Ángelus del Papa: «Él es el Dios de cada uno de nosotros» - Alfa y Omega

Ángelus del Papa: «Él es el Dios de cada uno de nosotros»

«Si miramos sólo con el ojo humano, estamos llevados a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la muerte», pero «nosotros estamos en camino hacia la vida plena y aquella vida plena ¡es la que nos ilumina en nuestro camino! Por lo tanto la muerte está detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivos, el Dios de la alianza», una alianza que él suscribe no genéricamente, sino con cada uno de nosotros, explicó el Papa, al comentar el evangelio del día, durante el rezo dominical del Angelus. Durante su intervención, el Papa recordó y pidió oraciones por las víctimas del tifón de Filipinas

Redacción

«El nombre de Dios está ligado a los nombres de los hombres y de las mujeres con los que Él se liga, y este lazo es más fuerte que la muerte», explicó Francisco durante el rezo del Ángelus. Por eso, «nosotros podemos también decir de la relación de Dios con nosotros, con cada uno de nosotros: ¡Él es nuestro Dios! ¡Él es el Dios de cada uno de cada uno de nosotros! Como si Él llevase nuestro nombre».

Tras el Ángelus, el Papa recordó y pidió oraciones por las víctimas del tifón de Filipinas, donde «desgraciadamente, las víctimas son muchas y los daños enormes. Oremos por nuestros hermanos y hermanas, y tratemos de transmitirles también nuestra ayuda concreta», dijo.

Además, Francisco recordó que se cumplía el 75 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, «que marcó un triste paso hacia la tragedia del holocausto» judío, y pidió oraciones a Dios «para que la memoria del pasado nos ayude a estar siempre vigilantes contra todas las formas de odio y la intolerancia».

También recordó que, por la tarde, en Paderborn, Alemania, iba a ser proclamada beata María Teresa Bonzel, fundadora de las Hermanas Franciscanas Pobres de la Adoración Perpetua.

Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús con los saduceos que negaban la resurrección. Y es justamente sobre este tema que ellos dirigen una pregunta a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: «Una mujer ha tenido siete maridos, muertos uno después del otro», y preguntan a Jesús: «¿De quién será esposa aquella mujer después de su muerte?». Jesús, siempre dócil y paciente, responde que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de aquella terrenal. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión donde, entre otras cosas, no existirá más el matrimonio, que está ligado a nuestra existencia en este mundo. Los resucitados -dice Jesús- serán como los ángeles, y vivirán en un estado diferente, que ahora no podemos experimentar y ni siquiera imaginar. Así lo explica Jesús.

Pero luego Jesús, por así decirlo, pasa al contraataque. Y lo hace citando la Sagrada Escritura, con una sencillez y una originalidad que nos dejan llenos de admiración ante nuestro Maestro, ¡el único Maestro! Jesús encuentra la prueba de la resurrección en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente (cfr. Ex 3, 1-6), allí donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está ligado a los nombres de los hombres y de las mujeres con los que Él se liga, y este lazo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos también decir de la relación de Dios con nosotros, con cada uno de nosotros:¡Él es nuestro Dios! ¡Él es el Dios de cada uno de cada uno de nosotros! Como si Él llevase nuestro nombre. A Él le gusta decirlo y ésta es la alianza. He aquí el por qué Jesús afirma: Porque él no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él (Lc 20, 38). Y éste es el lazo decisivo, la alianza fundamental con Jesús: Él mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido a la muerte. En Jesús Dios nos dona la vida eterna, la dona a todos, y todos gracias a Él tienen la esperanza de una vida más verdadera que esta. La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con su misericordia.

Por lo tanto, aquello que acontecerá es precisamente lo contrario de cuanto se esperaban los saduceos. ¡No es esta vida la que hace referencia a la eternidad, a la otra vida, aquella que nos espera, sino es la eternidad que ilumina y da esperanza a la vida terrenal de cada uno de nosotros! Si miramos sólo con el ojo humano, estamos llevados a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la muerte. ¡Eso se ve! Pero eso es solamente si lo observamos con el ojo humano. Jesús vuelca esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: ¡la vida plena! Nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena y aquella vida plena ¡es la que nos ilumina en nuestro camino! Por lo tanto la muerte está detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivos, el Dios de la alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre. Como Él dijo: «Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», también el Dios con mi nombre. Con tu nombre, con tu nombre, con tu nombre, con nuestro nombre ¡Dios de lo vivos! Está la derrota definitiva del pecado y de la muerte, el inicio de un tiempo nuevo de alegría y de luz sin fin. Pero ya sobre esta tierra, en la oración, en los Sacramentos, en la fraternidad, encontramos a Jesús y a su amor, y así podemos saborear algo de la vida resucitada. La experiencia que hacemos de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la resurrección. De hecho, si Dios es fiel y ama, no puede serlo por tiempo limitado: ¡la fidelidad es eterna, no puede cambiar, el amor de Dios es eterno, no puede cambiar! No es por tiempo limitado: ¡es para siempre! ¡Es para ir adelante! Él es fiel para siempre, y espera a cada uno de nosotros, nos acompaña a cada uno de nosotros con esta fidelidad eterna.

RV