Nadie quiere a la mujer inferior al hombre ni encerrada en casa - Alfa y Omega

Nadie quiere a la mujer inferior al hombre ni encerrada en casa

«Sólo en un país extremadamente ideologizado puede suceder que un periodista de una agencia nacional realice una noticia sobre un libro sabiendo de él únicamente el título», escribe en Aleteia Feliciana Merino, directora del centro de estudios para la mujer Maryam y miembro del consejo de la editorial Nuevo Inicio, que ha editado Cásate y sé sumisa. Experiencia radical para mujeres sin miedo, de Costanza Miriano, un libro que, en Italia, «ha sido celebrado hasta el punto de ser uno de los grandes éxitos del último año. ¿Por qué? -se pregunta- ¿Anhelan las italianas quedar recluidas en los fogones esperando al marido con el brandy bien dispuesto en la mano, para servírselo presurosas? Ya supondrán que no. Lo que sucede es que es un libro interesante, se esté de acuerdo o no con él en todo o en parte. Lo que no han hecho es juzgarlo por un título que, todo sea dicho de paso, está, como todo el volumen, lleno de ironía y sentido del humor»

Redacción

Mi nombre es Feliciana Merino y soy directora del centro de estudios para la mujer Maryam y miembro del consejo de la editorial Nuevo Inicio, que ha saltado a las portadas de todos los periódicos y a las pantallas de todos sus televisores por la publicación reciente del libro de Costanza Miriano Cásate y sé sumisa. Experiencia radical para mujeres sin miedo.

No escribo estas líneas para defender el libro de Miriano. Como todo libro, por más bueno o malo que sea, tendrá sus aciertos y sus errores, partes mejores y otras en las que unos lectores u otros disentirán. En todo caso, nuestra editorial lo ha publicado precisamente porque propone una visión distinta, nueva y original, que abre al diálogo y a la discusión y se aleja de la repetición incesante y cansina de las consignas, por otro lado perfectamente inútiles, al uso. En Nuevo Inicio -fíjese usted qué gente tan rara- publicamos libros que nos parecen interesantes. No recuerdo ninguno en el que todos los miembros del consejo, sea cual sea la visión (o misión) que tengan en la vida, hayan estado de acuerdo con su contenido al cien por cien: no nos dedicamos a hacer ideología, sino cultura.

Personalmente tengo una clara conciencia de que es necesario retomar el debate sobre el lugar de la mujer en la sociedad contemporánea, y hemos de hacerlo liberándonos de toda la gigantesca ganga de teorías encorsetadas y discursos vacíos que tantas veces pueblan el panorama de nuestros políticos, periodistas y opinadores. Esta gente, hay que decirlo y no siempre es por su culpa, tienen tanto que hacer que no pueden emplear tiempo en una actividad que algo tiene que ver con nuestra común humanidad: pensar, estudiar, reflexionar. Claro está que quien no puede dedicar una parte razonable de su vida a estas labores termina por ser un vocero de las opiniones de otros, que los manipulan a su antojo.

Volviendo al lugar de la mujer en la sociedad contemporánea, un primer paso es caer en la cuenta, a lo que ayuda el libro citado, de que su lugar no puede ser el denominado matrimonio tradicional (mujer encerrada en casa dedicada a sus labores). Estoy en profundo desacuerdo con ese concepto (cuyo uso ha quedado, por otra parte, circunscrito al ámbito de la demagogia), y también estoy en profundo desacuerdo con la idea absurda de que la Iglesia defiende algo semejante. ¿Por qué? Porque el matrimonio tradicional nace como un modelo de relación adecuado a las necesidades que la burguesía y el capitalismo tenían en un contexto concreto. En aquel momento convino al sistema económico encerrar a la mujer en casa, dedicada exclusivamente al cuidado del hogar y de los hijos, para que una parte importante de la población pudiera dedicarse en cuerpo y alma a producir, es decir, a servir a las fuerzas impersonales del capital.

En buena medida éste es un fenómeno que en España vivimos durante el franquismo, con la llegada a la periferia de las ciudades de mucha población inmigrante que abandonaba el campo para buscarse el pan en los nuevos polígonos industriales. De esta manera ambos, mujer y varón, igualmente alienados, ocuparon su espacio dentro del engranaje productivo. Esta situación encarceló tanto al hombre como a la mujer, imponiendo un sistema de roles que, como cualquier otro de esta índole, encapsula, aplasta el horizonte de la vida hasta dejarnos presos en una caja de hormigón.

Dentro de esta concepción del matrimonio y de la familia, en realidad de la vida toda, se impedía el crecimiento personal y la libre expresión de las capacidades y vocaciones de todos los sujetos, aunque muy especialmente de la mujer, puesto que ella tenía muy pocas alternativas, por no decir ninguna. Nadie que goce de un mínimo de sano sentido común pretenderá volver a una forma semejante de entender las relaciones. Además, los adalides del capitalismo, entre nosotros los hay que se dicen de izquierdas y de derechas (en nuestro hemiciclo ocupan todas las plazas), ya no están interesados en patrocinar el matrimonio tradicional porque el ciclo económico exige otra forma de dependencia orgánica del sistema.

En la actualidad la mentalidad dominante -lo que se denominó con una acertada expresión como opinión publicada– pretende atarnos con los jirones de tela que le sobresalen de los cortes de otro patrón: de nuevo la mujer (y el varón) han de someter sus relaciones a los criterios del poder, que imponen modelos de vida que atienden únicamente a criterios productivos y de consumo. No se olvide usted que toda esta caterva de economistas de café se creen a pies juntillas ese mantra liberal de que el hombre sólo busca su propio interés, por lo que se limitan, allí donde estén, a buscar únicamente el suyo. Ahora el recalentamiento de la economía y la salud de los balances contables han exigido un mayor nivel de consumo y, por lo tanto, han de entrar dos sueldos en casa. Si usted no desea trabajar o lo quiere hacer a tiempo parcial habrá de asumir el correspondiente empobrecimiento: ¡será castigada por ser una disidente! Por eso se inventan trabas constantes para volver el entorno más hostil a la maternidad.

Entre mis amigas, la mayor parte de las madres han sido despedidas por quedarse embarazadas. Otras evitan ese supuesto por no ingresar en la cola del paro. Los sindicatos, mientras, parece que se ocupan de calibrar el tamaño de los bogavantes. Ellos se ve que también están convencidos de que no tienen más remedio que buscar su propio interés. No digamos nada de la falacia de la conciliación de la vida laboral y familiar. Se ríe una por no llorar. Convénzase: no les preocupa nuestra vida, no aparece como un input a tener en cuenta en los consejos de administración, ni en sus conferencias anuales. El culto al dinero, que es el único dios al que algunos sacrifican su existencia entera y la de su descendencia, asfixia a la mujer e intenta anular su vocación, e impone dificultades prácticamente insalvables a su libre desarrollo personal, al impedirle elegir la manera en la que desea participar tanto del sistema económico como del cuidado de los hijos.

El modelo de relaciones personales que nos presentan como “ideal” desde los diversos moralismos al uso (ningún moralismo más insoportable que el proveniente de una ideología) es una mentira y una forma de servilismo inaceptable. ¿Creen que se puede llamar libre a una mujer separada o divorciada con hijos a su cargo? Por hablar de un caso real: entra a trabajar a las 8:00 y debe dejar a los niños en el colegio a las 9:00; sale a las 15:00 y debe recogerlos a las 14:00. Si llega tarde al colegio los funcionarios a cargo del centro le anuncian que, como vuelva a suceder, avisarán a los servicios sociales (¡tal cual!). Debe regresar al trabajo por la tarde y dejar a su prole al cuidado de los abuelos (¡qué suerte si esto es posible!) o de extraños. Cuando regresa a casa y logra sentarse después de dieciséis horas de larga jornada, entre unas cosas y otras, seguro que le pone una vela a la Bibiana Aído de turno. No crean que la situación difiere mucho si está casada. El marido también ha de cumplir con un horario leonino y, como mucho, alcanzará a ser una ayuda, una especie de asistente. Todo el proceso que se han inventado de liberación de la mujer igualándola al hombre es un gran engaño, el gran engaño del mercado, al que se ha prestado con una infantilidad inexcusable el feminismo.

¿De verdad queremos vivir así? Mire usted: pues no. Dejen de repetir las mismas falacias metafísicas sobre el hombre y la mujer y ocúpense ya de los hombres y las mujeres de carne y hueso. Algunos tienen tanta ideología en la cabeza que parece no caberles ya otra cosa que sus pertinaces discursos manufacturados.

Este libro en concreto, que tanta polvareda parece levantar, ha vendido miles de ejemplares en Italia, donde ha sido celebrado hasta el punto de ser uno de los grandes éxitos del último año. ¿Por qué? ¿Anhelan las italianas quedar recluidas en los fogones esperando al marido con el brandy bien dispuesto en la mano, para servírselo presurosas? Ya supondrán que no. Lo que sucede es que es un libro interesante, se esté de acuerdo o no con él en todo o en parte. Lo que no han hecho es juzgarlo por un título que, todo sea dicho de paso, está, como todo el volumen, lleno de ironía y sentido del humor.

Sólo en un país extremadamente ideologizado puede suceder que un periodista de una agencia nacional realice una noticia sobre un libro sabiendo de él únicamente el título. Sólo en un sitio así, en el que falta la básica dignidad de procurar conocer aquello de lo que se habla en público, más en el caso de los que se dedican a ello profesionalmente, puede ocurrir que una gran parte de los medios de comunicación repitan mecánicamente la noticia sin ojear siquiera el volumen. Evidentemente esto ha sucedido porque la editorial Nuevo Inicio es una iniciativa de la Iglesia.

Es preciso decirlo en voz alta, y que se sepa. La mayor parte de los medios de comunicación no han querido, no les ha interesado, ni siquiera se han preocupado un poquito, por decir la verdad. La noticia, aunque no facilitaba ninguna información sobre el contenido del volumen, era demasiado golosa, demasiado amarilla, para que la estropease la verdad. No venden otra cosa que asfixiante ideología.

No obstante, ellos pueden hacer lo que estimen oportuno, y los lectores y espectadores son libres de dejarse afectar por la atmósfera contaminada que nos transmiten. A nosotros, los que con mayor o menor suerte o talento nos dedicamos a la cultura, lo que nos toca es intentar comprender cómo es posible el milagro del amor y la entrega duradera en un matrimonio.

Me perdonará nuestro lector si para no cansarle más le emplazo a tratar esta cuestión en la edición de mañana de Aleteia. Entonces penetraremos en estos difíciles pero bellos misterios que la vida nos regala.