Ana Palacios: «No soy creyente, pero siempre que puedo visito las ONG de los misioneros» - Alfa y Omega

Ana Palacios: «No soy creyente, pero siempre que puedo visito las ONG de los misioneros»

Dejó su carrera dedicada a la producción en el cine estadounidense para documentar dramas olvidados en África y Asia, así como la labor de las ONG que trabajan para combatirlos. Ana Palacios trabaja tanto con ONG laicas como religiosas, pero reconoce que, a pesar de no ser creyente, «soy muy fan de los misioneros. Se entregan a los demás por amor a Dios, y por eso su entrega es total, integral, en cuerpo y alma». Este jueves presenta su último proyecto, Niños esclavos. La puerta de atrás, en el que recorre la rehabilitación de 50 de los 1.572 niños esclavos a los que los salesianos, las vedrunas y Mensajeros de la Paz han ayudado a volver con su familia

María Martínez López
Foto: Marta Isabel González

Tú venías del mundo del cine estadounidense. ¿Cómo tomaste la decisión de dar este giro a tu carrera?
En ese mundo estuve 17 años. Con 37 años, en ese momento de acercarse los 40, tuve una crisis emocional, de pensar que mi vida no servía para nada. Hice un viaje de tres meses a la India, y nunca pensé que iba a suponer un cambio profesional y vital tan grande. Los siguientes cuatro años estuve compaginando películas y proyectos de periodismo humanitario. Al principio eran más cortos, porque con publicar algo me parecía suficiente. Pero es adictivo, y mucho más satisfactorio. Empecé a querer publicar en más sitios, hacer una exposición para llegar a otros públicos. Ya no me conformo con llevar una ambulancia a un slum o hacer infraestructuras para el agua en un poblado, sino que quiero ver cómo puedo ser más útil. Habiendo trabajado en películas americanas estaba acostumbrada a pensar a lo grande.

¿Por qué decidiste sacar adelante La puerta de atrás?
Tengo la suerte de poder elegir mis proyectos y manejar los tiempos. Fui a Benín para hacer un encargo sobre úlcera de Buruli y me quedé para buscar otros temas. Así conocí el centro de Mensajeros de la Paz. Me impresionó cuando Florent Koudoro, su responsable, me contó cómo a los niños los vendían sus propios padres. Había oído hablar de niños soldado, de la esclavitud sexual de niñas en el sudeste asiático… Pero no sabía que 72 millones de niños del África subsahariana vivían bajo algún tipo de esclavitud, que puede ser vender alcachofas en un mercado de cualquier pequeña ciudad. No son historias espectaculares, pero afecta a tal número de niños y es tal vulneración de los derechos de la infancia como para contarlo.

A lo largo de tres años, has pasado cinco meses entre Gabón, Togo y Benín.
No lo he sacado hasta que no he estado satisfecha con el resultado. Quería documentar con el mayor rigor y profundidad posible todas las fases de la rehabilitación de los niños: la situación de esclavitud o trata (mendicidad, matrimonio forzoso, trabajo infantil, tráfico de órganos, servidumbre, explotación sexual), cómo escapan de ella, el proceso de identificación, de rehabilitación (revisiones médicas, apoyo psicológico, mediante el juego…), la búsqueda de su familia, la reintegración familiar si es posible, que sería el final feliz; o, si no lo es, la formación y reinserción profesional. También me apoyé mucho en UNICEF porque me interesaba la parte institucional.

«He llegado a entender por qué una madre puede llegar a vender a su hijo»

¿Qué es lo que más te ha llamado la atención?
Que sea algo tan integrado en las costumbres locales. También fue muy interesante entender por qué las familias lo hacen. El otro día lo hablaba con una amiga, que me decía que es imposible que ningún padre venda a su hijo. Pero yo he visto a los niños desnudos y desatendidos. No tienen comida porque el padre está siempre borracho; o porque la madre es viuda. He llegado a comprender por qué una madre puede llegar a hacer eso, cuando quizá tiene siete o diez hijos y se mueren de hambre.

Me enorgullece haberme arrancado esos prejuicios, porque a veces vamos con nuestras gafas occidentales. El afecto a tu sangre está impreso en el ser humano. Si haces eso es porque no te queda más remedio, y entenderlo ha sido una lección de humildad. Me digo a mí misma: «Mira, guapa, ya me gustaría verte a ti en esa situación». No es todo, en absoluto, la desnaturalización que pensamos. He conocido a padres que se habían recorrido el país o cruzado fronteras buscando a su hijo porque el traficante no les había dicho dónde lo había dejado. Había madres y abuelas sufrientes.

¿Todas las ONG que has visitado siguen ese itinerario de rehabilitación que has descrito?
Sí, los procedimientos son exactamente iguales, porque parten de un diagnóstico muy integral del problema. No solo dan un techo y comida a los niños. Buscar a la familia de los niños es una labor muy árida y cara, son muchos viajes en un 4×4 en países donde la gasolina es muy cara. Y vuelven solo cuando la familia está preparada, no es algo precipitado. Algunas tienen hasta abogados para buscar y encausar a los traficantes. Para mí es muy importante decir esto porque quiero poner en valor todo el trabajo de las ONG.

Salesianos, vedrunas, Mensajeros de la Paz… ¿Solo trabajan en este ámbito entidades católicas?
Claro que no, también hay centros no religiosos, y los de tránsito estatales. Los he visitado, están bien atendidos y tienen protocolos parecidos. Pero todas las historias son de los católicos, porque he estado conviviendo con ellos. A pesar de que yo no creo, soy muy fan de los misioneros, y siempre que puedo elegir entre una ONG laica o religiosa me voy con la religiosa. Después de ocho años, mi experiencia es que me aportan más y entiendo mejor los problemas cuando los conozco a través de los misioneros.

Una entrega en cuerpo y alma

Como no creyente, ¿en qué captas esa diferencia?
La entrega del cooperante es genuina también, desde el corazón y no menos comprometida. Pero los misioneros se entregan a los demás por amor a Dios, y por eso su entrega es total, integral, en cuerpo y alma. Es difícil que un cooperante lleve más de cuatro o cinco años en un sitio, y muy normal que los misioneros lleven 20 o 30 años en cualquier pueblo perdido. He estado con combonianos, salesianos, escolapios, las anas (Religiosas de la Caridad de Santa Ana, N. d. R.), concepcionistas… y siempre he encontrado ese denominador común.

¿Puedes poner algún ejemplo?
Lo vi por primera vez cuando estuve en un centro nuevo de las anas para atender a mujeres en la India. Había cinco monjas y cinco mujeres, aunque el centro estaba preparado para 150. Un día, la comida se retrasó mucho por varias circunstancias y yo estaba en la mesa esperando y pensando «ay, qué hambre». La situación se podía haber gestionado de muchas maneras. Podían haberles dicho: «Sois pocas, id a la cocina y servíos». Pero no pararon hasta haber servido el último grano de arroz a estas mujeres; y con un cariño, una paz, una generosidad, una sonrisa… Fue muy revelador. Entendí que era una entrega absoluta al prójimo absoluta por amor a Dios. Y desde entonces he observado el mismo comportamiento.

«Hay muchos problemas de fondo que nadie quiere tocar»

¿Qué esperas conseguir dando a conocer estas historias?
No sé si es utópico o ambicioso, pero espero un cambio. Y, si no es posible, como mínimo que se conozca que hay ONG apoyando a erradicar estas vulneraciones de la infancia. Presento los proyectos desde la esperanza, no desde el dolor, para que la gente quiera entrar en la historia, se acerquen a estas ONG y los proyectos se prolonguen. Me llegan muchos correos electrónicos de gente ofreciendo ayuda, y con uno solo de ellos ya valdría la pena. Estas cosas no están en las portadas de ningún periódico como los terremotos, las emergencias, el ébola o los refugiados. Hay muchos problemas de fondo que nadie quiere tocar porque no interesan, y también esos merecen ser contados y cambiados.

¿Cómo puede contribuir al cambio que en España conozcamos este tipo de esclavitud infantil entre la clase media africana?
Las ONG están en constante conexión con el Gobierno, así que todo el apoyo que les llegue sirve para que este impulso llegue a los gobiernos. Ellas mejor que nadie saben que ese cambio tiene que venir de arriba.

Niños esclavos. La puerta de atrás se presenta este jueves, 21 de junio. A las 19 horas, en la sala Acona de la Cineteca del Matadero (plaza de Legazpi, 8, Madrid), se estrenará el documental, y se dará a conocer también el libro. La exposición, de más de 100 fotografías, se inaugura el 27 de junio, a las 19 horas, en el museo IAACC Pablo Serrano (paseo María Agustín, 20, Zaragoza). Un día antes, el 26 de junio, se proyectará el documental a las 19 horas en el cine Cervantes (c/ Marqués Casa Jiménez, 2, Zaragoza).