La Iglesia pide el cierre de los CIE - Alfa y Omega

La Iglesia pide el cierre de los CIE

En una vigilia ante el CIE de Aluche, el obispo auxiliar de Madrid José Cobo aseguró que «todos tenemos miedo» ante la llegada de los refugiados. Y «pensamos que nos salvará el “primero nosotros” y “luego ellos”». Pero los refugiados «no son una amenaza. Ni un peligro. No son una intrusión». Tampoco existe «un efecto llamada». Ese pensamiento «es engañoso» y «nos lleva a encerrarnos». Al contrario, «hay efecto huida, pura supervivencia», y darle la espalda también nos aleja de Dios: «Quien cierra la puerta al que llega pidiendo auxilio, cierra la puerta a Cristo»

Redacción
Un momento de la vigilia de oración en las inmediaciones al CIE de Aluche. Foto: Vicaría de Pastoral Social e Innovación

«Hassan, Amani, Amina, Ibrahim o Antonio Miguel no son delincuentes. No han sido juzgados, no han quebrantado ninguna norma penal. Pero son recluidos en estricto régimen carcelario». «La única razón de su encarcelamiento es que no tenían documentación». «Solo han venido a pedir humanidad» y «nosotros respondemos con cerrojos y medidas muchas veces inhumanas». Son palabras del obispo auxiliar de Madrid José Cobo en las cercanías del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche (Madrid), en una vigilia de oración celebrada el sábado 16, en la que participó el jesuita Michael Czerny, subsecretario de la sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio vaticano para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, a las órdenes directas del Papa Francisco.

Cobo relacionó esta actitud con el miedo. «Todos lo tenemos. Es cierto». Y «pensamos que nos salvará el “primero nosotros” y “luego ellos”». Pero los refugiados «no son una amenaza. Ni un peligro. No son una intrusión». Tampoco existe «un efecto llamada». Ese pensamiento «es engañoso», «nos lleva a encerrarnos» y «nos quita la oportunidad de ser humanos, de ser mejores personas, pues nos priva de la capacidad de entrar en relación con el otro y de mirar a los ojos a cada uno que llega».

Al contrario, «hay efecto huida, pura supervivencia» y darle la espalda también nos aleja de Dios: «Quien cierra la puerta al que llega pidiendo auxilio, cierra la puerta a Cristo. Quien encarcela al refugiado o al migrante», por el solo hecho de serlo, «encarcela a Cristo y a nuestra dignidad». «No podemos acoger a un Dios que no vemos, si no acogemos al que llama a nuestra puerta huyendo de la muerte».

En este sentido, aseguró que no se trata «solo de abrir fronteras puntualmente a quienes están a punto de morir engullidos por el mar de muerte». Hay que «generar procesos de acogida humana e integral». Así, pidió «revisar la misma presencia de los CIE, donde se vulneran los derechos de las personas». También «pedimos que se confíe en la sociedad civil y se la equipe para acoger y para ofrecer vías de integración».

Vivimos en un mundo globalizado, dijo monseñor José Cobo antes de concluir, «donde no tenemos problema para aceptar la globalización del mercado, de la información, de la riqueza. ¿Por qué no aceptamos la globalización de la responsabilidad de vivir así? Si acogemos sus beneficios, ¿cómo no compartimos la responsabilidad del sistema que sostenemos y del que nos aprovechamos?».

J. C. de A / R. B.

Alocución completo de monseñor Cobo

«Cada vez que lo hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis». Los refugiados, los migrantes. Tantos y tantos llaman a nuestras puertas. Siempre lo han hecho. Su presencia es una oportunidad para aprender a ser persona y para entrar en el misterio del Reino de Dios. «Fui forastero y me recibisteis, anduve sin ropa y me vestisteis, caí enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36)

1.— Los cristianos vemos en cada uno de ellos el rostro vivo de Cristo. Es Cristo quien llama y se identifica con ellos. Se hace uno de ellos. Por ello nos dice: «conmigo lo hicisteis». Desde entonces ya sabemos el criterio: ellos son el baremo que nos ofrece el camino de entrada al Reino y la clave primera para comprender quién es nuestro Dios y quién es el ser humano.

Es nuestra experiencia de cristianos la que aportamos a nuestro mundo con alegría: la felicidad no es tener de todo, blindar fronteras, encerrarnos, descartar, o crear ciudades con nuevas murallas dentro de la misma urbe. La felicidad es descubrir y crecer en humanidad acogiendo a Cristo en todo ser humano, en la defensa de toda vida y su dignidad en todos los momentos.

Todos tenemos miedo. Es cierto. Pensamos que nos salvará el «primero nosotros» y «luego ellos». Pero eso es engañoso: ese pensamiento nos encierra y nos quita la oportunidad de ser humanos, de ser mejores personas, pues nos priva de la capacidad de entrar en relación con el otro y de mirar a los ojos a cada uno que llega.

Hoy, aquí en Aluche, como creyentes, tenemos una buena noticia que dar a nuestra sociedad: Dios nos visita en los migrantes y refugiados, como en tantos otros, para rescatarnos de nuestros encierros y ofrecernos el poder entrar ya en su Reino.

Dios pone en ellos el camino para salir de ese miedo y no encerrarnos en el individualismo o en la cultura del descarte. Dios nos da la mano en el refugiado y en el que llega para regalarnos la oportunidad de hacernos menos autosuficientes.

2.— Hoy salimos a la calle. Venimos cerca de uno de los centros donde hay tantos encerrados y privados de libertad. Su situación nos preocupa desde hace tiempo, pues entendemos que la única razón de su encarcelamiento es que no tenían documentación y, por eso, se les mantiene hasta dos meses esperando para decidir qué hacer con ellos.

Hoy los escuchamos por medio de tantos hermanos nuestros que les atienden y acompañan en silencio. Nos recuerdan que los recluidos allí son personas. Personas que piden otros medios para salir de los infiernos de los que huyen.

Y aquí están con su dignidad como única arma, en medio de un mundo que no los quiere y les tiene miedo, como muchos nos dicen.

Unos están encerrados, otros pasean por nuestras calles con miedo a ser detenidos en cualquier momento.

Seguro que hay otros caminos de solución. Cada centro de internamiento puede ser un mensaje disuasorio que dice: «No os queremos». «Si venís huyendo os espera esto». «Mejor quedaos en vuestro país». «No queremos hacer de efecto llamada, pues no es nuestro problema sino el vuestro».

¿Es esto lo que queremos como sociedad civil?

¿Es este mensaje el que queremos dar al mundo?

¿Son estas nuestras raíces en un Madrid forjado con gentes de mil culturas?

¿Es esa la raíz de una Europa de culturas que quiere ser ejemplo de humanidad? Una Europa gestada a golpe de flujos migratorios, de movimientos de Imperios, de mezcla de culturas que la han hecho más humana cuando ha respondido integrando y acogiendo.

NO son un número. No son una amenaza. Ni un peligro. No son una intrusión. No son un instrumento de populismos.

Hoy traemos aquí la voz hecha llanto de Hassan, de Amani, Amina, Ibrahim o Antonio Miguel.

Ponedla delante de vuestras vidas y de nuestro estatus de vida. Escuchad el grito y el llanto de quien dice: «No quiero matar, o que maten a mis hijos». «No quiero morir». «Prefiero atravesar el mar de muerte por buscar un resquicio de esperanza, que quedarme».

No son pocos, es verdad, aunque pocos son los que consiguen llegar. La migración afecta hoy a 250 millones de personas, de las que 22,5 millones son refugiados. Y Esta tendencia «seguirá marcando nuestro futuro», lo queramos o no.

NO son un número. No son un riesgo, ni un coste social.

Son Hassan, de Amani, Amina, Ibrahim o Antonio Miguel y sus familias, y sus amigos que allí quedaron…

Nos llaman hoy a recuperar los rostros y sus gritos silenciosos que suplican ayuda. Ahí están puestos en esa cruz de Lampedusa que nos preside y que ha sido hecha de lo que queda de un naufragio.

Es la voz de los que huyen. El grupo de las madres y los padres que, por proteger a sus hijos, llaman a las puertas de la Europa. No hay efecto llamada. Hay efecto huida, pura supervivencia, agarrarse a la última gota de vida.

La fe responde: nos enseña a ver a Cristo que llama en cada rostro y nos explica cómo realizarnos como personas. Cristo es claro: se nos presenta como el Señor de la Vida. De toda vida. Quien cierra la puerta al que llega pidiendo auxilio, cierra la puerta a Cristo. Quien niega la acogida al que clama misericordia, niega misericordia a Cristo. Quien encarcela al refugiado o al migrante por ser migrante o refugiado solamente, encarcela a Cristo y a nuestra dignidad.

No podemos acoger a un Dios que no vemos, si no acogemos al que llama a nuestra puerta huyendo de la muerte. Quien no acoge al refugiado, a cada uno de sus rostros sufrientes, a cada historia personal, no acoge a Cristo.

Y no se trata solo de abrir fronteras puntualmente a quienes están a punto de morir engullidos por el mar de muerte:

3.— Se trata de generar procesos de acogida humana e integral.

No podemos cerrar los ojos a los que están en el CIE. Por muchas políticas que se promuevan, ellos siguen allí. No vale dejar al migrante en centros de reclusión mientras pensamos soluciones.

Hassan, Amani, Amina, Ibrahim o Antonio Miguel no son delincuentes. No han sido juzgados, no han quebrantado ninguna norma penal. Pero son recluidos en estricto régimen carcelario. Solo han venido a pedir humanidad. Nosotros respondemos con cerrojos y medidas muchas veces inhumanas.

Vivimos en un mundo globalizado donde no tenemos problema para aceptar la globalización del mercado, de la información, de la riqueza. ¿Por qué no aceptamos la globalización de la responsabilidad de vivir así? Si acogemos sus beneficios, ¿cómo no compartimos la responsabilidad del sistema que sostenemos y del que nos aprovechamos?

Por eso, el papa Francisco nos impulsa a dar respuestas globales y acciones transversales en nuestra sociedad. Llama a todos los que les mueva la humanidad a sumarse a un proyecto de la ONU para concretar un PACTO MUNDIAL SOBRE LA CUESTIÓN DE LOS REFUGIADOS Y SOBRE LA MIGRACIÓN SEGURA, ORDENADA Y REGULAR.

La Iglesia se une a estos Pactos y lanza una propuesta de 20 puntos de acción que os invito a conocer y difundir. Son 20 puntos para dialogar con los gobiernos y organizaciones internacionales; para afianzar entre todos los Pactos Globales y para ofrecer unas prioridades pastorales sobre migración a las diócesis, parroquias, congregaciones religiosas, movimientos y colegios.

«¡Sabemos que para obtener los resultados esperados es imprescindible la contribución de la comunidad política y de la sociedad civil cada una según sus propias responsabilidades!» dice el Papa Francisco. Llamamos, por consiguiente, a todas las personas a unirse a este proyecto para favorecer un marco común para todos. Y queremos como Iglesia seguir comprometiéndonos en primera persona para edificar un nuevo marco.

En Madrid, nuestro arzobispo promueve una jornada con representantes de las tres administraciones que dará visibilidad a este proceso. Trataremos de dar pasos para asegurar entre todos una serie de puntos fundamentales tales como garantizar los derechos humanos de los migrantes o la responsabilidad compartida entre naciones y entre gobiernos locales y estatales.

Lo que anhelamos, claro está, es que, además de palabras, se avanzara en compromisos concretos. Para ello respondemos hoy con la fuerza de nuestra oración y con nuestro compromiso. Queremos dar a conocer y difundir la cultura del encuentro y hacer circular las propuestas que hacemos como Iglesia en nuestras vidas, en nuestras redes, en nuestros círculos y fuera de ellos.

Nuestra petición comienza por revisar la misma presencia de los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) donde se vulneran los derechos de las personas.

Con la oración, pedimos que se confíe en la sociedad civil y se la equipe para acoger y para ofrecer vías de integración, más allá de la escasa oferta de medidas para solo 6 meses para personas que llegan sin saber idioma, costumbres y posibilidades…

4.— Ponemos a todos en esta cruz.

Son maderos que han escuchado gritos y testigos del ahogamiento impotente de muchas esperanzas. Estas tablas, como las de la Cruz de Cristo, nos hablan de la muerte y de la injusticia, del sufrimiento del inocente frente a la impasibilidad de los satisfechos.

Hablan de Hassan, de Amani, de Amina, de Ibrahim o de Antonio Miguel. Están en estos tablones de barcaza asumidos por el mismo Cristo que llama con insistencia a nuestras puertas.

Pero la Cruz también es signo de Resurrección. Cristo acoge estas vidas. Por ello nos llama a ser agentes de su Resurrección. Por aquí nuestra sociedad se renovará y será más humana.

Hoy la oración es nuestra mejor arma: presentamos al Señor de la Vida la historia de tantos y ponemos nuestras pobres manos y labios para sembrar la Esperanza y el Consuelo del Resucitado. La oración es poderosa. La Cruz es signo de futuro y de amor. La Resurrección nos urge.

Queremos cambiar la mirada: Los migrantes nos enseñan y despiertan nuestra falta de memoria. Frente a la retórica que subraya los «riesgos» y «el coste de la acogida, se trata de ver que «traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones y, por supuesto, los tesoros de su propia cultura». Nos traen caminos de humanización y de construcción del Reino de Dios que dignifican y sacan lo mejor de nosotros.

GRACIAS A TODOS los que sembráis esperanza. Queremos dar las gracias y animar a todos los cristianos que trabajan en la acogida, protección, promoción e integración de los inmigrantes y refugiados en la sociedad y en la Iglesia.

GRACIAS a los que acompañáis a los internos del CIE.

A quienes sembráis solidaridad en la sociedad, en las redes y entre vuestros amigos.

A quienes rezáis y os unís en oración al sufrimiento que hay tras aquellos muros. La oración sana y llega al corazón de Dios, y consuela a los pobres.

Gracias a los que habéis venido. Una oración y un gesto es siembra de humanidad.

Gracias a quienes apoyáis los Pactos globales

Y a quienes queréis ser más humanos y hacéis que, desde Dios, nuestro mundo sea más justo y fraterno.

+ José Cobo Cano
Obispo Auxiliar de Madrid