La economía también es misión - Alfa y Omega

La economía también es misión

La situación de las congregaciones, así como la complejidad del mundo actual, exige de ellas una mayor especialización para poner en orden sus cuentas, desde la perspectiva de la sostenibilidad de las propias congregaciones y sus obras. Esto implica vivir la pobreza religiosa de una manera más amplia y, sobre todo, un cambio de mentalidad

Fran Otero
Foto: Alfa y Omega

Hablar de economía de las congregaciones religiosas obliga a referirse a la vivencia de la pobreza religiosa, cuyo voto, concebido en época de economía agraria, todavía configura las decisiones de muchas. Antes, el foco se encontraba en la comunidad y en el apostolado local y su recorrido era muy limitado tanto en el espacio como en el tiempo; no había planificación a largo plazo. Las virtudes de cualquier procurador, figura clave por ser el encargado de acumular víveres para pasar el invierno, eran el secretismo y la tacañería. Hoy, la economía y el modelo económico han cambiado; también la situación de las congregaciones religiosas, sus obras y sus miembros. Y, por tanto, también tiene que cambiar la forma en que las congregaciones gestionan sus bienes. Muchas, sobre todo las más grandes, que han alcanzado un grado de profesionalización muy alto, ya lo han hecho. Pero todavía queda mucho camino por recorrer para otras.

Pero no es necesario renunciar a la pobreza, cuyo significado se ha visto ampliado, tal y como explica a este semanario Jaime Badiola, administrador general de los jesuitas en España: «Puede significar vivir de nuestro trabajo, entendido este como una manera de dignificar nuestra vida, además de hacernos solidarios con la gran mayoría de la humanidad que ha de trabajar para vivir. Puede significar vivir austeramente por respeto al sacrificio que otros han hecho en favor de la misión. Puede significar vivir sencilla y austeramente para ayudar a que los menos afortunados puedan alcanzar una vida digna. Puede significar mostrarnos como una familia que sabe cuidar a sus mayores. Y puede significar vivir austeramente por parecernos a Jesús, que vivió pobremente, y por solidaridad con sus preferidos los pobres».

Esta es una de las ideas de fondo que transmite el documento Economía al servicio del carisma y de la misión, publicado el pasado mes de marzo por el Vaticano, a través de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedad de Vida Apostólica, y de obligada lectura para superiores generales y ecónomos. Según Badiola, ofrece claves importantes para la gestión de los bienes de las congregaciones religiosas: «Demuestra conocimiento de la realidad, de los procedimientos económicos, da importancia al carisma de cada congregación y establece la sostenibilidad como eje sobre el que hacer bascular la realidad económica de las congregaciones. La sostenibilidad es parte de la misión, la cualifica».

Una sostenibilidad que afecta a la propia congregación y a sus obras, pues busca satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones. No tiene sentido, de acuerdo al documento vaticano, mantener cualquier obra a toda costa y, por tanto, habrá que discernir si son sostenibles tanto desde el punto de vista económico como se hace en el apostólico. «No es lo mismo que una obra pierda un millón de euros que 100.000. Es cierto que muchas obras, para cumplir su misión, tienen que ser deficitarias, pero es diferente decir que deben mantenerse incondicionalmente. Porque, si pierde un millón frente a 100.000, hay 900.000 de diferencia que se podrían aplicar a otras obras», explica Badiola.

Ángel de la Parte, ecónomo de la provincia de Santiago de los Misioneros Claretianos, reconoce que la gestión de activos financieros e inmobiliarios es necesaria para el desarrollo de las actividades del instituto e, incluso, para sufragar los gastos de los claretianos mayores, ahora dependientes, y que necesitan un cuidado especial en las distintas casas que tienen repartidas por España. También para apoyar económicamente a los siete colegios que tienen en distintas zonas del país y de los que solo dos son rentables. Los otros cinco no podrían funcionar sin el paraguas de la congregación.

Y para que un instituto sea sostenible, pueda atender a sus miembros, cuidar a sus mayores, llevar a cabo su labor apostólica e, incluso, apoyar obras vinculadas a su carisma, tiene que poner a trabajar sus talentos, como narra Jesús en el Evangelio, y que, en estos casos, suelen ser el patrimonio inmobiliario y el financiero. Y tiene que hacer proyecciones, planificar y presupuestar. «Aquí, la pregunta pertinente no es qué es lo que tienes, sino para qué lo tienes», apunta Jaime Badiola ante el reparo que puede surgir entre los religiosos a gestionar proyectos grandes, con sumas de dinero importantes. El documento vaticano también lo expresa de manera clara: «Puede ocurrir que se sigan gestionando obras que han dejado de estar en línea con la misión e inmuebles que ya no responden a las obras que son expresión del carisma. Es necesario definir qué obras y actividades llevar adelante, cuáles eliminar o modificar y en qué nuevas fronteras iniciar recorridos».

Eso no quiere decir que las entidades de la vida consagrada tengan que actuar exclusivamente con la lógica del capitalismo salvaje que domina los mercados, sino con una serie de criterios socialmente responsables. Hacerlo así puede evitar disgustos en forma de escándalos, que lleven aparejados una crisis de reputación o incluso pérdidas millonarias. En la memoria colectiva se encuentran casos tan sonados como el de Gescartera o menos conocidos como el de una comunidad religiosa de Valladolid que tuvo que vender un monasterio del siglo XVII para evitar el embargo del convento donde vivían y sobre el que pesaba una hipoteca.

En el caso de los jesuitas, como en las congregaciones religiosas más o menos grandes, las inversiones, inmobiliarias y financieras, siguen criterios éticos porque, asegura Badiola, así es su estilo. En el campo financiero se dejan asesorar por entidades que analizan la calidad ética de las empresas en las que invierten, además de poner sobre la mesa previamente unos noes y síes. En la parte inmobiliaria, fundamentalmente en gestión de alquileres, tienen su propia política de morosidad, igual que la política de precios, que no puede ser la que sigue el mercado, sino más sensible y responsable.

Los principios generales que establece el Vaticano en este sentido son, tal y como recuerda Ángel de la Parte, ecónomo de la provincia de Santiago de los Misioneros Claretianos, una economía que cuente con el hombre, con todos y en especial con el pobre; la lectura de la economía como instrumento de la acción misionera de la Iglesia; y, por último, una economía evangélica de intercambio y comunión.

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Además, hay una serie de criterios que seguir porque así lo establece la sociedad en los institutos religiosos que desarrollan su misión y de la que no se pueden abstraer. Esto tiene que ver con la transparencia, que Badiola define como prudente, pues «ha de darse en todo aquello en lo que existe obligación legal, sin que ello implique tener que ir más allá». También con el cumplimiento normativo: no vale saltarse las normas aunque sea con buena voluntad; por ejemplo, pagar en negro porque así a la persona que retribuyes le queda más dinero disponible… La rendición de cuentas, pues los bienes no son de las congregaciones sino de toda la Iglesia para el cumplimiento de sus fines. Y, finalmente, cuestiones como la colaboración entre congregaciones y el archivo o la gestión de la documentación. Dice el ecónomo de los jesuitas que si no se siguen estos principios, «estamos limitando la capacidad de que nuestro tratamiento de lo económico esté al servicio de la misión».

Del mismo modo, es bueno que las entidades religiosas tengan criterios claros a la hora de tomar decisiones que puedan afectar al patrimonio. Por ejemplo, no se puede vender un edificio religioso si el comprador lo va a destinar a un fin contrario a la Iglesia católica. En este sentido, la Santa Sede pide que, en la medida de lo posible, se transfiera a otra entidad religiosa. O, a la hora de aceptar una herencia, también hay que tener en cuenta si la voluntad del donante se puede cumplir o no. Si una persona quiere dejar a la congregación una serie de activos inmobiliarios para que con su rendimiento se den becas solo a españoles, como de hecho ha sucedido, esa herencia no se puede aceptar.

En definitiva, dice Badiola, trabajar la dimensión económica «no es opcional»; más aún, integrarla en la reflexión sobre la misión «es una cuestión de fidelidad a la propia misión». «Toda demanda de cambio puede presentar una doble identidad: la de oportunidad o amenaza. La visión de fe nos invita suavemente a declinar la balanza hacia la primera», concluye.

Orientaciones concretas de la Santa Sede

En el documento Economía al servicio del carisma y de la misión hay un capítulo dedicado a aterrizar en orientaciones concretas sobre la gestión económica, que va desde la creación de un órgano consultivo a cómo gestionar los alquileres. Estas son algunas de las indicaciones operativas:

  • Las congregaciones no podrán vender patrimonio inmobiliario a partir de una cantidad máxima, que fijarán las conferencias episcopales, sin la licencia de la Santa Sede.
  • Deberán contar con un organismo de consulta sobre asuntos económicos.
  • Podrán adoptar un reglamento administrativo que ofrezca indicaciones operativas.
  • En la colaboración con profesionales externos, deberán dar prioridad a aquellas personas conscientes de las peculiaridades de los institutos y expertos en el ámbito de intervención, evitando recurrir a un solo profesional.
  • Establecerán formas de auditoría interna.
  • Cuando valoren la adquisición de bienes han de aprobar un plan de inversión que tenga en cuenta cuestiones como el objetivo de la adquisición, la dimensión y función respecto al fin; la conformidad urbanística, la posibilidad de una enajenación futura; los recursos financieros necesarios o la valoración de las cualidades del vendedor…
  • En el alquiler de inmuebles deberán verificar la calidad del arrendatario; que el uso que le vaya a dar no difiera de la misión del instituto o sea contraria a la Iglesia…
  • La venta de inmuebles ha de realizarse de modo coherente con el carisma. Se recomienda la posibilidad de cesión a otras entidades sociales, evitando en cualquier caso enajenaciones que perjudiquen al bien común de la Iglesia. Se han de rechazar propuestas si las características del licitador, el modo de pago o la modalidad de la operación resultan incoherentes con los valores del instituto.
  • En el uso y en la gestión de los recursos financieros se han de respetar los criterios de prudencia en la selección de los productos y verificar la legalidad y los aspectos éticos de la inversión.