un bombardeo en su propia casa, que nunca había dudado en defender los derechos de los más desfavorecidos, que lo mismo lidiaba con altos políticos que escuchaba a monjas de clausura, a ex militares que buscaban su reinserción y a decenas de familias, de madres con sus niños que cada día pedían su ayuda.

La última vez que estuvimos trabajando, la obra de la diócesis llegaba a casi toda la provincia, incluso a muchas de aquellas zonas más lejanas, aún minadas, como era el caso de Cuale, donde empezarían a llegar misioneros que dieran continuidad a la toda la labor social que él había emprendido. Escuelas, centros de salud, cooperativas de mujeres, acogida de huérfanos, pozos… Todo lo que era necesario ¡se hacía!

Éstas eran las obras de Luis Mari, el gran arzobispo, y por ellas se le puede conocer. Pero había mucho más, lo esencial para hacer milagros: la fe. Y lo imprescindible si se quiere estar cerca de los más necesitados: empatía, comprensión, cariño, humildad y un corazón lleno de amor que nos tocaba a todos. Su casa siempre era un hogar para todos, incluso para esta gitana ambulante que siempre encontraba allí un remanso de paz.

Los ojos de la gente al reconocerlo, las mujeres en el campo agradeciendo trabajar gracias a él, los niños de Maxinde jugando alrededor suyo, o las clarisas cantando llenas de alegría, eran sólo parte de su estela. Ahora te has ido, ya estás en paz, pero aún queda mucho por hacer en este mundo y estoy segura de que seguirás cuidando de nosotros, de tu pueblo y de la gran familia que congregaste en Angola y en España. Tu ejemplo y la paz de tu corazón deben servirnos para seguir trabajando, para luchar por los más desfavorecidos y para creer que, como tú lo hiciste, es posible conseguir un mundo mejor.

María Pilar Ponce