También hubo un Romero en Guatemala - Alfa y Omega

También hubo un Romero en Guatemala

Este domingo, 24 de junio, la diócesis guatemalteca de Chimaltenango realizará «uno de los entierros dignos más extraordinarios» desde la guerra, en palabras de la Nobel de la Paz Rigoberta Menchú. Las exhumaciones fueron posibles gracias al informe Guatemala, nunca más, la gran lucha del obispo Gerardi, en el que denunció los miles de asesinatos y violencia sistemática contra la comunidad maya por parte del Estado, especialmente cruda durante los años 80. Gerardi fue brutalmente asesinado dos días después de publicar el informe, hace ahora 20 años. El proceso de beatificación está en marcha

Cristina Sánchez Aguilar
Una mujer sostiene un cartel del obispo, en la catedral de la Ciudad de Guatemala. Foto: CNS

Era de noche. El 26 de abril de 1998 monseñor Juan Gerardi volvía a su residencia en la iglesia de San Sebastián, en la Ciudad de Guatemala, tras pasar un rato en familia. Fue asesinado a golpes, brutalmente, en el garaje de la casa sacerdotal. Su cara quedó desfigurada de tal manera que tuvieron que reconocerle por el anillo episcopal y por los posteriores análisis forenses.

Dos días antes del crimen, el obispo había hecho público un informe en cuatro tomos titulado Guatemala, nunca más, en el que sostenía que el 93 % de los actos violentos –asesinatos, torturas, violaciones, desapariciones– ocurridos durante los 37 años de guerra civil habían sido obra de las Fuerzas del Estado. «Él se dedicó casi por completo a este informe, con la esperanza de conocer la verdad por medio de testimonios para que el pasado no se repitiera más, ya que estaba convencido de que la paz y la reconciliación se lograrían solamente a través de la verdad», afirman desde la Iglesia en Guatemala.

El que se conoce como el Romero guatemalteco fue nombrado obispo de El Quiche en 1974, año en que la situación de violencia se recrudecía en el territorio, uno de los más pobres de Guatemala. «Allí la lucha entre Ejército y guerrilla se volvía cada día más fuerte. Cientos de catequistas y líderes de las comunidades cristianas, casi todos mayas, fueron asesinados», explican desde la Conferencia Episcopal de Guatemala. «El Ejército consideró que estas comunidades simpatizaban con la guerrilla –responsable del 3 % de los actos de violencia, según la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala, avalada por Naciones Unidas–, algo que en la mayor parte de los casos no era cierto», afirma en conversación con Alfa y Omega Nery Ródenas, actual director ejecutivo de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG), creada ex profeso por Gerardi.

Numerosos sacerdotes y religiosos «tuvieron la valentía de denunciar lo que estaba pasando, y por eso fueron considerados enemigos del sistema», señala Ródenas. Murieron asesinados, y de hecho, «recientemente uno de ellos, Stanley Rother, ha sido beatificado –fue el primer estadounidense declarado como mártir por la Iglesia católica–». Un sacerdote italiano, Tulio Maruzzo, también será beatificado este mes de octubre.

Genocidio maya

«La realidad es que en Guatemala hubo un genocidio: el objetivo del Ejército era exterminar al pueblo maya», sentencia Ródenas, impulsor de la causa de beatificación del obispo guatemalteco, puesta en marcha este 2018, cuando se cumplen 20 años de su asesinato. Según la Comisión de Esclarecimiento Histórico fallecieron alrededor de 25.000 personas en la década de los 80, especialmente entre 1981 y 1983. Tan solo las familias de la mitad de los asesinados supieron dónde estaban los cuerpos, y un 34 % ha podido realizar un funeral o un entierro. «Él, como todos, era patrullero. Estando en el parque fue capturado por los soldados, en presencia de su hijo de 6 años. Lo tenían en el convento parroquial. Nunca se supo cuándo lo mataron y dónde lo llevaron… a saber dónde lo tiraron. Tantas veces lo fuimos a buscar», cuenta una mujer, archivada en el informe del obispo como el caso 2978.

Gracias a la labor de recopilación de testimonios de monseñor Gerardi se han realizado cientos de exhumaciones durante estos 20 años. Según Ródenas, cerca de 300 han tenido lugar en cementerios clandestinos, y aún continúan buscando personas desaparecidas. «También mientras estaba vivo: junto al obispo hicimos la primera exhumación cuando no existía la antropología forense en Guatemala, cuando reinaban el horror y las amenazas», explicó la Nobel de la Paz Rigoberta Menchú durante su visita a Madrid con motivo de la presentación del informe sobre la vulneración de derechos humanos en la construcción de las instalaciones del Mundial de fútbol de Catar. La guatemalteca siempre estuvo ligada al prelado, quien lideró la denuncia de la muerte de su padre, Vicente Menchú, y otros 36 líderes indigenistas, durante el asalto de la Policía a la embajada española en Guatemala en enero de 1980. Este domingo, 24 de junio, en la diócesis de Chimaltenango, «se hará uno de los entierros dignos más extraordinarios gracias a esos informes», explicó Menchú. Un legado, el del obispo, «inmortal, porque incluso los casos del informe han llegado a convertirse en casos penales. Monseñor Gerardi es nuestro querido maestro, seguimos sus pasos».

Un niño guatemalteco bajo un mural del obispo Gerardi, en la Ciudad de Guatemala. Foto: CNS

Acabar con la semilla

Caso 6335, Barillas, Huehuetenango, 1981: «A una mujer embarazada de ocho meses le cortaron la panza, le sacaron la criatura y lo juguetearon como pelota. Quedaban los fetos colgando con el cordón umbilical». La mujer fue especial víctima de la violencia de los soldados, porque «decían que había que acabar con la semilla, es decir, con futuros guerrilleros. Por eso tuvieron lugar estas acciones completamente terribles, como la extracción de los niños de los vientres de las madres, o los asesinatos de los bebés estrellados contra las rocas», afirma el director ejecutivo de la ODHAG.

También hubo violaciones sexuales masivas realizadas por soldados. «Formó parte de la maquinaria de la guerra, siendo frecuentes las agresiones a las mujeres delante de sus familias», dice el informe Guatemala, nunca más. «“Entregá a tu marido, si no, aquí mismo te morís”. Y la agarraron y la forzaron y le hacía falta poco para dar a luz. Eran como 20 e hicieron lo que quisieron con ella»: Caso 1791. «Él violó a la pequeña y después la dejó para que la siguieran violando los demás. A mí no me gustaba participar en esas mierdas porque después queda todo débil, pero aquellos pelaban y después la mataron»: Informante clave 027.

¿Quién mató al obispo?

Tres años después del asesinato, el 8 de junio de 2001, tras infinitos enredos y contradicciones, un tribunal condenaba por el asesinato a 30 años de cárcel a tres militares, el coronel retirado Byron Lima Estrada, el capitán Byron Lima Oliva y el sargento Obdulio Villanueva, y a 20 años de prisión al sacerdote Mario Orantes (coadjutor de la parroquia de San Sebastián), como encubridor de los asesinos. Un veredicto que los periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange, corresponsales en aquel momento de El País y Le Monde, respectivamente, pusieron en tela de juicio tras una larga investigación reflejada en su libro ¿Quién mató al obispo? Autopsia de un crimen político, en el que sostienen que fueron «el Gobierno, la Iglesia [apuntan incluso a tres responsables entonces de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala], los cuerpos de seguridad, las bandas criminales y los jueces», los que «encubrieron a los verdaderos culpables».

Los periodistas señalan a Ana Lucía Escobar, sobrina de monseñor Efraín Hernández, canciller de la Curia y párroco del Calvario, como posible autora del crimen. «Sus credenciales ponen los pelos de punta: traficante en objetos de arte sagrado robados de las iglesias, arrestada varias veces por asaltos, secuestros, y por formar parte –acaso capitanear– de una banda de asesinos, ladrones, contrabandistas y traficantes de drogas», señalaba en El País el Nobel Vargas Llosa en un artículo sobre el asesinato del reconocido prelado.

Nery Ródenas desmonta esta teoría, y señala que este entramado es una consecuencia de que «en Guatemala todavía haya sectores, incluso de la Iglesia, que simpatizan poco con la figura de Gerardi». Desde el inicio, sostiene, «trataron de desacreditarle y después de su muerte, el Ejército por medio de personas infiltradas en la investigación, montaron la hipótesis» de que la sobrina del canciller de la Curia estaba involucrada. Al igual que, según el director ejecutivo de la ODHAG, «fue una invención la otra propuesta que ronda, la del crimen pasional, que sostiene que el sacerdote Orantes era homosexual y que Gerardi al descubrirlo fue asesinado». Según Ródenas, este sacerdote «estuvo en la escena del crimen y, de hecho, se encontró sangre de monseñor en su habitación». Otra pieza clave del esclarecimiento del caso fue el testimonio de Rubén Chanax, quien fingía ser un indigente que pernoctaba fuera de la parroquia, «cuando en realidad era un espía contratado por el coronel Lima para vigilarle».