Anatomía de una catástrofe - Alfa y Omega

Anatomía de una catástrofe

Dos terceras partes del electorado irlandés aprueban despenalizar el aborto. La mala gestión de los escándalos de abusos sexuales sigue pasando factura

José María Ballester Esquivias
Manifestación en contra de la despenalización del aborto en Dublín, Irlanda. Foto: CNS

El resultado, por muy doloroso que sea, es inapelable: el 66,4 % de los votantes irlandeses que acudieron el viernes 25 de mayo a las urnas se pronunció a favor de eliminar el blindaje al derecho a la vida en la Constitución. El Gobierno tiene ya redactada una nueva legislación que, antes de final del año, despenalizará el aborto en todos los casos durante las primeras doce semanas de embarazo, y en algunos supuestos, hasta las 24 semanas. A raíz del desenlace de esta consulta ya solo quedan dos países en Europa que prohíben, o al menos restringen severamente, la práctica del aborto: Malta y San Marino.

La inclusión de Irlanda en el grupo de países abortistas no es la mera llegada de un nuevo miembro, sino un terremoto, debido a la idiosincrasia del país gaélico. Un vistazo a la historia indica que el aborto estuvo penado con cadena perpetua entre 1861 y 2013, y con 14 años desde entonces. En 1983 –cuando el aborto ya estaba legalizado en buena parte de los países democráticos del Viejo Continente–, el temor a una jurisprudencia liberal procedente de la Corte Suprema impulsó a la Iglesia católica a involucrarse plenamente en el referéndum de 1983. El éxito fue rotundo: el 66.9 % de los irlandeses votó a favor de la Octava Enmienda, que prohibía el aborto incluso en los supuestos de violación, incesto y malformación del feto.

La excepción irlandesa empezó a resquebrajarse en 1995, cuando el divorcio fue aprobado por el 50,3 % de los votantes, y quedó herida de muerte en 2015 con la aprobación, también mediante referéndum, del matrimonio homosexual. Un dato: el primer ministro, Leo Varadkar, principal impulsor de la despenalización del aborto, es el lejano sucesor, tanto en el Gobierno como en el partido Fine Gael, de Liam Cosgrave, aquel mandatario que a mediados de los 70 amenazó con dimitir si el Parlamento legalizaba la importación de anticonceptivos.

El efecto de la pederastia

A la hora de analizar las causas, no se puede obviar el efecto devastador que han tenido en la opinión pública los graves casos de abusos sexuales achacables a miembros del clero irlandés y la reticencia de la jerarquía eclesial en aceptar la realidad de las denuncias y su tardanza en pedir perdón, como lo demuestra el caso del cardenal Desmond Connell. Esta es la opinión de Gregor Puppinck, director del Centro Europeo para la Ley y la Justicia y gran conocedor de las batallas europeas en defensa de la vida y de la familia. «Sin la puesta en escena de los escándalos, el resultado habría sido distinto», afirma.

En declaraciones a Alfa y Omega, Puppinck considera también que la principal lección que cabe extraer del referéndum irlandés es «la obstinación de los defensores de la cultura liberal, que llevaban 20 años preparando este resultado, y que han dispuesto de medios materiales considerables». En segundo lugar, destaca que «la potencia de fuego desplegada por los partidarios del aborto da cuenta de la importancia cultural de esta cuestión, aunque no tenga nada que ver con la libertad de la mujer. Hay, pues, una dimensión ideológica que va más allá de la regulación de los nacimientos».

De cara al futuro, no solo en Irlanda, sino en el resto de Europa, la pregunta que se hacen los grupos provida es cómo revisar su estrategia, a la vista de que será difícil introducir cambios legislativos sin antes ganar la batalla de la opinión. Puppinck apunta que, en estos momentos, «la resistencia ha de ser ante todo espiritual». «Esta –dice– pasará por una resurrección de la Iglesia».